evangelio mundial
  Los Realistas
 

Capítulo  XI

Los realistas del sur

El quebrantamiento del reino salomónico, dejó a la dinastía davídica con un pequeño fragmento de su antiguo imperio. Con Jerusalén como capital, la línea real de David mantuvo una ininterrumpida sucesión, gobernando el pequeño reino de Judá durante casi un siglo. Sólo seis reyes reinaron du­rante esas nueve décadas (931-841 a. C.).

El reino de Roboam

Reuniéndose los israelitas en el 931 a. C., bajo el liderazgo de Jeroboam, apelaron a Roboam, heredero del trono de Salomón, para reducir los tri­butos. Tres días esperaron para el veredicto. Mientras que los ancianos acon­sejaron a Roboam el aligerar los grandes tributos existentes, los hombres más jóvenes sugirieron que los impuestos tenían que ser incrementados. Cuando Roboam anunció que seguiría la política sugerida por los últimos, se enfrentó con una rebelión abierta. Escapando a Jerusalén, apeló a la milicia para suprimir el levantamiento, pero solamente los hombres de Judá Y Benjamín respondieron a su llamada. Tomando el consejo de Semaías, Roboam no suprimió la rebelión.

Aunque la política tributaria de Roboam fue la causa inmediata de la disgregación del reino, son dignos de tener en cuenta un cierto número de otros hechos. La envidia había existido durante algún tiempo entre las tribus de Judá y las de Efraín (ver Jueces 8:1-3;  12:1-6; II Sam. 2:9; 19:42-43). Aunque David había unificado todo Israel en un gran reino, a pesada contribución en tributos y la labor hecha por las otras tribus para Jerusalén, precipitó la rebelión. La muerte de Salomón dio la oportunidad para que esas y otras tribus se rebelaran contra Judá.

Egipto pudo haber tenido una parte vital en la disgregación del reino salomónico. Allí fue donde Jeroboam encontró refugio durante los últimos días de Salomón. Hadad, el edomita, encontró asilo en Egipto durante los primeros años, pero retornó a Edom, incluso durante el tiempo del rey Salomón (I Reyes 11:14-22). Aunque no se dan detalles, pudo muy bien haber ocurrido que Egipto apoyase a Jeroboam en rebelión contra la dinas­tía davídica.

Otro factor que contribuyó a la división del reino, está explícitamente mencionada en el relato bíblico —la apostasía de Salomón y la idolatría— (I Reyes 11:9-13). Por consideración a David, el juicio fue pospuesto hasta la muerte de Salomón. Roboam tuvo que sufrir las consecuencias.

Como la división actual del reino llegó a ser una realidad, los sacerdotes y los levitas procedentes de varias partes de la nación, vinieron al Reinó del Sur. Jeroboam sustituyó la idolatría por la verdadera religión de Israel. Despachó y apartó a quienes habían estado al servicio religioso, por lo que muchos tuvieron que abandonar sus propiedades y establecerse en Judá. Aquello promovió un real y fervoroso sentimiento religioso por todo el Reino del Sur durante los tres primeros años del reino de Roboam (ITCrón. 11:13-17).

Durante los primeros años de su reinado, Roboam fue muy activo en la construcción y en la fortificación de muchas ciudades por toda Judá y Benjamín. En cada una, situaba comandantes, estableciendo y reforzando así su reinado. Tales ciudades tenían, además, como motivación el establecimiento de sus familias y su distribución, puesto que Roboam, siguiendo el ejemplo de su padre, practicó la poligamia.

Roboam comenzó su reinado con una sincera y religiosa devoción. Cuan­do el reino estuvo bien establecido, él y su pueblo cometieron apostasía (II Crón. 12:1). Como resultado, Sisac, rey de Egipto, invadió Judá en el año quinto del reinado de Roboam y tomó muchas de las ciudades fortificadas, llegando incluso a Jerusalén. Cuando Semaías anunció que esto era un juicio de Dios caído sobre ellos, el rey y los príncipes se humillaron. En respuesta, el profeta les aseguró que la invasión egipcia sería atemperada y que Judá no sería destruida. De acuerdo con la lista de Karnak, Sisac el Egipcio, apoyado por bárbaros procedentes de Libia y Etiopía, sometió unas 150 plazas en Edom, Filistea, Judá e incluso Israel, incluyendo Meguido. Además de su devastación en Judá, Sisac atacó Jerusalén, asolándola, y apropiándose de los tesoros del templo. La espléndida visión de los escudos de oro puro dio paso a otros hechos de bronce en los días de Roboam.

A despecho de su inicial fervor religioso, Roboam sucumbió a la idola­tría. Iddo, el profeta que escribió una historia del reino de Roboam, pudo haber sido el mensajero de Dios para avisar al rey. Por añadidura a la ido­latría y a la invasión por Egipto, una intermitente situación de guerra entre el Reino del Norte y el Reino del Sur hicieron los días de Roboam tiempos de desazón constante. El Reino del Sur declinó rápidamente bajo su man­dato real.

Abiam, continuador de la idolatría

Durante su reinado de tres años, Abiam (913-910 a. C.) apenas sí persistió en las líneas de conducta de su padre, tan de cortos alcances (I Reyes 15:1-8; II Crón. 13:1-22). Activó la crónica situación de estado de guerra entre Israel y Judá, desafiando agresivamente a Jeroboam dentro del territorio efraimita. Un movimiento envolvente llevó las tropas de Israel a una ventajosa posición, pero en el conflicto que siguió, las fuerzas, superadas en número de Abiam, derrotaron a los israelitas. Al tomar Betel, Efraín, Jesana, con los pueblos de los alrededores, debilitó Abiam el Reino del Norte.

Abiam continuó en la tradición del inclusivismo religioso comenzando por Salomón y promovido por Roboam. No abolió el servicio religioso en el templo; pero simultáneamente permitía el culto de dioses extraños. La extensión de esta acción se encuentra mejor reflejada en las reformas de su sucesor. De esta forma, la idolatría se hizo más fuerte y se extendió con más amplitud por todo el reino de Judá en los días de Abiam. Esta política idolátrica habría tenido como resultado la supresión y cambio de la familia real en Jerusalén, de no haber sido por la promesa que en la Alianza se le prometió a David (I Reyes 15:4-5).

Asa inicia la reforma

Asa gobernó en Jerusalén durante cuarenta y un años (910-869 a. C.). Unas condiciones de paz prevalecieron, por lo menos, los primeros diez años de su largo reinado. Consideraciones de tipo cronológico implican que era muy joven cuando murió Abiam. En esto, puede que tenga que ver el hecho de que Maaca continuó como reina madre durante los primeros catorce o quince años del reinado de Asa. A despecho de su influencia, adoptó un programa de reforma en los cuales los altares extranjeros y los lugares altos fueron suprimidos y los pilares y los asherim destruidos. El pueblo fue amonestado para que guardase celosamente la Ley de Moisés y los manda­mientos. Políticamente, este tiempo de paz fue utilizado ventajosamente por el joven rey para fortificar las ciudades de Judá y reforzar el ejército.

En el décimo cuarto año de su reinado (897-896 a. C.), Judá fue atacada Ppr el sur con un potente ejército de los etíopes. Puede que Zera, su caudillo, hiciese esto bajo la presión de Osorkón I, sucesor de Sisac en el trono de Egipto. Con la ayuda divina Asa y su ejército rechazaron a los invasores, persiguiéndoles hasta más allá de Gerar, y volvieron a Jerusalén con abun­dante botín de guerra, especialmente ganado vacuno, ovejas y camellos.

Exhortado por el profeta Azarías tras de tan gran victoria, Asa activó valerosamente su reforma por todo su reino, suprimiendo ídolos en varias ciudades. En el tercer mes del décimo quinto año, hizo una gran asamblea cpn su propio pueblo así como con mucha gente procedente del Reino del Norte que había desertado, cuando reconocieron que Dios estaba con él e hicieron abundantes sacrificios durante aquellas fiestas, tras la reparación e1 altar del Señor. Alentado por el profeta y el rey, el pueblo se avino una alianza de servir a Dios de todo corazón. Indudablemente, fue con apoyo público con el que quitó de su puesto a Maaca, como reina madre de Asera, la diosa cananea de la fertilidad, fue aplastada, destruida y quemada en el valle de Cedrón. Debido al apoyo popular, estas festividades religiosas fueron las más grandes que cualquiera de las habidas en Jerusalén desde la erección del templo de Salomón.

Tales celebraciones religiosas en Judá, indudablemente perturbaron a Baasa. Israel había sido derrotada por Abiam poco antes de que Asa se con­virtiera en rey. Desde entonces, había sido aún más debilitado por la revo­lución, cuando la dinastía de Jeroboam fue suprimida. Contemporáneamente, Asa estableció su reinado durante una era de paz. La deserción de su pue­blo hacia Jerusalén, en el décimo quinto año de Asa (896-895 a. C.) indujo con presteza a Baasa a fortificar Rama (II Crónicas 16:1). Puesto que los caminos que procedían desde el Reino del Norte convergían en Rama, a ocho kms. al norte de Jerusalén, Asa consideró la cuestión como un acto agresivo estratégico. Enviando a Ben-Adad, el rey de Siria, un presente de oro y plata tomado del templo, Asa contrarrestó la agresión israelita. Ben-Adad entonces se apoderó de territorio y ciudades en el Norte de Israel. Cuando Baasa se retiró de Rama, Asa utilizó la piedra y la madera recogida allí para construir y fortificar con ellas Geba y Mizpa.

Aunque la alianza de Asa con Ben-Adad parece que tuvo éxito, Hanani, el profeta, amonestó severamente al rey por su afiliación impía. Valientemen­te recordó a Asa que había confiado en Dios al oponer satisfactoriamente y con éxito a libios y a etíopes bajo Zera. Cuando se encaró con este problema había ignorado a Dios. En consecuencia, se vería sujeto a guerras a partir de entonces. Oyendo aquello, Asa se enfureció de tal modo que metió a Hanani en prisión. Otras personas igualmente sufrieron a causa de su antagonismo.

No hay registros respecto a las guerras o actividades durante el reinado de Asa, que fue largo y dilatado. Dos años antes de su muerte, cayó enfermo de gravedad fatal. Ni incluso en esta situación y este período de sufrimiento buscó al Señor. Aunque Asa era un piadoso y justiciero gobernante durante los primeros quince años de su reinado, no hay indicación en los relatos bíblicos de que jamás se recobrase de su actitud de desafío ante las palabras del profeta. Aparentemente, el resto de su reinado de 41 años no estuvo caracterizado por una positiva y justa actividad que marcó su comienzo. El encarcelamiento de Hanani, el profeta, parece implicar que no tenía temor del Señor ni de su mensajero (II Crón. 17:3). I

Josafat —Un administrador piadoso

El reino de 25 años de Josafat (872-848 a. C.) fue uno de los más alen­tadores y marcó una era de esperanza en la historia religiosa de Judá. En los primeros años de su reinado, Josafat hizo revivir la política de reforma religiosa que había sido tan efectiva en la primera parte del reinado de Asa. Puesto que Josafat tenía treinta y cinco años de edad cuando comenzó a gobernar, debió haber permanecido, muy probablemente, bajo la influencia de los grandes líderes religiosos de Judá, en su infancia y juventud. Su programa estuvo bien organizado. Cinco príncipes, que estaban acompañados por nueve levitas principales y dos sacerdotes, fueron enviados por todo Judá para enseñar la ley. Además de esto, suprimió los lugares altos y los asherim paganos, para que el pueblo no estuviera influenciado por ellos. En lugar de buscar a Baal, como el pueblo probablemente había hecho du­rante las últimas dos décadas del reinado de Asa, este rey y su pueblo se volvieron hacia Dios.

Este nuevo interés hacia Dios tuvo un amplio efecto sobre las naciones circundantes, al igual que sobre Judá. Conforme Josafat fortificaba sus ciudades, los filisteos y los árabes no declararon la guerra a Judá, sino que reconocieron la superioridad del Reino del Sur, llevando presentes y tributos al rey. Este providencial favor y apoyo le animaron a construir ciu­dades para almacenes y fortalezas por todo el país, estableciendo en ellas unidades militares. Además, contaba con cinco comandantes de ejército en Jerusalén, ligados y responsables directamente hacia su persona (II Crón. 17:1-19). Como natural consecuencia, bajo el mandato de Josafat, el Reino del Sur prosperó política y religiosamente.

Existían relaciones amistosas entre Israel y Judá. La alianza matrimonial entre la dinastía de David y Omri, debió realizarse verosímilmente en la primera década del reinado de Josafat (ca. 865 a. C.), puesto que Ocozías, el hijo de esta unión, tenía veintidós años cuando ascendió al trono de Judá en el 841 a. C. (II Reyes 8:26). Este nexo de unión con la dinastía gober­nante del Reino del Norte, aseguró a Josafat del ataque y la invasión pro­cedente del Norte.

Aparentemente, transcurrió más de una década del reinado de Josafat sin noticias entre los primeros dos versículos de II Crón. 18. El año era el 853 a. C. Después de la batalla de Qarqar, en la cual Acab había participado en la alianza siria, para oponerse a la fuerza expansiva de los asirios, Acab agasajó a Josafat de lo más suntuosamente en Samaría. Mientras Acab consi­deró la recuperación de Ramot de Galaad, que Ben-Adad el rey sirio no le había devuelto de acuerdo con el tratado de Afee, invitó a Josafat a unirse a él en la batalla. El rey de Judá respondió favorablemente; pero insistió en asegurarse de los servicios y del consejo de un verdadero profeta. Micaías predijo que Acab sería muerto en la batalla. Al tener conocimiento de aquello, Acab se disfrazó. Al ser herido mortalmente por una flecha perdida, Josafat consiguió escapar volviendo en paz a Jerusalén.

Jehú confrontó a Josafat valientemente con la palabra del Señor. Su fraternización con la familia real de Israel, estaba disgustando al Señor. El juicio divino vendría seguidamente, sin duda. Para Jehú esto fue un gran acto de valor desde que su padre, Hanani, fue llevado a prisión por Asa por haber amonestado al rey. Concluyendo su mensaje, Jehú felicitó a Josafat por quitar de en medio los asherim y el someterse y buscar a Dios.

En contraste con Asa, su padre, Josafat respondió favorablemente a esta amonestación. Personalmente fue por toda Judá desde Beerseba hasta Efraín para alentar al pueblo a volverse hacia Dios. Completó esta reforma, nombrando jueces en todas las ciudades fortificadas, amonestándoles a que juzgasen con el temor de Dios, más bien que a tenor de juicios particulares o aceptando sobornos. Los casos en disputa debían apelarse a Jerusalén, donde los levitas, los sacerdotes y los cabeza de familia importantes, tenían a su cargo el rendir justas decisiones. Amarías, el jefe de los sacerdotes, era en última instancia responsable de todos los casos religiosos. Las cues­tiones civiles y criminales, estaban a cargo de Zebadías, el gobernador de la casa de Judá.

Poco después de todo esto, Josafat se vio enfrentado a una terrorífica invasión procedente del sudeste. Un mensajero informó que una gran mul­titud de amonitas y moabitas se dirigían hacia Judá procedentes de la tierra de Edom, al sur del mar Muerto. Si aquello era el castigo implicado en la predicción de Jehú sobre la pendiente ira de Dios, entonces es que Josafat había preparado sabiamente a su pueblo. Cuando proclamó el ayuno, el pueblo de todas las ciudades de Judá respondió inmediatamente. En la nueva corte del templo, el propio rey condujo la oración, reconociendo que Dios les había otorgado la tierra prometida, manifestado su presencia en el templo dedicado en los días de Salomón y prometido la liberación, si se postraban humildemente ante El. En las simples palabras: "ni sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos", Josafat expresó su fe en Dios, cuando concluyó su oración (IICrón. 20:12). Mediante Jahaziel, un levita de los hijos de Asa, la asamblea recibió la seguridad divina de que incluso sin tener que luchar ellos verían una gran victoria. En respuesta, Josafat y su pueblo se inclinaron y adoraron a Dios, mientras que los levitas audi­blemente alabaron al Señor.

A la mañana siguiente, el rey condujo a su pueblo al desierto de Tecoa y les alentó a ejercitar su fe en Dios y en los profetas. Cantando alabanzas a Dios, el pueblo marchaba contra el enemigo. Las fuerzas enemigas fueron lanzadas en una terrible confusión y se masacraron unos a otros. El pueblo de Judá empleó tres días en recoger el botín y los despojos de la guerra. Al cuarto día, Josafat reunió a su pueblo en el valle de Beraca para una reunión de acción de gracias, reconociendo que sólo Dios les había dado la victoria.  En una marcha triunfante, el rey les condujo a todos de vuelta a Jerusalén. El temor de Dios cayó sobre las naciones de los alrededores cuan­do supieron de esta milagrosa victoria. Josafat de nuevo volvió a gozar de paz y quietud.

Con un nuevo rey, Ocozías, sobre el trono omrida de Israel, Josafat entró una vez más en íntima afinidad con esta malvada familia. En un esfuerzo conjunto, intentaron fletar barcos en Ezión-geber para propósitos comercia­les. De acuerdo con la predicción del profeta Eliezer, los barcos naufragaron (II Crón. 20:35-37). Cuando Ocozías le propuso otra nueva aventura, Josafat declinó la proposición (I Reyes 22:47-49).

Antes del fin de su reinado, Josafat de nuevo entró en alianza con un rey de Israel. Esta vez fue con Joram, otro de los hijos de Acab. Cuando Acab murió, Moab cesó de pagar tributos a Israel. Aparentemente, Ocozías, en su corto reinado, no dijo nada al respecto. Cuando Joram se convirtió en rey, invitó a Josafat a unir sus fuerzas con él en una marcha a través de Edom para someter a Moab (II Reyes 3:l-27). Josafat de nuevo tuvo conciencia del hecho de que estaba aliado con reyes impíos, cuando el profeta Elíseo salvó a los tres ejércitos de la destrucción.

Josafat murió en el año 848 a. C. En agudo contraste con la dinastía omrida, condujo a su pueblo en la lucha contra la idolatría en todos sus aspectos. Por su íntima asociación con los reyes malvados e impíos de Israel, sin embargo, fue severamente amonestado por varios profetas. Esta política de alianza matrimonial no afectó seriamente a su nación, mientras él vivió, pero fue causa de que quedase casi eliminada la dinastía davídica de Judá, menos de una década después de su muerte. Esta complacencia de su política inclusivista, anuló con mucho, los esfuerzos de toda una vida, en el bueno y piadoso rey Josafat.

Joram vuelve a la idolatría

Joram, el hijo de Josafat, gobernó sobre Judá durante ocho años (848-841 a. C.). Aunque era corregente con su padre, no asumió mucha responsa­bilidad hasta después de morir Josafat. En el relato escriturístico (II Crón. 21:1-20; II Reyes 8:16-24) se dan ciertas fechas sobre la base de su acceso al trono en el 853, mientras que otros se refieren al 848 a. C. cuando asumió el completo dominio del remo.

La muerte de Josafat precipitó rápidos cambios en Judá. El pacífico gobierno que había prevalecido bajo Josafat, fue pronto reemplazado por el derramamiento de sangre y una gran idolatría. Tan pronto como Joram estuvo seguro en el trono, asesinó a seis de sus hermanos, a quienes Josafat había asignado el mando de sendas ciudades fortificadas. Muchos de los príncipes siguieron la misma suerte. El hecho de que adoptase los mismos caminos pecaminosos de Acab y Jezabel parece razonable atribuirlo a la influencia de su esposa, Atalía. Restauró los lugares altos y la idolatría, que su padre había suprimido y destrozado. También se produjeron cambios en otras cuestiones y aspectos. De acuerdo con Thiele, Joram, en este tiempo, incluso adoptó para Judá el sistema del año de no accesión, y su numeración, utilizado en el Reino del Norte.

Elías el profeta reprochó severamente a Joram por escrito (II Crón. 21:11-15). Mediante aquella comunicación escrita, Joram fue advertido de estar pendiente de juicio por su crimen al matar a sus hermanos y conducir a Judá por los perversos caminos del Reino del Norte. El tenebroso futuro suponía una plaga para Judá y una enfermedad incurable para el propio rey.

Edom se revolvió contra Joram. Aunque él y su ejército estaban rodea­dos por los edomitas, Joram huyó y Edom ganó así su independencia. Los filisteos y los árabes que habían reconocido a Josafat pagándole tributos, no solamente se revolvieron, sino que avanzaron hacia Jerusalén, llegando a atacar y a destrozar el propio palacio del rey. Se llevaron con ellos un enor­me tesoro y tomaron como cautivos a los miembros de la familia de Joram, con la excepción de Atalía y un hijo, Joacaz o Ocozías.

Dos años antes de su muerte, Joram fue tocado con una terrible e incu­rable enfermedad. Tras un período de terribles sufrimientos, murió en el 841 a. C. Los trágicos y sorprendentes efectos de este corto reinado, están reflejados en el hecho de que nadie lamentó su muerte. Ni siquiera se acordó darle el honor usual de ser enterrado en la tumba destinada a los reyes.

Ocozías promueve el baalismo

Ocozías tuvo el más corto de los reinados durante este período, siendo rey de Judá menos de un año (841 a. C.). Mientras que Joram había ase­sinado a todos sus hermanos cuando llegó al trono, los hijos de Joram fueron todos muertos por los árabes con la excepción de Ocozías. Consecuentemente, el pueblo de Judá no tuvo otra alternativa que coronar rey a Ocozías. Bajo el consejo personal de su madre, la maldad de Acab y Jezabel encontró completa expresión cuando Ocozías se convirtió en rey de Judá. Bajo la dominación de aquella mujer y la influencia de su tío, Joram, que gobernaba Samaría, Ocozías tuvo poco que elegir. La pauta ya había sido establecida por su padre.

Siguiendo el consejo de su tío, el nuevo rey se unió a los israelitas en la batalla contra Siria. Puesto que Hazael acababa de reemplazar a Ben-Adad como rey de Damasco, Joram decidió que aquella era la oportunidad de recuperar Ramot de Galaad de los sirios. En el conflicto que siguió, Joram fue herido. Ocozías, estaba con Joram en Jezreel, el palacio de verano de la dinastía omrida, cuando la revolución estalló en Israel. Mientras Jehú marchaba contra Jezreel, Joram fue mortalmente herido, mientras que Oco-cías buscó refugio en Samaría. En otra persecución posterior, fue fatalmente herido y moría en Meguido. Como muestra de respeto por Josafat, su nieto, Ocozías fue enterrado con los honores de rey en Jerusalén.

Sin un heredero calificado para hacerse cargo del reino de Judá, Atalía ocupó el trono en Jerusalén. Para asegurar su posición comenzó con la eje­cución de la familia real (II Crón. 22:10-12). Lo que Jezabel, su madre, había hecho con los profetas en Israel, Atalía hizo con la familia de David en Judá. A través de una alianza matrimonial arreglada por Josafat con el malvado Acab, esta nieta de Etbaal, rey de Tiro, se convertía en la esposa del heredero del trono de David. Indudablemente, ella no se mantuvo todo el tiempo que vivió Josafat. Lo que ella hizo en Judá, tras su muerte, es trágicamente aparente en los acontecimientos que se desarrollaron en los días de su marido, Joram, y de su hijo, Ocozías. A esto, siguió un período de terror que duró seis años (841-835 a. C.).

Habla el Antiguo Testamento por Samuel J. Shultz


 
 
   
 
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