evangelio mundial
  Las Naciones
 

Capítulo   XV

Los judíos entre las naciones

Desde los tiempos de David, Jerusalén había englobado las esperanzas nacionales de Israel. El templo representaba el punto focal de la devoción religiosa, mientras que el trono de David sobre monte Sión proporcionaba, al menos para el reino de Judá, el optimismo político para la supervivencia na­cional. Aunque Jerusalén había sido reducida desde su prominente posición de respeto y prestigio internacional en la era de la gloria salomónica, al es­tado de vasallaje en los días fatídicos del triunfo asirio, todavía se ergía como la capital de Judá cuando Nínive fue destruido en el 612 a. C. Por cuatro siglos, había continuado como la sede del gobierno del trono de David, mientras que Damasco, Samaría, y Nínive con sus respectivos gobiernos se habían levantado y hundido.

Jerusalén fue destruida en el 586 a. C. El templo fue reducido a cenizas y los judíos hechos cautivos. El territorio conocido como reino de Judá, fue absorbido por los edomitas en el sur y la provincia babilónica de Samaría en el norte. Demolida y desolada, Jerusalén se convirtió en el objeto de burla de las naciones.

Mientras que el gobierno de Jerusalén permaneció intacto, los anales fueron guardados. El Libro de los Reyes y el de las Crónicas, representan la historia continuada del gobierno davídico en Jerusalén. Con la termina­ción de una existencia nacionalmente organizada, es improbable que los anales pudieran guardarse, al menos no hay ninguno disponible hasta la fecha. En consecuencia, se conoce poco respecto al bienestar general del pueblo diseminado por Babilonia. Sólo algunas referencias limitadas de fuentes escriturísticas y extrabíblicas aportan alguna información concerniente a la fortuna de los judíos en el exilio.

El nuevo hogar de los judíos fue Babilonia. El reinado neo-babilónico reemplazó al control asirio en el oeste, fue el responsable de la caída Jerusalén. Los judíos permanecieron en el exilio tanto tiempo como los gobernantes babilonios mantuvieron una supremacía internacional. Cuando Babilonia fue conquistada por los medo-persas en el 539 a. C., a los judíos se les garantizó el privilegio de reestablecerse en Palestina. Aunque algunos de ellos comenzaron a reconstruir el templo y rehabilitar la ciudad de Jerusalén, el estado judío nunca volvió a ganar su completa independencia, sino que permaneció como una provincia del Imperio Persa. Muchos judíos se mantuvieron en el destierro, sin retornar jamás a su patria natal.

Babilonia —626-539 a. C.

Bajo la dominación asiría, Babilonia había constituido una provincia muy importante. Aunque se hicieron repetidos intentos por los gobernantes babilo­nios para declarar su independencia, no lo consiguieron hasta la muerte de Asurbanipal aproximadamente en el 633 a. C. Samasumukin llegó a ser gobernador de Babilonia de acuerdo con un tratado hecho por Esarhadón. Tras un gobierno de dieciseis años, Samasumukin se rebeló contra su herma­no Asurbanipal y pareció en el asedio e incendio de Babilonia (648 a. C.). El sucesor nombrado por Asurbanipal fue Kandalanu cuyo gobierno terminó muy probablemente en una fracasada rebelión (627 a. C.). La rebelión con­tinuó en Babilonia bajo la incertidumbre del gobierno asirio tras la muerte de Asurbanipal. Nabopolasar surgió como el líder político que continuó como campeón de la causa de la independencia de Babilonia.

Nabopolasar 626 - 605 a. C.

La oposición de Nabopolasar a las fuerzas asirías que marchaban con­tra Nipur, a 97 kms. al sudeste de Babilonia, precipitó el asalto asirio. La triunfante resistencia de Babilonia a este ataque, resultó en el reconoci­miento de Nabopolasar como rey de Babilonia en noviembre 22-23, del 626 a. C. Por el año 622, aparentemente era lo suficiente fuerte como para con­quistar Nipur, que era estratégicamente importante para el control del trafico sobre los ríos Tigris y Eufrates.

En el 616 a. C. Nabopolasar derrotó a los asirios hacia el norte a lo lar­go del Eufrates, empujándoles hasta Harán, volviendo con un lucrativo botín producto del saqueo y la rapiña antes de que el ejército asirio pudiese lanzar un contrataque. Esto fue la causa de que Asiría se aliase con Egipto, que nabia sido liberado de la dominación asiría por Samético I, en el 654 a. C.

Tras repetidos ataques sobre Asiria, la ciudad de Asur cayó en manos de los medos bajo Cyáxares en el 614 a. C. El resultado de los esfuerzos de Babilonia para ayudar a los medos en la conquista fue un pacto medo-babilónico confirmado por el matrimonio. En el 612 a. C. los medos y los babilonios convergieron sobre Nínive, devastando la gran, capital asiría y dividiendo el botín. Pudo muy bien haber sido que Sinsariskun, el rey asirio, pereciese en la destrucción de Nínive. 

Los asirios que se las arreglaron para escapar, se retiraron hacia el oes­te a Harán. Durante varios años los babilonios hicieron ataques por sorpresa y realizaron conquistas en varios puntos a lo largo del Eufrates, pero evi­taron cualquier conflicto directo con Assur-Uballit, el rey asirio de Harán. En el 609 a. C., con el apoyo de Umman-manda, y sus fuerzas, Nabopolasar marchó hacia Harán. Los asirios, que por aquel tiempo se habían unido a las fuerzas egipcias abandonaron Harán y se retiraron a las riberas occidentales del Eufrates. Consecuentemente, Nabopolasar ocupó Harán sin lucha, dejan­do una guarnición allí, cuando volvió a Babilonia. El ejército babilonio vol­vió a Harán cuando Assur-Uballit intentó recapturar la ciudad. En esta oca­sión, Assur-Uballit aparentemente escapó con sus fuerzas asirías hacia el norte, hacia Urartu ya que Nabopolasar dirigía su campaña en aquella zona, sin que haya ulterior mención en las crónicas de los asirios ni de Assur-Uballit.

Después de haber dirigido sus expediciones hacia el nordeste durante unos cuantos años, Nabopolasar renovó sus esfuerzos para rivalizar con las tropas egipcias a lo largo del Alto Eufrates. A finales del 607 y continuando en el año siguiente, los babilonios tuvieron varios encuentros con los egipcios y volvieron a su origen a principios del 605. Esta fue la última vez que Nabopolasar condujo su ejército a la batalla.

Nabucodonosor-605 - 562 a. C.

En la primavera del 605 a. C., Nabopolasar envió a Nabucodonosor, el príncipe coronado, y el ejército babilonio para resolver la amenaza egipcia sobre el Alto Eufrates. Con determinación, marchó directamente a Car-quemis, que los egipcios tenían en sus manos desde el 609, en ocasión que Necao fue para ayudar a las fuerzas asirías. Los egipcios fueron decisivamen­te derrotados en Carquemis a principios de aquel verano. En persecución de sus enemigos, los babilonios entablaron otra batalla en Hamat. Nabucodonosor tenía el control de Siria y Palestina y los egipcios se retiraron a su propio país. Wiseman observa correctamente que esto tuvo un decisivo efecto sobre Judá. Aunque Nabucodonosor pudo haberse establecido en Ribla, que más tarde se convirtió en su cuartel general, él, sin duda, envió su ejér­cito lo bastante al sur para expulsar a los egipcios de Palestina. Joacim, que era un vasallo de Necao, se convirtió entonces en subdito de Nabucodo­nosor. Los tesoros del templo de Jerusalén y los rehenes, incluyendo a Da­niel, fueron tomados y llevados a Babilonia (Dan. 1:1).

En agosto, el 15 ó 16 del 605 a. C. Nabopolasar murió. El principe co­ronado inmediatamente corrió hacia Babilonia. El día de su llegada, el 6 6 7 de septiembre, Nabucodonosor fue coronado rey de Babilonia. Habiendo asegurado el trono, volvió con su ejército al oeste para asegurar la posición de Babilonia y la recaudación de tributos. Al año siguiente (604) marchó con su ejército a Siria una vez más. Esta vez requirió de los reyes de varias ciudades que se presentasen ante él con tributos. Junto con los gobernantes de Damasco, Tiro y Sidón, Joacim, rey de Jerusalén, también se sometió permaneciendo sujeto a los babilonios durante tres años (II Reyes 24:1). Ascalón resistió la esperanza irreal de Babilonia de que Egipto viniese en su ayuda. Nabucodonosor dejó esta ciudad en ruinas cuando volvió a Babilo­nia en febrero del 603.

Durante los años siguentes, el control de Nabucodonosor sobre Siria y Palestina no fue seriamente desafiado. En el 601, el ejército babilonio desplegó una vez más su poder marchando victoriosamente en Siria y ayudando a los gobernantes locales en la recolección de los tributos. Aquel año, más tarde, Nabucodonosor tomó el mando personal del ejército y marchó a Egipto. Necao II mandaba las fuerzas reales para hacer frente a la agresión babilónica. La crónica babilonia declara francamente que por ambas partes se sufrió tremendas pérdidas en el conflicto. Es muy verosímil que este contra­tiempo contase para la retirada de Nabucodonosor y su concentración duran­te el año siguiente, en reunir caballos y carros de combate para reequipar sus ejércitos. Esto pudo también haber desalentado al monarca babilonio de invadir a Egipto en muchos años por venir. En el 599, los babilonios vol­vieron a Siria para extender su control del Desierto Sirio del oeste y para fortificar Ribla y Hamat como bases fuertes para la agresión contra Egipto.

En diciembre del 598 a. C., Nabucodonosor una vez más marchó con su ejército hacia el oeste. Aunque el relato de la crónica es breve, identifica definitivamente a Jerusalén como objetivo. Aparentemente Joacim había denegado el tributo de Nabucodonosor en dependencia sobre Egipto, incluso aunque Jeremías le había advertido constantemente contra tal política. De acuerdo con Josefo, Joacim fue sorprendido cuando la marcha de los babilo­nios estaba dirigida contra él en lugar de Egipto. Tras un corto asedio Jerusalén se rindió a los babilonios en marzo, los días 15 y 16 del año 597 a. C. Puesto que Joacim había muerto el 6-7 diciembre del 598, su hijo Joaquín, fue el rey de Judá que realmente hizo la concesión. Con otros miembros de la real familia y unos 10.000 ciudadanos sobresalientes de Jerusalén, Joaquín fue llevado cautivo a Babilonia. Además los vastos te­soros de Judá fueron confiscados para Babilonia. Sedequías, como tío de Joaquín, fue nombrado rey marioneta en Jerusalén.

Para los años 596-594, a. C., las crónicas de Babilonia informan que Nabucodonosor continuó su control en el oeste, encontrando alguna oposi­ción en el este y suprimió una rebelión en Babilonia. Las últimas líneas de las crónicas existentes, establecen que en diciembre del 594 a. C., Na­bucodonosor reunió sus tropas y marchó contra Siria y Palestina. Por los restantes treinta y tres años del reinado de Nabucodonosor, no se tiene registros oficiales, tales como esas crónicas, ni hay disponibles ningunos otros documentos históricos.

Las actividades de Nabucodonosor en Judá en la siguiente década, están bien atestiguadas en los registros bíblicos de los Libros de los Reyes, Cró­nicas y Jeremías. Como resultado de la rebelión de Sedequías, el asedio de Jerusalén comenzó en enero del 588. Aunque el sitio fue temporalmente le­vantado, conforme los babilonios dirigían sus esfuerzos contra Egipto, el reino de Judá finalmente capituló. Sedequías trató de escapar, pero fue cap­turado en Jericó y llevado a Ribla, donde sus hijos fueron muertos a su vista. Tras haber sido cegado, fue llevado a Babilonia donde murió. El 15 de agosto del 586 a. C., comenzó la destrucción final de Jerusalén en los tiempos del Antiguo Testamento. Desierta de su población mediante el exilio, la capital de Judá fue abandonada convertida en un montón de ruinas. Así acabó el gobierno davídico de Judá en los días de Nabucodosor.

Otra tablilla del Museo Británico que aparece ser un texto religioso y no una parte de la serie de las Crónicas Babilónicas, informa de una cam­paña de Nabucodonosor en su trigésimo séptimo año de su reinado (568-67) contra el faraón Amasis. Parece que Apries, el rey de Egipto, había sido derrotado por Nabucodonosor en el 572 y reemplazado en el trono por Arnasis. Cuando el último se rebeló en el 568-67, Nabucodonosor marchó con su ejército contra Egipto.

El extenso programa de construcciones de Nabucodonosor es bien cono­cido por las incripciones procedentes del propio rey. Habiendo heredado un reino firmemente establecido, Nabucodonosor durante su largo reinado, dedicó intensos esfuerzos hacia la construcción de diversos proyectos en Babilonia. La belleza y majestad de la real ciudad de Babilonia, no fue sobrepasada en los tiempos antiguos. La arrogante afirmación de Nabucodonosor de que él construyó aquella gran ciudad por su poder y para su gloria, está reconocido como históricamente precisa (Dan. 4:30).

Babilonia estaba defensivamente fortificada por un foso y una doble muralla. Por la ciudad, un vasto sistema de calles y canales fue construido para facilitar el transporte. Junto con la amplia calle procesional, y en el palacio, había leones, toros y dragones hechos de ladrillos de colores esmal­tados. La puerta de Istar marcaba la impresionante entrada a la calle. Los ladrillos utilizados en construcciones ordinarias, llevaban la marca impresa con el nombre de Nabucodonosor. A este famoso rey se le acredita !a exis­tencia de casi veinte templos en Babilonia y Borsippa. La más sobresaliente empresa en el área del templo fue la reconstrucción del ziggurat. Los jardines colgantes construidos por Nabucodonosor para complacer a su reina meda, fueron considerados por los griegos como una de las siete maravillas del mundo.

El estudio de unas trescientas tablillas cuneiformes encontradas en un edificio embovedado cerca de la puerta de Istar, ha dado como resultado la identificación de los judíos en la tierra del exilio durante el reinado de Nabucodonosor. En estas tablillas, fechadas en 595-570 a. C, están ano­tadas las raciones asignadas a los cautivos procedentes de Egipto, Filistia, Fenicia, Asia Menor, Persia y Judá. Lo más significativo es la mención de Joacim con sus cinco hijos o príncipes. Resulta claro de tales documentos que los babilonios, lo mismo que los judíos, reconocieron a Joaquín como heredero al trono judío.

La gloria del reino babilónico comenzó a desvanecerse con la muerte de Nabucodonosor en el 562 a. C. Sus triunfos habían agrandado el pequeño reino de Babilonia extendiéndolo desde el Próximo Oriente, de Susa hasta el Mediterráneo, desde el Golfo Pérsico hasta el alto Tigris y desde las Montañas de Taurus hasta la primera catarata en Egipto. Como constructor aventurero, hizo de la ciudad de Babilonia la más potente fortaleza conocida en el mundo, adornada con un esplendor y una belleza inigualados. El poder y el genio que caracterizaron su reinado de 43 años, nunca fueron igualados por ninguno de sus sucesores.

Awel-Marduc 562-560 a. C.

Awel-Marduc, también conocido como Evil-merodac, gobernó sólo dos años sobre el imperio que había heredado de su padre. Aunque Josefo le estima como un gobernante rudo, la Escritura indica su generosidad hacia Joaquín. Este rey de Judá que había sido conducido al exilio en el 597 a. C., fue entonces dejado en libertad a la edad de cincuenta y cinco años. El reinado de Awel-Marduc terminó bruscamente al ser asesinado por Neriglisar que fue entronizado el 13 de agosto del año 560 a. C. 560-556 a. C.

Neriglisar llegó al trono o bien con el apoyo de una revolución apoyada por los sacerdotes y el ejército, o como heredero por virtud de su matrimo­nio con la hija de Nabucodonosor Es muy posible que Neriglisar esté co­rrectamente identificado con Nergal-sarezer el "Rabmag" u oficial jefe que dejó en libertad a Jeremías en el 586 tras la conquista de Jerusalén (Jer. 39:3, 13). Popularmente conocido por Nereglisar es mencionado en contratos en Babilonia y en Opis como el hijo de un rico propietario de tierras. De acuerdo con otro texto que ha sido fechado en el reinado de Nabucodo­nosor, Neriglisar fue nombrado para controlar los asuntos de templo del Sol en Sippar. Si Neriglisar es el individuo mencionado por tal nombre en contratos allá por el año 595 a. C., entonces tuvo que haber sido un hom­bre de edad madura o ya viejo cuando se apoderó del trono de Babilonia.

Hasta recientemente, Neriglisar fue primeramente conocido por sus actividades en la restauración del templo Esagila de Marduc en Babilonia y el de Ezida de Nebo en Borsippa. Además volvió a construir la capilla del destino (punto focal del festival del Año Nuevo en Babilonia), reparó un viejo palacio y construyó canales como se esperaba de cualquier rey. La crónica de una nueva tablilla recientemente publicada, retrata a Neriglisar como agresivo y vigoroso en mantener el orden y el control por todo el imperio.

En el tercer año del reinado de Nereglisar, Appuasu, rey de Pirindu en el oeste de Cilicia, avanzó a través de la llanura costera hasta el de Cilicia este para atacar y rapiñar Hume. Nereglisar inmediatamente puso en movi­miento su ejército para rechazar al invasor y perseguirle hasta Ura, más allá del río Lamos. Appuasu escapó pero su ejército quedó disperso. En lu­gar de avanzar hacia Lidia, Neriglisar marchó hacia la costa para conquistar la isla rocosa de Pitusu con una guarnición de 6.000 hombres, exhibiendo su capacidad en el uso de las fuerzas de mar y tierra. Volvió a Babilonia en febrero-marzo del 556 a. C.

Cilicia había sido controlado anteriormente por los reyes asirios, pero volvió a ganar su independencia tras la muerte de Asurbanipal, ca. 631 a. C. Aunque no hay crónicas babilónicas disponibles concernientes al reino de Nabucodonosor tras su décimo año de reinado (594 a. C.), se ha sugerido que conquistó Cilicia entre el 595 y 570. En la lista de prisioneros reteni­dos en cautividad en Babilonia durante este período, aparecen referencias del exilio de Pirindu y Hume.

Tras Neriglisar muerto en el 556 a. C, su joven hijo, Labassi-Marduc gobernó por unos cuantos meses. Entre los cortesanos que depusieron y mataron el joven rey, se hallaba Nabónido que se hizo cargo del trono.

Nabónido 556-539 a. C. ,

Cuando Nabónido comenzó a reinar, afirmó que era el verdadero suce­sor del trono de Babilonia. Marduc fue sólo debidamente reconocido en el festival del Nuevo Año el 31 de mar/o del 555 a. C., con Nabónido no solo participando como rey, sino también proporcionando elaborados regalos para el templo de Esagila.

El interés religioso del nuevo rey no tuvo raíces en Babilonia, sino en Harán, donde sus padres devotamente prestaban culto al dios-luna Sin. Desde la destrucción del templo de Sin en Harán en el 610 a. C., que fue cuidadosamente atribuido a Medes, este culto no volvió a ser restaurado. Nabónido hizo convenientemente un tratado con Ciro, quien se rebeló contra los medos, de tal forma que el gobernante de Babilonia pudo restaurar el culto de Sin en Harán. Se concentró en su interés religioso con tal devoción, que por varios años suspendió las celebraciones del Año Nuevo en Babilonia, fallando en aparecer en la procesión de Marduc. Este anual culto ritual, siempre había llevado un lucrativo aporte de negocios y comercio para los hombres de negocios de Babilonia. Así la suspensión durante varios años ofendió no solo a los sacerdotes, sino a los grandes comerciantes en aquella gran ciudad. El resultado fue que en el 548 a. C., Nabónido se vio obligado a delegar su autoridad en Belsasar y retirarse a la ciudad de Tema en Arabia. Ahí Nabónido manifestó un interés en el negocio de las caravanas al igual que en la promoción, del culto del dios-luna.

Aunque Nabónido descartó a la ciudad de Babilonia, intentó mantener el imperio. En el 554 envió ejércitos a Hume y a las montañas de Amanus y hacia el sur a través de Siria, y por el fin del año 553 había matado al rey de Edom. Desde allí avanzó hacia Tema, donde construyó un palacio. Algún tiempo más tarde, Belsasar recibió el control de Babilonia, puesto que la crónica para cada año desde el 549 al 545 a. C., comienza con la declara­ción de que el rey estaba en Tema

Mientras tanto, Ciro había avanzado hacia Media. Por el 550 había ganado la partida y conquistado Ecbatana, reclamando el gobierno de Media sobre Asiría y más allá del Creciente Fértil. Tres años más tarde, marchó con su ejército a través de las puertas de Cilicia a Capadocia, donde se en­frentó con Creso de Lidia en una batalla indecisa. Aunque el equilibrio de poder había sido suficientemente perturbado cuando Ciro venció a los me­dos que Nabónido de Babilonia, Amasis de Egipto, y Creso habían formado una alianza, ninguno de estos últimos aliados estaba allí para ayudar. Creso se retiró a Sardis esperando que en la próxima primavera recibiría suficiente apoyo para arrollar al enemigo. Aún en pleno invierno, Ciro avan­zó al oeste hacia Sardis en un movimiento de sorpresa y capturó a Creso en la caída del 547 a. C. Con el mayor enemigo del oeste derrotado, Ciro volvió a Persia.

Indudablemente, estos acontecimientos perturbaron gravemente a Nabóaido y retornó a Babilonia. Por el 546 a. C. el festival anual del Año Nuevo no había tenido lugar durante un buen número de años debido a la ausencia del rey; había prevalecido la falta de gobierno y los

desfalcos y el pueblo estaba sometido a injusticias económicas. En los años siguientes, conforme Ciro iba extendiendo su imperio en territorio del Irán, ciudades tales como Susa, bajo el liderazgo de Gobrías, se rebelaron contra el pacto babilónico con Ciro. En su desesperación, Nabónido rescató a algunos dioses en tales ciudades y los llevó a Babilonia.

En el día de Año Nuevo, en abril del 539, Nabónido realizó el intento de celebrar el festival adecuadamente. Aunque muchos dioses de las ciudades circundantes fueron traídos, los sacerdotes de Marduc y Nebo no se unieron con entusiasmo en apoyo del rey. El 11 de octubre del 539, la ciudad de Sippar temió tanto a Ciro que se rindió sin presentar batalla. Dos días más tarde Gobrías tomó Babilonia con las tropas de Ciro. Mientras Belsasar era muerto, Nabónido pudo haber escapado; pero fue capturado y aparente­mente recibió un favorable trato después de puesto en libertad. Antes del fin del mes de octubre, Ciro entró en Babilonia como vencedor y conquis­tador.

Persia —539-400 a. C.

Al principio del primer milenio a. C., olas sucesivas de tribus arias invadieron y se establecieron sobre la planicie persa. Dos grupos surgieron eventualmente como históricamente importantes: los medos y los persas.

Bajo el dinámico gobierno y mandato de Cyáxares, Media se afirmó como una amenaza de la supremacía asiría durante la última mitad del siglo VII. En el 612 a. C., las fuerzas combinadas de Media y Babilonia destruye­ron a Nínive. El matrimonio de Nabucodonosor con la nieta de Cyáxares selló esta alianza estableciéndose un delicado equilibrio de poder a través de todo el período de la expansión babilónica y su supremacía.

EL IMPERIO PERSICO

ca. 500 A. C.

Ciro el Grande 559-530 a. C.

Persia se convirtió en un poder internacional de primer rango bajo Ciro el Grande. Llegó al trono en el 559 como vasallo de Media, teniendo bajo su control solamente a Persia y algún territorio elamita conocido por Anshan. para él, existían muchos territorios que conquistar. Astiages (585-550) ejercitó un débil gobierno sobre el Imperio Medo. Babilonia era todavía muy poderosa bajo Neriglisar, pero comenzó a mostrar signos de debilidad conforme Nabónido descuidó los asuntos del estado para dedicar su tiempo a la restauración del culto a la luna en Harán. Lidia, en el lejano oeste, se había aliado con Media, mientras que Amasis de Egipto, estaba nominalmente bajo el control de Babilonia.

Ya en época temprana de su reinado, Ciro consolidó a las tribus persas bajo su mandato.  Después hizo un pacto con Babilonia contra Media. Cuan­do Astiages, el gobernante de los medos trató de suprimir la revuelta, su propio ejército se rebeló e hizo que su rey se volviese hacia Ciro. En su resultante subyugación a Persia, los medos continuaron jugando un importan­te papel (ver Ester 1:19; Dan. 5:28, etc.).

Desde el oeste, Creso, el famoso rey colmado de riquezas de Lidia, cruzó el río Halys para desafiar el poderío persa. Atravesando Babilonia en la primavera del 547, Ciro avanzó a lo largo del Tigris y cruzó el Eufrates en Capadocia. Cuando Creso declinó las ofertas conciliatorias de Ciro, los dos ejércitos se enfrentaron en una batalla decisiva. Aproximándose el invier­no, Creso retiró a su ejército y se marchó a su capital en Sardis con una fuerza protectora mínima. Anticipando que Ciro le atacaría en la siguiente primavera, solicitó ayuda de Babilonia, Egipto y Grecia. En un movimiento de sorpresa, Ciro se dirigió inmediatamente sobre Sardis. Creso disponía de una caballería superior, pero le faltaba infantería para resistir el ataque. Ciro, astutamente, colocó camellos al frente de sus tropas. En cuando los caballos lidios olieron el hedor de los camellos, se sintieron atacados por el terror y se hicieron ingobernables. Por esta causa, los persas ganaron la ventaja de la sorpresa y dispersaron al enemigo. Asegurándose Sardis y Mileto, Ciro resolvió su encuentro con los griegos en la frontera occidental y se volvió hacia el este para conquistar otras tierras.

En el este, Ciro marchó victoriosamente con sus ejércitos por los ríos Oxus y Jaxartes, reclamando el territorio Sogdiano y extendiendo la sobe­ranía persa hasta las fronteras de la India. Antes de volver a Persia, había duplicado la extensión de su imperio.

La próxima empresa de Ciro fue el dirigirse hacia las ricas y fértiles «anuras de Babilonia, donde una población insatisfecha con las reformas de Nabónido estaba dispuesta a darle la bienvenida al conquistador. Ciro Presintió que el momento estaba maduro para la invasión y no perdió el tiempo en conducir sus tropas a través de las montañas, aprovechando sus pasos, y evitando los aluviones. Conforme varias importantes ciudades tales como Ur, Larsa, Erec, y Kish apoyaban a la conquista persa, Nabónido rescató a los dioses locales y se los llevó para salvaguardarlos a la gran, ciu­dad de Babilonia, que se suponía era inexpugnable. Pero los babilonios se retiraron ante el avance del invasor. Al poco tiempo, Ciro se establecía como el rey de Babilonia.

En Babilonia Ciro fue aclamado como el gran liberador. Los dioses que habían sido tomados de las ciudades circundantes fueron devueltos a sus templos locales. No solo reconoció Ciro a Marduc como el dios que le había entronizado como rey de Babilonia, sino que permaneció allí durante varios meses para celebrar el festival del Año Nuevo. Aquello fue un excelente comportamiento político para asegurarse el apoyo popular, conforme asu­mía el control del vasto Imperio Babilónico, extendiéndose al oeste a tra­vés de Siria y Palestina hasta las fronteras de Egipto.

Los asirios y babilonios fueron notorios por su política en llevar pueblos conquistados a territorios extranjeros. La consecuencia de semejante política distinguió a Ciro como un conquistador al que se le daba la bienvenida. Alentó a pueblos desarraigados a que volviesen a sus países de origen y a que restaurasen a los dioses en sus templos. Los judíos, cuya ciudad capi­tal y cuyo templo todavía yacían en, ruinas, se encontraron entre aquellos a quienes benefició la benevolencia de Ciro.

En el 530 Ciro condujo su ejército hasta la frontera del norte. Mientras invadía el país existente más allá del río Araxes al oeste del Mar Caspio, fue mortalmente herido en la batalla. Cambises llevó el cuerpo de su padre a Pasargade, la capital de Persia, para darle un adecuado enterramiento.

La tumba que Ciro había construido para sí mismo, se hallaba sobre una plataforma de una elevación de cinco mts. con seis escalones que conducían a un pavimento rectangular de 13 por 15 mts. Allí fue depositado en un sarcófago de oro descansando en una mortaja de oro labrado. Ornamentos adecuadamente elaborados, joyas costosas, una espada persa y tapices de Babilonia y otros lujosos adornos fueron cuidadosamente colocados en el lugar del eterno descanso del que había sido el creador de tan gran imperio. Rodeando el pavimento, existía un canal y más allá unos bellísimos jardines. Una guardia real montaba vigilancia cerca de su tumba. Cada mes se le sacrificaba un caballo al distinguido héroe. Dos siglos más tarde, cuando Alejandro Magno descubrió que los vándalos habían rapiñado la tumba, ordenó la restauración del cuerpo al igual que los demás tesoros. Todavía hoy, la tumba vacía es testigo de la grandeza de Ciro, que ganó para Persia su imperio, aunque eventualmente fue saqueado el lugar de eterno descanso que el gran Ciro había preparado tan elaboradamente.

Cambises 530-522 a. C.

Cuando Ciro abandonó Babilonia en el 538 a. C., nombró a su hijo Cambises para representar al rey persa en las reales procesiones del día del Año Nuevo. Debidamente reconocido por Marduc, Nebo y Bel y reteniendo a los oficiales y dignatarios de Babilonia, Cambises quedó bien establecido en Babilonia con su cuartel general en Sippar.

Con la súbita muerte de Ciro en el 530, Cambises se confirmó a sí mismo rey de Persia. Tras haber recibido el reconocimiento de varias provincias que su padre había sometido al poder del trono, Cambises volvió su atención a la conquista de Egipto, que todavía quedaba más allá de los lazos del imperio.

Amasis hacía años que se había anticipado a los sueños imperialistas de Persia. En el 547 pudo haber tenido una alianza con Creso. El también hizo amistades y buscó una coalición con los griegos.

En su camino hacia Egipto, Cambises acampó en Gaza, donde adquirió camellos de los nabateanos para la marcha de 88 kms. a través del desier­to. Dos hombres que traicionaron a Amasis, se unieron al grupo del con­quistador. Fanes, un jefe mercenario griego, desertó del faraón y proporcionó a Cambises una importante información militar. Polícrates de Samos rompió su alianza con Amasis para ayudar a Cambises con tropas griegas y con barcos.

Al llegar al Delta del Nilo, supo que el viejo Amasis había muerto. El nuevo faraón, Samtik III, hijo de Amasis, hizo frente a los invasores con mercenarios griegos y soldados egipcios. En la batalla de Pelusium (525 a. C.) los egipcios fueron definitivamente derrotados por los persas. Aunque Samtik III intentó ponerse a cubierto en la ciudad de Menfis, fue incapaz de escapar de sus perseguidores. Cambises concedió un trato favorable al rey, pero más tarde Samtik intentó una rebelión y fue ejecutado. El invasor victorioso se apropió de los títulos del reinado egipcio e hizo que se inscribiese su nombre en los monumentos dedicados al faraón.

Por los próximos años, Cambises cultivó la amistad con los griegos con objeto de promover el lucrativo comercio que tenían con Egipto. Esta acción extendió la dominación persa sobre lo más avanzado y lo más rico del mundo griego. Cambises también trató de expander su dominio por el oeste hasta Cartago y al sur de Nubla y Etiopía a base de fuerzas milita­res, pero en este propósito fracasó por completo.

Dejando a Egipto bajo el mando de Ariandes como sátrapa, Cambises emprendió la vuelta a Persia. Cerca de monte Carmelo le llegaron las noticias de que un usurpador, Gaumata de nombre, se había apoderado del trono de Persia. La afirmación de Gaumata de ser Esmerdis, otro hijo de Ciro a quien Cambises había previamente ejecutado, perturbó tan grandemente a Cambises que se suicidó. Por ocho meses Gaumata sostuvo las riendas del reino y del gobierno. El fin de su corto reinado precipitó las revueltas en varias provincias.

Darío I. 522-486 a. C.

Darío I, también conocido como Darío el Grande, salvó al Imperio Persa en aquel tiempo de crisis. Habiendo servido en el ejército bajo el mando de Ciro, se convirtió en el brazo derecho de Cambises en Egipto. Cuando el reinado de este último terminó bruscamente en ruta desde Egipto hasta Persia, Darío se precipitó hacia el este. Ejecutó a Gaumata en septiembre del 522 a. C. y se hizo cargo del trono. Tres meses más tarde, la Babilonia rebelada quedó bajo su dominio. Tras dos años de dura lucha, disipó toda oposición en Armenia y en Media.

Darío volvió a Egipto como rey en el 519-18. No es conocido el con­tacto que tuvo con los judíos establecidos en Jerusalén. Al principio de su reinado, garantizó el permiso para la construcción del templo (Esdras 6:1; Hageo 1:1). Puesto que fue completado en el 515 a. C. parece razonable asumir que el avance persa a través de Palestina no afectó a la situación de los asuntos de Jerusalén. En Egipto, Darío ocupó Menfis sin mucha oposición y reinstaló a Ariandes como sátrapa.

En el 513 Darío personalmente marchó con sus ejércitos hacia el oeste a través del Bosforo y el Danubio para encontrarse con los escitas que ve­nían de las estepas de Rusia. Esta aventura no tuvo éxito; pero retornó para añadir Tracia a su imperio, quedándose un año en Sardis. Esto inició una serie de compromisos con los griegos. El control persa de las colonias grie­gas dio lugar a un conflicto que últimamente se convirtió en un desastre para los persas. El avance hacia el oeste de los persas fue bruscamente dete­nido en una crucial derrota en Maratón, en el 490 a. C.

Darío había logrado éxitos suprimiendo rebeliones, pero donde fue un genio fue en la administración. Lo demostró organizando su vasto impe­rio en veinte satrapías. Para reforzar el imperio interiormente, promulgó leyes en el nombre de Ahuramazda, el dios zoroástrico simbolizado por el disco alado. Darío tituló su libro de leyes "La Ordenanza de las Buenas Regulaciones". Sus estatutos muestran la dependencia de la anterior codi­ficación mesopotámica, especialmente la de Hamurabi.

Para la distribución a su pueblo las leyes fueron escritas en arameo y en pergamino. Pasado un siglo, Platón reconoció a Darío como el más grande legislador de Persia.

Un excepcional talento para la arquitectura impulsó a Darío a empren­der la construcción de grandes y suntuosos edificios en las ciudades capitales y otras partes. Ecbatana, que había sido la capital media en tiempos pasados, se convirtió entonces en el lugar favorito real de verano, mientras que Susa sirvió por elección como residencia de invierno.

Persépolis, a cuarenta kms. al sudoeste de Pasárgadas, fue convertida en la ciudad más importante de todo el Imperio Persa. Darío preparó una tumba en la roca, elaboradamente construida para sí mismo, en un acantila­do cerca de Persépolis. En la distante tierra de Egipto, promovió la cons­trucción de un canal entre el mar Rojo y el río Nilo.

Susa, a 97 kms. hacia el norte de la desembocadura del Tigris, fue cen­tralizada para propósitos administrativos. La llanura entre Coaspes y Ulai, ríos del imperio, se convirtió en una rica y productiva zona de producción de frutas por medio de un eficiente sistema de canales. El elaborado palacio real, comenzando por Darío, y embellecido por sus sucesores, fue el más grande monumento persa en aquella ciudad. De acuerdo con una inscripción hecha por Darío, este palacio fue adornado con cedros del Líbano, marfil de la India, y plata de Egipto. Aún quedan hoy remanentes de esta es­tructura, aunque es poco más que algunos bosquejos de patios y pavimentos. A causa del excesivo calor del verano, Susa no era el lugar ideal para una capitalidad permanente.

Persépolis, la primera ciudad del Imperio Persa, era la más impresio­nante de las capitales. El palacio de Darío, el Tachara, fue comenzado por él, aunque engrandecido y completado por sus sucesores. Las columnas de esta tremenda estructura, todavía nos proporcionan el testimonio del arte y de la construcción de los persas. Persépolis estaba estratégicamente for­tificada con una triple defensa. En la cresta de la " montaña de la Miseri­cordia" sobre la cual fue construida esta gran capital, había una hilera de murallas y de torres. Más allá, estaba la inmensa llanura conocida actual­mente como Marv Dasht.

La más notable entre las inscripciones persas, es el monumento de roca labrada cerca de Bisitún. El gran relieve, representando la victoria de Darío sobre los rebeldes, está suplementado por tres inscripciones cuneiformes en persa antiguo, acadio o babilonio y elamita. Puesto que el panel de la victoria fue tallado sobre la superficie de un acantilado de 152 mts. por encima de la llanura, con sólo un estrecho borde bajo él. la inscripción ha permanecido sin leerse por más de dos milenios. En 1835, sir Henry C. Rawlinson copió y descifró este registro, asegurando a los modernos erudi­tos la clave para descifrar el lenguaje babilónico e incrementando la com­prensión de lo persa. Usa copia aramea de esta inscripción entre los pa­piros descubiertos en Elefantina en Egipto, indica que fue ampliamente di­fundida entre el Imperio Persa.

Jerges 486-465 a. C.

Jerges fue el heredero electo para el trono persa cuando murió Darío en el 486 a. C. Durante doce años había servido como virrey en Babilonia bajo el gobierno de su padre. Cuando se hizo cargo del Imperio, se encontró con Proyectos de edificios sin terminar, reformas religiosas y rebeliones en vanas partes del dominio, que esperaban su atención.

Entre las ciudades en rebelión que recibieron un severo castigo, bajo el mando de Jerjes, estaba Babilonia. Allí, en el 482 a. C., las fortificaciones erigidas por Nabucodonosor fueron destruidas, el templo de Esagila fue deshecho y la estatua maciza de oro de Marduc de 363 kilos de peso, fue quitada de su lugar y fundida en lingotes. Babilonia perdió su identificación al ser incorporada con Asiría.

Aunque vitalmente interesado en continuar el programa de construcciones de Persépolis, Jerjes condescendió a los insistentes consejos de sus asesores y contra su gusto dirigió sus esfuerzos y energías hacia la expan­sión de la frontera noroeste. A la cabeza de aquel enorme ejército persa, avanzó hacia Grecia con el apoyo de su armada naval compuesta por uni­dades fenicias, griegas y egipcias. El ejército sufrió reveses en las Termopilas, la flota fue derrotada en Salarais y finalmente los persas fueron decisivamente disgregados en Platea y en el cabo Micale. En el 479, Jerjes se retiró a Per-sia, abandonando la conquista de Grecia.

En su país, Jerjes acabó su programa de construcciones. En Persépolis completó el Apadana, donde trece de los 72 pilares que sostenían el techo de aquella espacioso auditorio, todavía siguen en pie. En la escultura, Jerjes desarrolló lo mejor del arte persa. Esto quedó patente al adornar la escali­nata del Apadana con figuras esculpidas de los guardias de Susia y Persia.

Aunque Jerjes fue inferior como caudillo militar y será siempre recordado por su derrota en Grecia, superó a sus antecesores como constructor. Hay que concederle el crédito de que Persépolis se convirtiese en la más sobresaliente ciudad de los reyes persas, especialmente por la escultura y la arquitectura.

En el 465 a. C., Jerjes fue asesinado por Artabano, el jefe de la guardia del palacio. Fue enterrado en la tumba tallada en la roca que había excavado cerca de la de Darío el Grande.

Artajerjes I 464-425 a. C.

Con el apoyo del asesino Artabano, Artajerjes Longimano se hizo cargo del trono de su padre. Tras hacer desaparecer a otros aspirantes al trono, suprimió con éxito diversas rebeliones en Egipto (460 a. C.) y una revuelta en Siria (448). Los atenienses negociaron un tratado con él mediante el cual, ambas partes convinieron en mantener un status quo. Durante su reinado, Esdras y Nehemías marcharon a Jerusalén con la aprobación del rey para ayudar a los judíos.

La dinastía cayó en declive bajo los reyes siguientes: Darío II (423-404 a. C.) y Artajerjes II (404-359). Artajerjes III (359-338) dio lugar a un resurgir de la unidad y la fuerza del imperio, pero el fin estaba próximo a llegar. Durante el gobierno de Darío III, Alejandro Magno, con tácticas militares superiores, deshizo el poderío del ejército persa (331) e incorporó el Cercano Oriente a su reino.

Condiciones del exilio y esperanzas proféticas

Los últimos dos siglos de los tiempos del Antiguo Testamento, repre­sentan una era de condiciones de exilio para la mayor parte de Israel. Durante la conquista por Nabucodonosor muchos israelitas cautivos fueron llevados a Babilonia. Tras la destrucción de Jerusalén, otros judíos emigraron a Egipto. Aunque algunos de los exiliados volvieron de Babilonia tras el año 539 a. C., para reestablecer un estado judío, en Jerusalén, nunca vol­vieron a ganar la posición de independencia y de reconocimiento interna­cional que Israel tuvo una vez bajo el gobierno de David.

La transición desde un estado nacional al exilio de Babilonia, fue gradual para el pueblo de Judá. Por lo menos, cuatro veces durante los días de Nabucodonosor hubo cautivos de Jerusalén que fueron llevados a Babilonia.

De acuerdo con Beroso, el rey babilonio Nabopolasar envió a su hijo Nabucodonosor, en el 605 a. C., para suprimir la rebelión en el oeste. Du­rante esta campaña, el último recibió noticias de la muerte de su padre. Dejando a los cautivos de Judá, Fenicia y Siria con su ejército, Nabucodo­nosor se dio prisa en volver para establecerse en el trono de Babilonia. La evidencia bíblica (Dan. 1:1) fecha lo sucedido en, el tercer año de Joacim, que continuó como gobernante en Jerusalén por ocho años más tras la crisis. La extensión de su cautiverio no está indicada, pero Daniel y sus amigos están entre la familia real y la nobleza, tomada en cautividad y lle­vada al exilio en aquel tiempo. De aquellos cautivos israelitas, jóvenes pro­cedentes de Israel fueron llevados a la corte para ser entrenados en el ser­vicio del rey. Algunas de las experiencias de Daniel y sus colegas en la corte de Babilonia, son bien conocidas en los relatos del libro de Daniel 1-5.

La segunda invasión babilonia de Judá ocurrió en el 597 a. C. Esta fue más crucial para el Reino del Sur. Al retener el tributo de Babilonia, Joacim invocó un estado de calamidad. Puesto que Nabucodonosor estaba ocupado en otros lugares, incitó a los estados circundantes a atacar a Je­rusalén. Aparentemente Joacim fue muerto durante uno de esos ataques, dejando el trono de David al joven de dieciocho años, hijo suyo, Joaquín. El reinado de este último de tres meses fue bruscamente terminado cuando se rindió a los ejércitos de Babilonia (II Reyes 24:10-17). Fuentes babilóni­cas confirman que esta invasión tuvo lugar en el mes de marzo del 597 a. C. Las cartas de Laquis igualmente indican una invasión judea por aquel tiempo. No solo el rey fue tomado cautivo, sino que con él fueron miles de personas importantes de Jerusalén, tales como artesanos, herreros, ofi­ciales jefes, príncipes y hombres de guerra. Sedequías, un tío de Joaquín, fue dejado para gobernar las clases más pobres de lo que quedaba en el país.

El cautiverio del rey Joaquín no impidió a los ciudadanos de Judá lo mismo que a los exiliados, de considerarle como su legítimo rey. Cerámica estampada excavada en la antigua Debir y Bet-semgs en 1928-1930, indican que el pueblo conservaba sus propiedades en el nombre de Joaquín, incluso durante el reino de Sedequías. Textos cuneiformes descubiertos en Babilonia, se refieren, a Joaquín como el rey de Judá.[79] Cuando Jerusalén fue des­truida más tarde, los hijos de Joaquín, tuvieron raciones asignadas bajo su­pervisión real, y con todo, los hijos da Sedequías fueron todos muertos. Aun­que Jerusalén retuvo una semblanza de gobierno por otros once años, la cautividad del 597 tuvo un devastador efecto sobre Judá.

En el 586 el país sufrió el brote de otra nueva invasión, con más drás­ticos resultados. Jerusalén con su templo fue destruida. Judá dejó de existir como estado nacional. Con Jerusalén en ruinas, la capital fue abandonada por las gentes que permanecieron en el país. Bajo el liderazgo de Gedalías, que había sido nombrado gobernador de Judá por Nabucodonosor, el rema­nente regresó a Mizpa (II Reyes 24:2; Jer. 40:14). A los pocos meses, Gedalías fue asesinado por Ismael y el desalentado grupo de los que que­daban, emigró a Egipto. Por aquel camino polvoriento caminó con ellos Jeremías, el profeta.

Una cuarta deportación se menciona en Jeremías 52:30. Josefo informa que fueron tomados cautivos más judíos y llevados a Babilonia en el 582 a. C., cuando Nabucodonosor subyugó a Egipto.

De acuerdo con Beroso, las colonias judías recibieron adecuado esta­blecimiento por toda Babilonia, según lo prescrito por Nabucodonosor. El río Quebar, cerca del cual el profeta Ezequiel tuvo su primera visión y su llamada profética (Ezeq. 1:1) ha sido identificado como el Nari Kabari, el canal existente cerca de Babilonia. Tel-abib (Ezeq. 3:15), otro centro de cautividad, presumiblemente estaba en la misma vecindad.

Nabucodonosor dedicó su interés a embellecer la ciudad de Babilonia, hasta tal extremo, que los griegos reconocieron en ella una de las maravillas del mundo antiguo. No hay razón para dudar que los judíos cautivos fueron asignados a los trabajos de la gran capital. Los textos Weidner mencionan nombres judíos junto a aquellos diestros trabajadores procedentes de otros estados que fueron utilizados por Nabucodonosor en una empresa de éxito al intentar hacer de su capital la más impresionante que cualquiera de que las que se habían visto en Asiría. En esta forma, el rey babilonio hizo un inteligente uso de los artesanos, especialistas y trabajadores hábiles y diestros, capturados en Jerusalén.

Los alrededores de Babilonia pudieron, al principio, haber sido el centro de los establecimientos judíos; pero los cautivos se extendieron por todo el imperio, al concedérseles más libertad por los babilonios y, más tarde, por los persas.

Las excavaciones en Nipur mostraron tablillas conteniendo nombres comunes al registro de Esdras y Nehemías, indicando que una colonia judía existía allí en el exilio. Nipur, a 97 kms. al sudeste de Babilonia, continuó como una comunidad judía hasta su destrucción aproximadamente sobre el 900 a. C. Otros lugares citados como comunidades judías son Tel-mela y Tel-harsa (Neh. 7:61), Ahava y Casifia (Esdras 8:15,17). Además, Josefo menciona Neerda y Nisibis situadas en algún lugar en el curso del Eufrates (Antiquities 18:9).

La ansiedad por volver al hogar patrio invadió a los exiliados, siendo una realidad mientras que el gobierno de Jerusalén permaneció intacto. Fal­sos profetas sembraron un espíritu de revuelta en Babilonia, con el resultado de que dos rebeldes perecieron a manos de los satélites de Nabucodonosor (Jer. 29). Poco después de la cautividad, en el 597, Hananías predijo que dentro de dos años los judíos romperían el yugo de Babilonia (Jer. 28). Ezequiel en esta época también encontró incitadores a la insurgencia (Ezeq. 13). Jeremías, que era bien conocido para los cautivos a causa de su largo ministerio en Jerusalén, escribió cartas avisándoles que se establecieran en Babilonia, construyeran casas y plantaran viñas e hiciesen planes para per­manecer 70 años en período de cautiverio (Jer. 29).

Cuando las esperanzas de un inmediato retorno se desvanecieron con la caída y destrucción de Jerusalén en el 586, los judíos en el exilio se resig­naron a la larga cautividad que Jeremías había predicho. Nombres babilonios tales como Imer y Querub (Neh. 7:61) sugirieron a Albright que los judíos adoptaron una vida pastoral y de trabajos en la agricultura en las fértiles llanuras del curso del Eufrates. Los judíos también se mezclaron en em­presas comerciales por todo el imperio. Informes del siglo indican que se habían hecho muy activos en los negocios y en el comercio, centrado todo ello en Nipur.

Lingüísticamente el término medio de los judíos tuvo que encararse con un nuevo problema. Incluso con anterioridad a la época de Senaquerib las tribus arameas se habían infiltrado en Babilonia y eventualmente se convirtieron en el elemento predominante en, la población, por lo que el arameo llegó a ser el lenguaje de uso corriente. A principios del siglo VII era el lenguaje de la diplomacia internacional de los asirios (II Reyes 18: 17-27). Aunque esta transición a una nueva lengua creó un problema lin­güístico para la mayor parte de los judíos, es muy verosímil que muchos hablaran el arameo; de hecho, algunos tal vez habían estudiado el arameo en, Jerusalén. Además, los israelitas procedentes del Reino del Norte, que ya estaban en Babilonia, indudablemente se expresaban tan fácilmente en hebreo al igual que en arameo.

Aunque las referencias son limitadas, la evidencia disponible revela que los cautivos recibieron un tratamiento favorable. Jeremías dirigió su corres­pondencia a los "ancianos de la cautividad" (Jer. 29:1). Ezequiel se reunía con los "ancianos de Judá" (8:1), indicando que estaban en libertad para organizarse en cuestiones religiosas. En otras ocasiones, los "ancianos de Israel" iban a ver a Ezequiel (14:1 y 20ti). Ezequiel aparentemente goza-ba de libertad para llevar a cabo un amplio ministerio entre los cautivos. Estaba casado y vivía en su propio hogar y discutía libremente materias religiosas con los ancianos, cuando les encontraba o iban a visitarle a su casa. Mediante actos simbólicos en público, Ezequiel discutía el estado político y la condenación del Reino del Sur, hasta que Jerusalen fue destruido en el 586. Tras de aquellos, continuó alentando a su pueblo con las es­peranzas y proyectos de restaurar el trono de David.

La experiencia de Daniel y de sus colegas, igualmente evidencia el tratamiento acordado a los cautivos procedentes de Judá. De los primeros cautivos tomados en el 605 a. C., los jóvenes fueron seleccionados entre la nobleza y la familia real de Judá, para la educación y el entrenamiento de la corte de Babilonia (Dan. 1:1-7). Mediante la oportunidad de interpretar el sueño de Nabucodonosor, Daniel fue a la posición de jefe entre los hom­bres sabios de Babilonia. A su demanda, sus tres amigos fueron también as­cendidos a importantes posiciones en la provincia de Babilonia. A lo largo de todo el reinado de Nabucodonosor, Daniel y sus amigos ganaron más y más prestigio a través de las crisis registradas en el Libro de Daniel. Es razonable asumir que otros cautivos, de la misma manera, fueron premiados y se les confiaron puestos de responsabilidad en la corte de Babilonia. Da­niel fue nombrado segundo en el mando, durante la corregencia de Belsasar y Nabónido. Tras la caída de Babilonia, en el 539 a. C., Daniel continuó con su distinguido servicio de gobierno bajo el mando de Darío el medo, y Ciro, el persa.

El tratamiento que les fue dado a Joaquín y a sus hijos habla igualmente del cuidado benefactor previsto para algunos judíos cautivos. Joaquín tuvo sus propios criados con adecuadas provisiones suministradas para toda su familia, incluso mientras no fue oficialmente puesto en libertad de la prisión hasta el 562, a la muerte de Nabucodonosor (II Reyes 25:27-30). La lista de otros hombres de Judá en esas tablas indica que el buen tratamiento y el otorgamiento de tales provisiones no quedaron limitados a los miem­bros de la familia real.

La suerte de Ester en la corte persa de Jerjes I, tipifica el tratamiento acordado a los judíos por sus nuevos señores. Nehemías fue otro que sirvió en la corte real. Mediante su contacto personal con Atajerjes tuvo la opor­tunidad de aumentar el bienestar de aquellos que habían retornado a reconstruir Jerusalén.

Whitley justificantemente pone en duda las descripciones de algunos escritores que mencionan a los judíos cautivos en Babilonia como su­jetos al sufrimiento y a la cautividad. Ewald basó sus conclusiones to­mando como base trozos seleccionados de Isaías, los Salmos, y las Lamen­taciones, afirmando que las condiciones se hicieron gradualmente peores para los judíos cautivos. La evidencia histórica parece estar falta de apoyo en la idea de que los judíos cautivos fueron maltratados físicamente o suprimidos en sus actividades cívicas o religiosas durante la época de la supre­macía babilónica. La limitada evidencia que se extrae de las fuentes bíbli­cas o arqueológicas, apoyan la afirmación de George Adam Smith de que la condición de los judíos fue honorable y sin excesivos sufrimientos.

Los exiliados de Jerusalén, que fueron conscientes de las razones para la cautividad, tuvieron que haber experimentado un hondo sentido de la humillación y de angustia de espíritu. Durante cuarenta años, Jeremías ha­bía advertido fielmente a sus conciudadanos del juicio pendiente de Dios: Jerusalén sería devastada de tal forma, que cualquier transeúnte se horrori­zaría de su vista (Jer. 19:8). A despecho de sus advertencias, ellos habían confiado que Dios no permitiría que su templo fuese destruido. Como custodios de la ley, aquel pueblo no creyó nunca que tendrían que ir a la cautividad. Entonces, en comparación con la gloria de Salomón y su fama y gloria internacional, del gran rey de Jerusalén, y ante sus ruinas, muchos dieron rienda suelta a su vergüenza y a su tristeza. El libro de las Lamenta­ciones deplora vividamente el hecho de que Jerusalén se hubiese convertido en un espectáculo internacional. Daniel reconoció en su oración que su pue­blo se había convertido en un reproche y en un objeto de burla entre las naciones (Dan. 9:16). Tal sufrimiento fue más pesado para los cautivos a quienes importaba el futuro de Israel, que cualquier sufrimiento físico que tuviesen que soportar en la tierra del exilio.

Tanto Jeremías como Ezequiel predijeron que Dios restauraría a los judíos en su propia tierra. Otra fuente de consuelo y de esperanza para los exiliados, fue el mensaje de Isaías. En sus escritos, había predicho el exilio de Babilonia (Is. 39:6), y también aseguró que volverían bajo el mandato de Ciro (Is. 44:28). Comenzando con el capítulo 40, el profeta elabora un mensaje alentador que ya había declarado en capítulos anteriores. Dios era omnipotente. Todas las naciones se hallaban bajo su control. Dios utili­zaba a las naciones y a sus reyes para llevar el juicio sobre Israel y de igual manera podría utilizarlos para restaurar la suerte de su pueblo. La aparición de Ciro, como rey de Persia, tuvo que haber hecho surgir las esperanzas de los exiliados que ejercitaron su fe en el predictivo mensaje de los profetas.

Habla el Antiguo Testamento por Samuel J. Shultz


 
 
   
 
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