evangelio mundial
  Revolución
 

Capitulo   XII

Revolución, recuperación y ruina

La línea de Jehú ocupó el trono por casi un siglo, más tiempo que cualquier otra dinastía en el Reino del Norte (841-753 a. C.). Cuando Jehú fue entronizado mediante una revolución, Israel estaba debilitada y reducida a su más pequeña área geográfica, cediendo terreno a sus agresivos vecinos. Bajo el cuarto rey de esta familia, el Reino del Norte alcanzó su cima en cuestión de prestigio internacional. Esta efímera prosperidad se diluyó en el olvido en menos de tres décadas, bajo el creciente poder de los asirios. 

La dinastía de Jehú

Una sangrienta revolución tuvo lugar en Israel, cuando Jehú, un capitán del ejército, desalojó a la dinastía omrida. En su ocupación de Jezreel, dis­puso de Joram, el rey israelita, Ocozías, el rey de Judá y Jezabel, la única responsable de hacer del baalismo parte tan efectiva de la religión de Israel.

Marchando a Samaria, Jehú mató a setenta hijos de la familia de Acab y dirigió la ejecución de todos los entusiastas de Baal que habían sido engatusados en celebraciones masivas en el templo erigido por Acab. Puesto que la religión y la política habían estado tan íntimamente fusionadas en la dinastía omrida, la brutal destrucción del baalismo fue una cuestión de utilidad y conveniencia para Jehú.

Jehú tuvo problemas por todas partes. Al exterminar la dinastía omrida, perdió el favor de Judá y de Fenicia, cuyas familias reales estaban íntima­mente aliadas con Jezabel. Ni tampoco se unió al nuevo rey sirio, Hazael, oponiéndose al avance asirio hacia el oeste.

En el famoso Obelisco Negro descubierto por Layard en 1846, Salmanasar III informa que percibía tributos de Jehú. Tras cinco ataques sin re­sultado sobre Damasco, el rey asirio condujo sus ejércitos hacia la costa del Mediterráneo, norte de Beirut, y obtuvo tributos de Tiro y Sidón, al igual que del rey de Israel. Por esta acción conciliatoria, Jehú contuvo la invasión asiría de Israel, pero incurrió en el antagonismo de Hazael, por haber aplacado a Salmanasar III. Durante los primeros años de este período (841-837 a. C.) Hazael resistió la agresión asiría por sí solo. Mientras fueron conquistadas algunas de las ciudades del norte, Damasco se sostuvo con éxito en aquella crisis. Los asirlos no renovaron sus ataques por casi dos décadas. Esto permitió a Hazael el dirigir a su poderío militar bien curtido hacia el sur, en una renovación de su guerra contra Israel. A expen­sas de Jehú los sirios ocuparon la tierra de Galaad y Basan, al este del Jor­dán (II Reyes 10:32-33). Habiendo llegado al trono de Israel valiéndose de medios sangrientos, Jehú aparentemente nunca fue capaz de unificar su nación lo suficientemente como para hacer frente al poderío de Hazael. Es dudoso que Hazael redujese a Jehú al vasallaje sirio, pero por el resto de los días de Jehú, Israel fue acosado y perturbado por el citado y agresivo rey sirio.

Aunque Jehú suprimió el baalismo, no conformó la cuestión religiosa a la ley de Dios. La idolatría todavía prevaleció desde Dan a Betel, y de ahí el aviso divino de que sus hijos reinarían tras él sólo hasta la cuarta genera­ción.

Joacaz

Joacaz, el hijo de Jehú, tuvo el mismo rey sirio con quien enfrentarse por todo su reinado (814-798 a. C.). Hazael tomó ventaja del nuevo gober­nante de Israel, extendiendo el dominio sirio hasta la tierra de las colinas de Efraín. El ejército de Israel quedó reducido a 50 jinetes, 10 carros de combate, y 10.000 soldados de infantería. En tiempos de Acab, Israel había proporcionado 2.000 carros de combate en la batalla de Qarqar. Ha­zael incluso avanzó más allá de Israel para capturar Gat y amenazó con la conquista de Jerusalén, durante el remado de Joacaz (II Reyes 12:17).

La gradual absorción de Israel por Siria, debilitó el remo del Norte hasta el extremo de que Joacaz fue incapaz de resistir a otros invasores. Las naciones circundantes, tales como los edomitas, los amonitas, los filis­teos y los tirios, también adquirieron ventaja de los apuros de Israel. Esto se refleja por Amos (1:6-15) e Isaías (9:12).

Bajo la tremenda presión extranjera, Joacaz s& volvió hacia Dios, y de esta forma Israel no fue completamente subyugado por los sirios. A pesar de este alivio, no se apartó del todo de la idolatría de Jeroboam ni destruyó los asherim en Samaría (II Reyes 13:1-9).

Jóas

Joás, el tercer rey de la dinastía de Jehú, gobernó Israel durante diez y seis años (798-782 a. C.). Con la muerte de Hazael, cerca y con anterio­ridad al cambio del siglo, fue posible comenzar la restauración de Israel y sus riquezas bajo el liderazgo de Joás.

Eliseo, el profeta, todavía vivía cuando Joás ascendió al trono. El silen­cio de las Escrituras garantiza la conclusión de que ni Jehú ni Joacaz tuvie­ron mucho que hacer con Eliseo. Cuando el profeta se hallaba próximo a la muerte, Joás fue a verle. Llorando en su presencia, el rey expresó su temor por la seguridad de Israel. En su lecho de muerte, Eliseo instruyó dramáticamente al rey de que disparase su flecha, asegurándole que esto significaba la victoria israelita sobre Siria. El milagro final asociado con el profeta Eliseo, ocurrió tras su muerte. Un hombre muerto, arrojado a la tumba de Eliseo durante un ataque moabita, fue devuelto a la vida.

Con el cambio de reyes en Siria, Joás estuvo en condiciones de reconstruir una gran fuerza combatiente. Ben-Adad II fue definitivamente colocado en una posición defensiva, mientras que Joás volvió a reconquistar mucho del territorio ocupado por los sirios bajo Hazael. La recuperación de la zona este del Jordán pudo no haber sido llevada a cabo hasta la época de su su­cesor; pero esta fue un período de preparación en el cual Israel comenzó a levantarse en poder y en prestigio.

Durante el reinado de Joás, Amasias, rey de Judá, tomó un ejército mercenario israelita para ayudar a subyugar a los edomitas (II Crón. 25:6); sin embargo, tomando el consejo de un profeta, lo despidió antes de ir a la batalla. Al retornar a Israel, rapiñaron las ciudades en ruta desde Bet-horón a Samaria, matando a 3.000 personas (IICrón. 25:13). Retornando en triun­fo de la victoria edomita, Amasias desafió a Joás a la batalla. Este último respondió con una advertencia respecto a la suerte que corría un cardo que hizo una petición de un cedro del Líbano. Evidentemente, Amasias no captó el significado de tales palabras. En el encuentro militar que tuvo lugar a continuación, Joás no sólo derrotó a Amasias sino que invadió Judá, destruyó parte de la muralla de Jerusalén, hundió el palacio el templo y tomó rehenes con los que volvió a Samaria. Sobre la base de la sincroniza­ción de la cronología de este período, Thiele ha llegado a la conclusión de que esta batalla tuvo lugar en el 791-790 a. C.

Aunque Joás se sintió turbado por la pérdida de Eliseo, no estuvo sin­ceramente interesado en servir a Dios, sino que continuó en sus idolátricos pasos. Su corto reinado marca e] punto de cambio en la fortuna de Israel, como Eliseo había predicho.

Jeroboam II

Jeroboam, el cuarto gobernante de la dinastía de Jehú, fue el rey más sobresaliente del Reino del Norte. Reinó cuarenta y un años (793-753 a. C.) incluyendo doce años de corregencia con su padre. Por la época en que tornó las riendas del poder absoluto del reino (781 a. C.), se encontró en una posición de tomar completa ventaja de las oportunidades para la expansión.

Como Omri, el rey más fuerte que existió antes que él, la historiografía de Jeroboam II es muy breve en la Escritura (II Reyes 14:23-29). La vasta expansión política y comercial ocurrida bajo este rey, está sumarizada en la profecía de Jonás, el hijo de Amitai, que pudo haber sido el profeta de tal nombre que fue enviado con una misión a Nínive (Jonás 1:1). Jonas predijo que Jeroboam restauraría Israel desde el mar Muerto hasta las fronteras de Hamat.

Fuentes seculares confirman las referencias bíblicas de que Ben-Adad II no fue capaz de retener el reino establecido por su padre, Hazael. Dos ataques sobre Siria llevados a cabo por Adad-Nirari III (805-802 a. C.) y Salmanasar IV, la debilitaron considerablemente a expensas de Asiria. Ade­más de esto, Zakir de Hamat formó una coalición que derrotó a Ben-adad II y afirmó la independencia de Siria durante este período. Esto dio a Jeroboam ía oportunidad de recobrar el territorio al este del Jordán que los sirios habían controlado por casi una centuria. Después del año 773 a. C. los reyes asirios estuvieron tan ocupados con problemas locales y nacionales, que no intentaron hacer ningún avance hacia Palestina, hasta después de la época de Jeroboam. En consecuencia, el reino israelita gozó de una pacífica prosperidad inigualada desde los días de Salomón y David.

Samaría, que había sido fundada por Omri, fue entonces fortificada por Jeroboam. La muralla protectora de la ciudad fue ensanchada hasta diez metros en algunos lugares estratégicos. Las fortificaciones estaban tan bien construidas, que casi medio siglo más tarde, los asirios emplearon tres años en conquistar la ciudad.

Amos y Oseas, cuyos libros aparecen en la lista de los profetas menores, reflejan la prosperidad de aquellos días. El éxito militar y comercial de Jeroboam, llevó a Israel a una abundancia de riqueza. Con este lujo, llegó también un declive moral y una indiferencia religiosa, todo ello denunciado valientemente por los profetas. Jeroboam II había hecho lo malo a la vista del Señor y motivado que Israel cayese en el pecado, como lo hizo el primer rey de Israel.

Zacarías

Cuando Jeroboam II murió en el año 753 a. C. fue sucedido por su hijo Zacarías, cuyo reinado solamente duró seis meses. Fue asesinado por Salum (II Reyes 15:8-12). Con esto acabó bruscamente la dinastía de Jehú.

Los últimos reyes

El pueblo que oyó a Amos y a Oseas, comprobó cuan pronto el juicio que amenazaba a Israel caería sobre el país. En un período de sólo tres décadas (752-722 a. C.) el poderoso Reino del Norte cesó de existir como nación independiente. Bajo la expansión del imperio de Asiria, capituló para ya no volver jamás a ser un reino israelita.

Salum (752 a. C.)

Salum tuvo el más corto reinado en el Reino del Norte exceptuando al gobierno de siete días de Zimri. Tras haber matado a Zacarías y ocupado el trono, gobernó durante un mes. Fue asesinado.

Manahem (752-741 a. C.)

Manahem tuvo mejores propósitos. Estuvo en condiciones de establecerse en el trono, con éxito, por aproximadamente una década. Se conoce muy poco de su política doméstica, excepto que continuó en la pauta idolátrica de Jeroboam I.

El más serio problema de Manahem fue la agresión asiría. En el 745 a. C., Tiglat-pileser o Pul comenzó a gobernar en Asiria como uno de los más poderosos reyes de la nación. Aterrorizó a las naciones, introduciendo el sistema de apoderarse de personas de territorios conquistados, cambiándo­las de lugar en grandes distancias. Ciudadanos eminentes, directivos y oficiales políticos, eran reemplazados por extranjeros con objeto de prevenir cualquier ulterior rebelión tras la conquista. En los años 743-738, Tiglat-pileser III emprendió una campaña hacia el noroeste que implicaba a las naciones de Palestina. La evidencia arqueológica favorece la teoría de que Uzías, rey de Judá, condujo las fuerzas de Asia Occidental contra el pode­roso avance asirio. En las crónicas asirías, Manahem está citado como habiendo sido repuesto en el trono sobre la condición de que pagase tri­butos.  Aunque el tiempo exacto para este pago no puede ser establecido, Thiele avanza la idea en favor de que los principios de la campaña noroccidental coincidiesen con el fin del año del reinado de Manahem.  Pacificado por estas concesiones, Pul volvió a Asiria y Manahem murió en paz, con su hijo ostentando el liderazgo del Reino del Norte.

Pekaía (741-739 a. C.)

Pekaía siguió la política de su padre. Continuando en la recogida de tributos como vasallo de Asiria, Pekaía tuvo que haber encontrado una fuerte resistencia de su propio pueblo. Muy verosímilmente, Peka se irguió como campeón en favor de un movimiento para rebelarse contra Asiria y fue el responsable del asesinato de Pekaía.

Peka (739-731 a. C.)

El reinado de ocho años de Peka, marcó un período tanto de crisis na­cional como internacional. Aunque Siria, con su capital en Damasco, pudo haber sido sometida a Israel en los días de Jeroboam II, se aseguró a sí misma, bajo el mando de un nuevo rey, Rezín, durante este período de declive de Israel. Teniendo como enemigo común a los asirios, Peka se encontró reforzado en su política antiasiria por Rezín. Mientras que los asirios se hallaban principalmente ocupados con una campaña militar en Urartu (737-735 a. C.), estos dos reyes se propusieron intentar una sólida alianza occidental, para hacer frente a los asirios.

En. Judá, la corriente pro-asiria tuvo éxito aparentemente (735 a. C), poniendo a Acaz al frente del gobierno incluso aunque Jotam vivía todavía. Consecuentemente, resistió presiones de Israel y de Siria para cooperar con ellos contra Asiría. En el 734, Tiglat-pileser III invadió a los filisteos. Acaz pudo haber apelado a los asirios para aliviarle de la presión filistea (II Crón. 28:16-21) o tal vez fuese ya tributario de Tigiat-pileser. Unger sugiere que fue durante esta invasión filistea cuando los asirios tomaron ciudades en el Reino del Norte (II Reyes 15:29).

La presión sirio-israelita sobre Judá terminó en lucha verdadera cono­cida como la Guerra Sirio-Efrainita (IIReyes 16:5-9; II Crón. 28:5-15; Is. 7:1-8:8). Los ejércitos sirios marcharon contra Elat para recuperar tal puerto de mar de Judá para los edomitas, quienes indudablemente apoyaron la coalición contra Asiría. Aunque Jerusalén estaba asediada y los cautivos procedentes de Judá eran llevados a Samaría y a Damasco, el Reino del Sur no estaba subyugado ni obligado en esta alianza anti-asiria.

Dos importantes acontecimientos afectaron la retirada de las fuerzas invasoras procedentes de Judá. Cuando los cautivos eran llevados a Samaría, un profeta, llamado Oded, declaró que aquello era un juicio divino sobre Judá y advirtió a los israelitas de la ira de Dios. Gracias a la presión de los príncipes y de una asamblea israelita, los cautivos fueron puestos en libertad por los oficiales del ejército.

Otro hecho importante fue que Acaz rehusó ceder a las demandas sirio-efraimitas, apelando directamente a Tiglat-pileser en demanda de auxilio. El rey asirio había formulado indudablemente sus planes para subyugar la tierra del Oeste. Tal invitación le estimuló seguidamente para entrar en acción. Damasco se convirtió en el punto focal de ataque en las campañas de 733 y 732 a. C., y Tiglat-pileser blasona de haber tomado 591 ciudades en esta zona siria, seguido por la capitulación de Damasco, en el 732. Siria quedó impotente para poder intervenir ni obstaculizar el avance hacia el oes­te de Asiría. Durante el siglo siguiente, Damasco y sus provincias que por doscientos años habían constituido el reino influyente de Siria quedaron so­metidas al control de Asiria.

La caída de Damasco tuvo las subsiguientes repercusiones en Samaría. Peka que había llegado al poder como el campeón de la política anti-asiria, quedó humillado. Con Siria postrada ante el poder asirio, las oportunidades de supervivencia de Israel eran casi nulas y carentes de toda esperanza. Peka se convirtió en la víctima de una conspiración llevada a cabo por Oseas, el siguiente rey. Indudablemente, fue la supresión de Peka lo que salvó a Sama­ría de la conquista en aquella ocasión.

Oseas (731-722 a. C.)

Al convertirse en rey del Reino del Norte en el 731 a. C., Oseas tenía poco que elegir en su política inicial. Fue simplemente un vasallo de Tiglat-pileser quien blasonaba de haberle colocado sobre el trono de Samaría.

El dominio de Oseas fue confinado al territorio de las colinas de Efraín. Galilea y el territorio al este del Jordán, habían estado bajo el control asirio desde la campaña del año 734. Tiglat-pileser III pudo haber conquistado Meguido durante esta serie de invasiones desde el oeste y utilizándola como la capital administrativa para las provincias galileas.

En el año 727 a. C. Tiglat-pileser III, el gran rey de Asiria, murió. Es­perando que Salmanasar no estaría en condiciones de mantener el control de su extenso territorio, Oseas dependió del apoyo de Egipto, al interrumpir sus pagos tributarios a Asiria. Sin embargo, no fue así el caso. Salmanasar puso en marcha sus ejércitos contra Israel, poniendo sitio a la ciudad más fuertemente fortificada de Samaría en el 725 a. C. Durante tres años, Oseas fue capaz de soportar la tremenda presión del poderoso ejército asirio, pero finalmente se rindió en el 722.

Con aquello se terminó el Reino del Norte. Bajo la política asiría de deportación, los israelitas fueron llevados a regiones de Persia. De acuerdo con los anales asirios, Sargón. sucesor de Salmanasar, afirmaba haber hecho 28.000 víctimas. Por contra, los colonos de Babilonia fueron establecidos en Samaría, y el Reino del Norte quedó reducido a la situación de una provincia asiría.

Durante dos siglos los israelitas habían seguido la pauta establecida por Jeroboam I, fundador del Reino del Norte. Incluso con el cambio de dinastía, ísrael nunca se divorció de la idolatría que era diametralmente opuesta a la ley de Dios, como estaba prescrito en el Decálogo. A lo largo de todo este período, los fieles profetas proclamaron el mensaje de Dios, advirtiendo a los reyes al igual que al pueblo del juicio divino que pendía sobre ellos. Por su gran idolatría y el fracaso en servir a Dios, los israelitas quedaron sujetos a la cautividad en manos de los gobernantes asirios.

Habla el Antiguo Testamento por Samuel J. Shultz


 
 
   
 
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis