10. Judá bajo Roma
Juan Manuel Martín-Moreno
A. Pompeyo en Jerusalén
Como ya recordamos, en el año 63 a.C. Pompeyo había tomado Jerusalén, sometiendo la Judea a Roma; destronó a Aristóbulo II y nombró gobernador a Antípatro y sumo sacerdote a Hircano II. Pompeyo aprovechó para recortar el territorio judío, liberando del yugo judío a muchos de los pueblos y ciudades que habían sido conquistados y judaizados a la fuerza por los asmoneos. A raíz de estos recortes territoriales se creó la confederación de diez ciudades libres que recibieron el nombre de Decápolis. Otras ciudades griegas en la costa desde Rafia hasta Dor recibieron también la independencia y se constituyeron como polis autónomas. Del reino asmoneo sólo quedaba Judea, Galilea, Idumea y Perea.
El año 55, el legado de Siria Gabinio, después de haber aplastado la insurrección de Alejandro II, hijo de Aristóbulo II, dividió Palestina en cinco distritos (sinedrios): Jerusalén, Gazara, Amathus, Jericó y Séforis
Pero en el 40 a.C. Antígono, hijo del depuesto Aristóbulo II, conquistó Jerusalén con la ayuda de los partos, cortó las orejas a su tío Hircano II para que ya nunca pudiera volver a ser sumo sacerdote y consiguió reinar durante tres años, derrotando a los hijos de Antípatro, Herodes y Fasael, que apoyaban a Hircano II. Fasael se suicidó en prisión y su hermano huyó a Roma, para pedir ayuda al César.
Eran los años de las violentas guerras civiles en Roma que enfrentaron a Julio César con Casio y Bruto, y posteriormente a Marco Antonio con Octavio Augusto. Herodes tuvo poca vista y tomó partido siempre por aquél que había de resultar perdedor, pero sin embargo siempre tuvo la habilidad de ganarse al vencedor y conquistar su favor, con lo que consiguió perpetuarse en el cargo y recibir de Roma más y más regiones hasta recuperar en gran parte el territorio que perteneció a los judíos en la época asmonea, antes de la llegada de Pompeyo.
Con el apoyo de los romanos, Herodes regreso de Roma y se impuso en Jerusalén derrotando a Antígono. Desde Jerusalén gobernará como etnarca desde el año 36 a.C. hasta el año de su muerte, el 4 a.C. Es importante, pues, para entender el Nuevo Testamento, hacerse cargo de la situación que atravesaba el pueblo judío en la época en que vino al mundo Jesús: un pueblo dividido, agotado por los enfrentamientos internos y humillado por las ocupaciones externas, y, para colmo, bajo el dominio de Herodes, un advenedizo idumeo impuesto por Roma.
Herodes mostró su agradecimiento a Roma construyendo o reconstruyendo una serie de ciudades, de tipo helenístico y con nombre romano, en las que se estableció una población mixta de judíos y gentiles. Sus hijos continuaron esta política, y así surgieron ciudades como Cesarea Marítima, Sebaste (sobre las ruinas de la antigua Samaría, destruida por Juan Hircano), Séforis, Tiberíades, Cesarea de Filipo...
De entre sus construcciones hay que destacar la de Cesarea del Mar, que llegó a ser una de las grandes metrópolis del Mediterráneo, dotada de un gigantesco puerto artificial. La ciudad contaba con todas las instalaciones propia de una ciudad romana, teatro, anfiteatro, termas, acueductos, hipódromos... Construyó también en ella un magnífico palacio, lejos de las intrigas religiosas de Jerusalén. Es en esta Cesarea donde tendrá lugar medio siglo más tarde el episodio de Cornelio y el Pentecostés de los gentiles.
Buscando congraciarse con los judíos, Herodes se casó con Mariamme, una princesa de la familia asmonea, nieta de los dos hermanos que habían peleado por el trono en los tiempos de Pompeyo. Siguiendo una política de construcciones faraónicas reconstruyó y amplió el templo de Jerusalén. De sus varias esposas tuvo numerosa descendencia, lo que favorecía las intrigas por la sucesión al trono.
Herodes vivió toda su vida obsesionado con la posibilidad de un golpe de estado, y reaccionó ejecutando rápidamente a cualquier persona que le causara la más mínima sospecha. Hizo ejecutar a su cuñado, el joven Aristóbulo III, hermano de Mariamme, que ejercía el sumo sacerdocio. Pocos días después de que este oficiase en el Yom Kippur atrayendo la simpatía del pueblo, mandó que lo ahogasen en la piscina del palacio de Jericó.
Más tarde hizo ejecutar a su esposa Mariamme por celos y entre sus víctimas se contaron también algunos de sus propios hijos, especialmente los dos que tuvo con la asmonea Mariamme, Alejandro III y Aristóbulo IV. Sólo unos días antes de su propia muerte hizo ejecutar a Antípatro, otro de sus hijos. Cuentan de Augusto que una vez hizo un juego de palabras en griego, donde las palabras “cerdo” e “hijo” son muy parecidas y afirmó que él se sentiría más seguro en la corte de Herodes siendo un cerdo que siendo su hijo.
A esta tensión política se unía la conflictividad social y económica (empobrecimiento de los campesinos, excesivos gastos en construcciones y en mantenimiento del ejército), que producía frecuentes revueltas, violentamente reprimidas.
Tras la muerte de Herodes, acompañada por disturbios populares (4 a.C.), el reino (siempre dependiente de Roma se dividió entre sus tres hijos. Arquelao fue etnarca de Judea, Samaria e Idumea, hasta que en el año 6 d.C. los romanos, cansados de su brutalidad, lo depusieron y pasaron a gobernar directamente la región: hasta el año 41 d.C. se sucedieron una serie de gobernadores romanos, de los que el más conocido es Poncio Pilato. Los gobernadores residían en la ciudad de Cesarea del Mar, y sólo acudían a Jerusalén con motivo de las fiestas importantes para garantizar el orden.
En Cesarea, cerca del palacio de Herodes, que luego fue usado por los gobernadores romanos, ha aparecido una interesante inscripción en la que se menciona a Poncio Pilato.
El hermano de Arquelao, Herodes Antipas, fue tetrarca de Galilea y Perea hasta su destierro en el año 39 d.C. La tetrarquía de Antipas estuvo formada por la Galilea y Perea en la Transjordania. Antipas quiso dotar a sus territorios de una capital y la instaló primero en Séforis, reconstruyéndola y embelleciéndola, y años más tarde en Tiberíades, a orillas del lago.
Filipo, por último, hermanastro de los anteriores, fue tetrarca de Batanea, Traconítide, Gaulanítide, Iturea, Panias y Auranítide hasta su muerte en el año 34 d.C. Su tetrarquía comenzaba al otro lado del Jordán, en Betsaida Julias, que él refundó de nuevo como ciudad helenística. Pero su verdadera capital estuvo en Banias (Cesarea de Filipo) a los pies del Hermón. En los tres años después de su muerte esos territorios pasaron a depender de la provincia romana de Siria, para ser confiados después, en tiempo de Calígula a Agripa I, nieto de Herodes el Grande y Mariamme.
B. Situación política y cultural
Nuestra familiaridad con los escritos judíos, y el influjo moderno de la ideología sionista, nos ha hecho pensar que Palestina fue la tierra de los judíos, que, expulsados de allí, tienen ahora todo el derecho de volver a ocupar la tierra que les pertenece por herencia. En esta visión simplista de las cosas hay mucho de ideología que no soporta la confrontación con los datos de la historia.
La Tierra Santa no ha sido prácticamente nunca un país exclusivamente judío. Sólo en brevísimos períodos de la historia estuvo todo el territorio bajo una autoridad judía (unos 300 años en la época de los reyes, y unos 50 años en la época de los Macabeos). Toda la llanura costera desde el Carmelo hasta Egipto prácticamente nunca ha pertenecido a ningún estado judío. E incluso en los períodos de mayor expansionismo israelita el territorio no estuvo nunca habitado exclusivamente por judíos.
Volviendo a la época que estamos historiando ahora, el elemento israelita no era sino una de las muchas culturas presentes en el país. Con los judíos convivían los samaritanos en amplias zonas, y sobre todo los griegos de las ciudades helenísticas en la costa, a orillas del lago de Genesaret, en el valle del Harod, y aun en la misma Judea. Recordemos Antípatris, Escitópolis, Ptolemaida, Dora, Cesarea del Mar, Cesarea de Filipo, Tiberíades, Sebaste, Apolonia, Fasael y la ciudades de la antigua pentápolis filistea…
Esta población griega consideraba a los gobernadores romanos sus defensores frente al imperialismo judío. Efectivamente Pompeyo es el que les había liberado del duro yugo de los asmoneos. Ya hemos mencionado cómo Pompeyo al conquistar Jerusalén estableció una confederación de ciudades griegas autónomas conocidas como la Decápolis y la sustrajo a la autoridad de los judíos de Jerusalén. Lo mismo hizo con las ciudades griegas de la costa y de otras regiones.
Los habitantes de estas ciudades hablaban el griego koiné que se había convertido en la lingua franca de todo el Próximo y Medio Oriente. Mantuvieron una continua confrontación con la población judía por la que se sentían amenazados. Al inicio de la sublevación contra Roma, los habitantes griegos de Judea y Galilea realizaron una radical limpieza étnica de sus ciudades asesinando a miles de judíos.
Pero, a parte de estos ciudadanos griegos paganos, tenemos que considerar también a muchos judíos, sobre todo los más ricos y cultos, que se encontraban fuertemente helenizados y eran bilingües. Pensemos por ejemplo en los judíos de Séforis, la primera capital de Antipas, a cinco kilómetros de Nazaret, o en Betsaida donde Andrés y Felipe llevaban nombres griegos. Muchos identifican a estos judíos helenizados de la Galilea con el partido de “los herodianos” que aparece diversas veces en los evangelios. Probablemente este grupo empezó a tomar consistencia durante el largo reinado de Herodes el Grande, y más tarde se mantuvo fiel a su dinastía.
El latín apenas tuvo influjo en la zona, y se mantuvo como la lengua de los gobernadores y funcionarios romanos y de los oficiales del ejército, los cuales hablaban también el griego. Recordamos cómo el letrero sobre la cruz de Jesús estaba escrito en hebreo, en griego y en latín.
Los zelotas eran fanáticos partidarios de un estado judío independiente y tras la expulsión de las legiones romanas se proponían también expulsar a todos los habitantes griegos practicando una política de limpieza étnica radical. Por eso cuando comenzó la gran revuelta en el año 66, los griegos que habitaban en el territorio se volcaron totalmente a favor de los romanos y exterminaron a los judíos que vivían dentro de sus ciudades o en sus alrededores.
Por supuesto no negamos que el elemento judío fuera también importante. Contaban con una gran ciudad, Jerusalén, mayoritariamente judía, y otras pequeñas ciudades y poblados, organizados en toparquías. Durante la época romana muchas ciudades eran mixtas y contaban con importantes núcleos de población griega y judía. No nos es posible dar números ni siquiera aproximados sobre el porcentaje relativo de una y otra población.
La religión judía quería evitar a toda costa la asimilación dentro de la cultura griega que era mucho más potente y tenía una gran fuerza seductora. De aquí que se insistiese cada vez más en los preceptos de la ley que ayudan a mantener al judío separado del gentil, como son todos los preceptos relativos a la pureza ritual, a las comidas puras e impuras. Los judíos ortodoxos evitaban entrar en casa de los paganos y tener cualquier tipo de relaciones de amistad con ellos. En Jerusalén se han descubierto las ruinas de palacios de sumos sacerdotes, fuertemente helenizados, y que sin embargo mantenían su preocupación por la pureza ritual, como muestra la abundancia de piscinas rituales (miqve) en los sótanos de las casas.
El judaísmo del segundo templo muestra un carácter pluralista. Conocemos tendencias tan distintas y enfrentadas como los saduceos, los fariseos, los herodianos, los esenios, los bautistas, los zelotas. Estos hábitos pluralistas posibilitaron el que los primeros judíos creyentes en Jesús pudiesen ser aceptados como una secta más, la de los nazarenos, bastante próximos a los fariseos.
Efectivamente, salvo esporádicos momentos de tensión como el que llevó a la lapidación de Esteban, los judeocristianos seguían acudiendo a las sinagogas y dando culto en el Templo de Jerusalén. La misma lapidación de Esteban hay que considerarla como un acto puntual de linchamiento más bien que como una persecución sistemática. De hecho fueron sólo los cristianos helenistas los que tuvieron problemas, mientras que los judeocristianos de lengua aramea parece ser que no sufrieron tan graves interferencias.
En los documentos qumranitas conocemos la espiritualidad de los miembros del Yahad y vemos cómo podían considerarse el verdadero Israel escatológico, a pesar de ser una mínima fracción numérica de la totalidad del pueblo. Este será más también el mismo espíritu de los judeocristianos, que aun después de haber sido separados del Israel oficial, seguían considerándose el Israel legítimo, a pesar de no ser sino una mínima fracción del pueblo judío y de haber sido oficialmente excomulgados de la sinagoga.
Pero todas estas sectas serán excomulgadas sólo después de la destrucción de Jerusalén, cuando los rabinos en Jamnia reconstituyeron un judaísmo nuevo que cerró filas en torno a un tipo de judaísmo más bien heredero de los fariseos. Es entonces cuando se consumará el cisma entre la Iglesia judeocristiana y la sinagoga, ya en los años 80. Los textos del evangelio de Juan y de Mateo están ya reflejando este momento en que la escisión se ha consumado.
Una de las grandes tareas de los rabinos en Jamnia es oficializar el canon de la Biblia hebrea discutiendo algunos de los flecos que aún ofrecían alguna duda. Para esta época romana ya están escritos todos los libros del Antiguo Testamento.
C. La caída de Jerusalén
Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, llegó a unificar, con el apoyo de Roma, todo el territorio de su abuelo, y fue nombrado por los romanos rey de Batanea en el año 37, de Galilea y Perea en el 40, y cónsul de Judea en el 41. Sólo alcanzó a reinar tres años. En este lapso de tiempo se reconstituyó el reino de Herodes el Grande casi en su totalidad, despertando grandes expectativas en los elementos más nacionalistas. Pero la apariencia de autonomía que daba el reinado de Agripa era engañosa. Agripa no era sino una marioneta en manos de los romanos, y su gobierno no fue muy distinto de la administración romana directa por medio de gobernadores. Los Hechos de los Apóstoles nos han dejado una imagen muy negativa de Agripa, como el clásico tirano lleno de soberbia y perseguidor de los creyentes. Durante su brevísimo reino la Iglesia de Jerusalén sufrió una dura persecución en la que Pedro fue encarcelado y Santiago Zebedeo fue decapitado (Hch 12,1-3). La muerte de Agripa, roído de gusanos, está narrada en el género literario propio de la muerte de los tiranos (Hch 12.20-23).
A su muerte, en el año 44, Palestina pasó a estar de nuevo bajo el mando directo de los prefectos romanos. En esta segunda etapa de gobierno romano directo se sucedieron varios prefectos (Fado, Tiberio Alejandro, Cumano, Félix, Festo, Albino y Gesio Floro). Flavio Josefo denuncia su corrupción y revela la miseria con la que el pueblo se iba empobreciendo cada vez más.
El hijo de Agripa I, Herodes Agripa II, era todavía muy joven a la muerte de su padre, y los romanos no quisieron que heredase todo el gran reino que su padre había ido juntando en torno a sí. Los romanos se limitaron a asignarle sólo algunos de los territorios en el nordeste del país, que habían pertenecido a la tetrarquía de Filipo.
Agripa II pasaba por ser un judío religioso, y en varias ocasiones los romanos le pidieron que actuara de árbitro en sus conflictos con los sumos sacerdotes, delegando en él la autoridad para nombrar al sumo sacerdote en Jerusalén. Los Hechos de los Apóstoles nos narran un incidente en que el procurador Festo invitó a Agripa II a que intervenga en el juicio de Pablo aprovechando su paso por Cesarea (Hch 25,13-26,32). En el tiempo de la gran revuelta Agripa II se mantuvo fiel a los romanos y cooperó con ellos en el sometimiento de los zelotes. Hace pocos años los arqueólogos han descubierto su magnífico palacio en Cesarea de Filipo, y nuevos templos paganos en lo que pudiéramos llamar la “acrópolis” de Cesarea, donde al antiguo templo de Pan se añadieron el templo a Augusto construido por Herodes el Grande, y nuevos templos, a Zeus, a Némesis, a las cabras danzantes…
En tiempo de Cumano (48 – 52) hubo fuertes tensiones entre judíos y samaritanos, que se agudizaron bajo su sucesor Félix (53 – 58); es en este tiempo cuando surge el movimiento de los sicarios (terrorismo urbano). Con el procurador Festo (58 – 62) hay una cierta tranquilidad. Aprovechando la muerte repentina de este, las autoridades judías saduceas asesinan a Santiago, “el hermano del Señor”, presidente de la Iglesia de Jerusalén. Una vez más no debemos ver este asesinato como una prueba de una excomunión general de los cristianos. Fue solo la secta de los saduceos la que promovió este crimen, mientras que, según Flavio Josefo, los fariseos se indignaron ante este asesinato y presentaron una reclamación formal ante el siguiente gobernador Albino. Este hecho nos parece muy significativo a la hora de ver cómo precisamente la secta de los fariseos era la que tenía mayor afinidad con los primeros judeocristianos.
Probablemente es entonces cuando la comunidad cristiana se trasladó a Pella, en la Decápolis, aunque otros historiadores sitúan este éxodo tres o cuatro años más tarde, después del comienzo de la gran insurrección contra Roma. Esta huida de la comunidad judeocristiana salvó a muchos de los primeros cristianos de los horrores de la guerra. Los evangelios insisten mucho en que este consejo de huir de la ciudad había sido ya dado por Jesús mismo en su sermón escatológico.
Bajo el mando de Gesio Floro la crisis llegó ya a extremos insostenibles. Un conflicto entre griegos y judíos en Cesarea Marítima dio lugar a una serie de revueltas, que provocaron la intervención armada de los romanos en Jerusalén, y como consecuencia estalló la revuelta de los zelotes. Los rebeldes se adueñaron de Jerusalén, que durante cuatro años fue asediada por los romanos, hasta su toma y destrucción en el año 70. Los zelotes se hicieron fuertes en Masada, donde resistieron todavía tres años más.
Pese a la derrota, no desaparecieron del todo las esperanzas judías de reconstruir el templo (reconstrucción prohibida por Trajano). En el año 116 hubo una insurrección de los judíos de la diáspora, y entre los años 132 y 135 se produce una nueva revuelta, dirigida por Bar Kojba. El emperador Adriano responde de una manera fulminante: arrasa Jerusalén, fundando sobre ella una colonia romana (Aelia Capitolina), a la que prohíbe acercarse a los judíos, y adopta una serie de medidas fuertemente antisemitas (prohibición de la circuncisión, del shabbat y de la enseñanza de la Torah).
Como había ocurrido ya en el 587 a.C., la segunda caída de Jerusalén dio lugar a una seria crisis interna, debido no sólo a la destrucción causada por la guerra sino sobre todo al enfrentamiento entre los propios judíos, entre los radicales zelotes y los moderados partidarios de negociar con Roma (La destrucción fue tan grande que los romanos al tomar la ciudad se encontraron prácticamente con un cementerio).
El año 70 marca una fuerte ruptura en el interior del judaísmo. Al ser destruido el templo, desaparece el sacerdocio (cuyo prestigio, por otra parte, había caído en picado desde la época asmonea), y la espiritualidad judía va a girar desde ahora en torno a la lectura de la Torah hecha en las sinagogas. Dos años antes de la destrucción de la ciudad, Yohanan ben Zakkai, un rabino opuesto a la revuelta de los zelotes, había logrado huir de Jerusalén con algunos de sus discípulos; se asentaron en Jamnia, que va a convertirse, a partir del año 70, en el centro director del judaísmo mundial.
El judaísmo de Jamnia mostró una gran plasticidad para adaptar la religión judía a las nuevas circunstancias de la diáspora. Toda esta tarea fundacional del judaísmo nuevo se prolongó durante más de 100 años, hasta culminar en la redacción de los seis libros de la Misná, que incorporan la ley oral, y fueron publicados en Séforis hacia el año 200 por el patriarca judío Yehudah haNasí.
Sin embargo, no con eso cesó la actividad de los rabinos, que se prolongó en una segunda etapa, la de los amoraítas, que culminará en la doble redacción del Talmud dos siglos más tarde, el Talmud de Jerusalén y el de Babilonia.
Martín-Moreno González, Juan Manuel, Historia de Israel, Universidad Comillas de Madrid,http://www.upcomillas.es/personal/jmmoreno/cursos/index.htm, Usado con permiso.
1. Tiro y Sidón Jesús comparó Corazín y Betsaida con Tiro y Sidón (Mateo 11:20–22). Allí sanó a la hija de una mujer gentil (Mateo 15:21–28).
2. Monte de la Transfiguración Jesús se transfiguró delante de Pedro, Santiago y Juan, quienes recibieron las llaves del reino (Mateo 17:1–13). (Algunos creen que el Monte de la Transfiguración es el monte Hermón, mientras que otros creen que es el monte Tabor.)
3. Cesarea de Filipo Pedro testificó que Jesús es el Cristo y se le prometieron las llaves del reino (Mateo 16:13–20). Jesús predijo allí Su muerte y resurrección (Mateo 16:21–28).
4. Región de Galilea Jesús pasó la mayor parte de Su vida y ministerio en Galilea (Mateo 4:23–25). Allí pronunció el Sermón del Monte (Mateo 5–7); y sanó a un leproso (Mateo 8:1–4); y escogió, ordenó y envió a los Doce Apóstoles, de los cuales aparentemente sólo Judas Iscariote no era galileo (Mar. 3:13–19). En Galilea el Cristo resucitado apareció a los Apóstoles. (Mateo 28:16–20).
5. Mar de Galilea, llamado posteriormente mar de Tiberias Jesús enseñó allí desde la barca de Pedro (Lucas 5:1–3) y llamó a Pedro, a Andrés, a Santiago y a Juan para ser pescadores de hombres (Mateo 4:18–22; Lucas 5:1–11). También calmó la tempestad (Lucas 8:22–25), enseñó parábolas desde una barca (Mateo 13), anduvo sobre el mar (Mateo 14:22–32), y apareció a Sus discípulos después de Su resurrección (Juan 21).
6. Betsaida Pedro, Andrés y Felipe nacieron en Betsaida (Juan 1:44). Jesús y los Apóstoles se retiraron para estar solos cerca de Betsaida. La multitud los siguió y Él alimentó a los 5.000 (Lucas 9:10–17; Juan 6:1–14). Allí Jesús sanó a un ciego (Mar. 8:22–26).
7. Capernaúm Era el lugar donde vivía Pedro (Mateo 8:5, 14). En esta ciudad, a la que Mateo denominó la ciudad de Jesús, el Salvador sanó a un paralítico (Mateo 9:1–7; Mar. 2:1–12), curó al criado de un centurión y a la suegra de Pedro (Mateo 8:5–15), llamó a Mateo para que fuese uno de Sus apóstoles (Mateo 9:9), sanó a ciegos, echó a un demonio (Mateo 9:27–33), sanó al hombre de la mano seca en el día de reposo (Mateo 12:9–13), pronunció el discurso sobre el pan de vida (Juan 6:22–65), y accedió a pagar los impuestos, para lo cual dijo a Pedro que tomara el dinero de la boca de un pez (Mateo 17:24–27).
8. Magdala Residencia de María Magdalena (Mar. 16:9). Jesús fue a este lugar tras haber alimentado a los 4.000 (Mateo 15:32–39), y los fariseos y los saduceos le pidieron que les mostrase una señal del cielo (Mateo 16:1–4).
9. Caná Allí Jesús convirtió el agua en vino (Juan 2:1–11) y sanó al hijo del noble que estaba en Capernaúm (Juan 4:46–54). Caná también era el lugar donde vivía Natanael (Juan 21:2).
10. Nazaret Las anunciaciones a María y a José ocurrieron en Nazaret (Mateo 1:18–25; Lucas 1:26–38; 2:4–5). Después de volver de Egipto, Jesús pasó Su infancia y juventud en este lugar (Mateo 2:19–23; Lucas 2:51–52), anunció que Él era el Mesías y fue rechazado por Sus coterráneos (Lucas 4:14–32).
11. Jericó Jesús dio la vista a un ciego (Lucas 18:35–43). También cenó con Zaqueo, “que era jefe de los publicanos” (Lucas 19:1–10).
12. Betábara En este lugar, Juan el Bautista testificó que él era “la voz de uno que clama en el desierto” (Juan 1:19–28). Después bautizó a Jesús en el río Jordán y testificó que Jesús era el Cordero de Dios (Juan 1:28–34).
13. Desierto de Judea Juan el Bautista predicó en este desierto (Mateo 3:1–4), donde Jesús ayunó cuarenta días y fue tentado (Mateo 4:1–11).
14. Emaús El Cristo resucitado caminó con dos de Sus discípulos por el camino de Emaús (Lucas 24:13–32).
15. Betfagé Dos discípulos llevaron a Jesús un pollino sobre el que comenzó Su entrada triunfal en Jerusalén (Mateo 21:1–11).
16. Betania Era la ciudad de María, Marta y Lázaro (Juan 11:1). Allí María oyó las palabras de Jesús, y Él habló a Marta con respecto a escoger “la buena parte” (Lucas 10:38–42); Jesús levantó a Lázaro de los muertos (Juan 11:1–44); y María ungió los pies del Salvador (Mateo 26:6–13; Juan 12:1–8).
17. Belén Jesús nació allí y lo acostaron en un pesebre (Lucas 2:1–7); los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento del Salvador (Lucas 2:8–20); una estrella guió a los magos hasta Jesús (Mateo 2:1–12); y Herodes mandó matar a los niños pequeños (Mateo 2:16–18).