evangelio mundial
  Mano de Dios
 

Capítulo   XVI

La buena mano de Dios

Con la crisis internacional del 539 a. C., mediante la cual Persia ganó la supremacía sobre Babilonia, dio la oportunidad a los judíos para volver a establecerse en Jerusalén. Pero por la época, muchos de los exiliados estaban tan confortablemente situados junto a las aguas de Babilonia, que ignoraron el decreto que les permitía retornar a Palestina. Consecuentemente, la tierra del exilio continuó siendo el hogar de los judíos para las generacio­nes que habían de venir.

Las fuentes bíblicas tratan en primer lugar con los exiliados que retor­naron a su hogar patrio. Las memorias de Esdras y Nehemías, aunque bre­ves y selectivas, prestan los hechos esenciales que conciernen al bienestar del restaurado estado judío en Jerusalén. Ester, el único libro del Antiguo Testamento dedicado en exclusividad a los que no volvieron, también pertenece a este período. Con objeto de mantener una secuencia histórica, el presente estudio trata la historia de Ester junto con Esdras y Nehe­mías. Cronológicamente, esta materia se divide en cuatro períodos: (1) Jerusalén restablecido, Esdras 1-6 (ca. 539-515 a. C.); (2) Ester la Reina, Ester 1-10 (ca. 483); (3) Esdras el reformador, Esdras 7-10 (ca. 457); (4) Nehemías el Gobernador, Neh. 1:13 (ca. 444).

Jerusalén restablecido

De cara a la oposición y a los sufrimientos de Judea, los judíos que habían vuelto no estuvieron en condiciones inmediatamente de completar 'a construcción del templo. Transcurrieron aproximadamente veintitrés años antes de que lograran su primer objetivo.

El retorno de Babilonia

Cuando Ciro entró en la ciudad de Babilonia en el 539, afirmó que había sido enviado por Marduc, el jefe de los dioses babilónicos, quien buscaba un príncipe justo. Consecuentemente, la ocupación de Babilonia ocurrió sin ninguna batalla, ni la destrucción de la ciudad. Inmediatamente, Ciro anunció una política que era el reverso exacto de la práctica brutal de desplazar a los pueblos conquistados. Comenzando con, Tiglat-pileser III (745) los reyes asirios habían aterrorizado a las naciones subyugadas, tras­ladando a sus gentes a distantes tierras. Por tanto, los babilonios habían seguido el ejemplo asirlo. Ciro, por otra parte, proclamó públicamente que el pueblo desplazado podía volver a su hogar patrio y rendir culto a sus dioses en sus propios santuarios.

Hay dos copias de la proclamación de Ciro para los judíos que están pre­servadas en el libro de Esdras. El primer relato (1:2-4) está en hebreo, mien­tras que el segundo (6:3-5) está redactado en arameo. Un estudio reciente revela que el último representa un "dikrona", un término oficial arameo que denota un decreto oral dado por un gobernante. Esto no se hacía con la intención de ser publicado, sino que servía como un memorándum para que el oficial apropiado iniciara una acción legal. Esdras 6:2 indica que la copia aramea estuvo situada en los archivos del gobierno en Ecbatana, la residencia de verano de Ciro en el 538 a. C.

El documento hebreo fue preparado para su publicación en destino a los israelitas en el exilio. En las comunidades judías por todo el imperio, fue verbalmente anunciado en idioma hebreo. Adaptándolo a su religión, el rey persa afirmó que él estaba comisionado por el Señor Dios de los cielos para construir un templo en Jerusalén. De acuerdo con esto, permitió a los judíos que volviesen al país de Judá. Alentó a aquellos que permanecieron para ayudar a los emigrantes con ofrendas de oro, plata, bestias y otros suminis­tros para el restablecimiento del templo de Jerusalén. Incluso Ciro, lo mismo que había prestado reconocimiento a Marduc cuando entró en Babilonia, en aquella ocasión quiso prestar reconocimiento al Dios de los judíos. Aunque esto pudo haber sido solamente una cuestión de maniobra política por su parte, con todo, cumplió la predicción de Isaías de que después de su exilio, Dios utilizaría a Ciro para que los judíos volviesen a su hogar patrio (Is. 45:1-4).

En respuesta a esta proclamación, miles de exiliados prepararon el re­torno. Ciro ordenó a su tesorero que devolviese a los judíos todo lo que Nabucodonosor había tomado de Jerusalén. El tesoro, especialmente con­sistente en los vasos sagrados de Jerusalén, fue confiado a Sesbasar, un príncipe de Judá, para transportarlo. Únicos entre todas las naciones, los judíos no tenían ninguna estatua de su Dios que ser restaurada, aunque esta provisión queda incluida en el decreto dado por Ciro, al efecto. El arca del pacto, que era el objeto más sagrado de Israel, entre sus pertenencias, tuvo indudablemente que haberse perdido en la destrucción de Jerusalén. Con la aprobación y el apoyo del rey de Persia, los exiliados hicieron con éxito el largo y azaroso camino hacia Jerusalén, siempre con la idea de reconstruir el templo que había estado en ruinas por casi cincuenta años. Aunque no se sabe exactamente la fecha de este retorno, debió ocurrir muy verosímilmente en el 538 a. C., o posiblemente al año siguiente.

De acuerdo con lo registrado por Esdras, 50.000 exiliados aproximadamente retornaron a Jerusalén. De los once jefes mencionados, Zorobabel y Josué aparecen como los más activos en guiar al pueblo en su intento en restaurar el orden, en aquellas caóticas condiciones. El primero, siendo el nieto de Joaquín, representaba a la casa de David en el liderazgo político. El último sirvió como sumo sacerdote oficiando en cuestiones religiosas.

El establecimiento en Jerusalén

Por el séptimo mes del año de su retorno el pueblo se hallaba suficien­temente bien asentado en los alrededores de Jerusalén, para reunirse en masa y construir el altar del Dios de Israel y restablecer los sacrificios del fuego como estaba prescrito por Moisés (Ex. 29:38 ss.). En el décimo quinto día de ese mes, observaron la Fiesta de los Tabernáculos de acuerdo con los requerimientos escritos (Lev. 23:34 ss.). Con aquellas impresionantes fes­tividades, se restauró el culto en Jerusalén, de tal forma que la luna nueva y otras fiestas siguieron a su debido tiempo y en la época propicia. Con la restauración del culto, el pueblo proporcionó dinero y alimento para los albañiles y carpinteros quienes negociaron con los fenicios, para obtener materiales de construcción de acuerdo con el permiso otorgado por Ciro.

La construcción del templo comenzó en el segundo mes del próximo año, bajo la supervisión de Zorobabel y Josué. Los levitas de veinte años y mayores, sirvieron como capataces. Los cimientos del templo se pusieron durante una apropiada ceremonia con los sacerdotes vestidos con adecuados ornamentos y tocando las trompetas. Según las directrices dadas por David, rey de Israel, los hijos de Asaf ofrecieron alabanzas acompañadas por cím­balos. Aparentemente hubo un canto de antífonas, en donde un coro can­taba "Alabad a Dios porque es bueno" mientras que otro respondía con "Y su misericordia permanece para siempre". A partir de ahí la multitud reunida en asamblea se unió en una alabanza de triunfo. Pero no todos gri­taban con alegría, la gente anciana que todavía podía recordar la gloria y la belleza del templo de Salomón, lloraba amargamente dolorida.

Cuando los oficiales de Samaría oyeron decir que se estaba reconstru­yendo el templo, intentaron interferir, ya que aparentemente consideraban a Judá como parte de la provincia. Reclamando que ellos habían rendido culto al mismo Dios siempre, desde los tiempos de Esar-hadon (681-668 a. C.) que los había situado en Palestina, solicitaron de Zorobabel y de otros jefes que les permitiesen tomar parte en la construcción del templo. Cuando su solicitud fue denegada, se volvieron abiertamente hostiles y adoptaron una política de frustración y de desaliento a la colonia que luchaba entre sí. Y obstaculizaron el trabajo en el templo por todo el resto del reinado de Ciro y el de Cambises, incluso hasta el segundo año del reinado de Darío (520 a. C.).

Inserto en la narrativa de Esdras, en esta cuestión, está el informe de la subsiguiente oposición. Esdras 4:6-23 es el relato de la interferencia enemiga durante los días de Asuero o Jerjes (485-465 a. C.) y el reinado de Artajerjes (464-424). Los forasteros, asentados en las ciudades de Samaría, apela­ron a Artajerjes para investigar los registros históricos concernientes a las rebeliones que habían tenido lugar en Jerusalén en tiempos pasados. Como resultado, se produjo un edicto real dando poderes a los samaritanos para detener a los judíos en sus esfuerzos para reconstruir la ciudad de Jerusalén. Puesto que Nehemías llegó a Jerusalén en el 444 a. C., autorizado por Ar­tajerjes para reconstruir las murallas, es verosímil que este decreto que fa­vorecía a los de Samaría fuese emitido en los primeros años de su reinado, presumiblemente con anterioridad a la llegada de Esdras en el 475 a. C.

El nuevo templo

En el año segundo de Darío (520 a. C.) los judíos acabaron el trabajo en el templo. Hageo, con el mensaje de Dios para la ocasión, conmovió a la gente y a los jefes recordándoles que habían estado tan absortos en reconstruir sus propias casas que habían descuidado el lugar del culto. En menos de un mes, Zorobabel y Josué llevaron al pueblo en un renovado es­fuerzo para reconstruir el templo (Hageo 1:1-15). Poco después, el profeta Zacarías colaboró con Hageo en estimular el programa de construcción (Zac. 1:1).

La reanudación de las actividades constructoras en Jerusalén captó inmediatamente la atención de Tatnai, el sátrapa de Siria, y de sus colegas, quienes representaban los intereses de Persia en aquella zona. Aunque ha­bían ido a Jerusalén para hacer una completa investigación, propusieron la acción, mientras aguardaron el veredicto de Darío. En una carta dirigida al rey persa, informaron de sus hallazgos concernientes al pasado y a los acontecimientos del presente, respecto a la erección del templo. Se ocupa­ron primeramente de la afirmación judía de que Ciro había garantizado el permiso para construir el templo.

Siguiendo esta advertencia, Darío ordenó una investigación en los ar­chivos de Babilonia en Ecbatana, capital de la Media. En esta última, se encontró un dikrona, anotándose en arameo el edicto de Ciro. Además de verificar este decreto, Darío emitió órdenes estrictas para que Tatnai y sus asociados se abstuvieran de interferir de ningún modo. También orde­nó que el tributo real de la provincia de Siria fuese entregado a los judíos para su programa de construcciones. También dio instrucciones para proporcionar un adecuado suministro que permitiesen sacrificios diarios de tal forma que los sacerdotes en Jerusalén pudiesen interceder por el bienes­tar del rey de Persia. Consecuentemente, la investigación de Tatnai que tenía intenciones injuriosas, providencialmente resultó no sólo en favor del apoyo político de Darío, sino también en la ayuda material de los distritos inmediatos oficiales, para el proyecto.

El templo fue completado en cinco años, 520-515 a. C. Aunque erigido en el mismo lugar, no podía tener la misma belleza ni el precioso acabado artesano que la estructura construida por David y Salomón, con la elaborada preparación que hizo el primero con sus infinitos recursos, Basándose en Macb. 1:21, y 4:49-51, se hace aparente que el resultado fue inferior. En el sagrado lugar del altar de los inciensos, se hallaban los sagrados orna­mentos y el candelabro de los siete brazos (Salomón en, su época había pro­visto generalmente al altar con diez candelabros). El arca del pacto se había perdido en el lugar más sagrado del templo. Josefo indica que cada ano, en el Día de la Expiación, el sumo sacerdote colocaba su incensario en la losa de piedra que marcaba la antigua posición del Arca.

Parrot, en sus estudios sobre el templo, concluye que los planes de Sa­lomón y del santuario, fueron seguidos probablemente por Zorobabel. Re­ferencias sueltas en Esdras y en los libros de los Macabeos, pueden servir solo como sugerencias. De acuerdo con Esdras 5:8, y 6:3-4, se emplearon grandes piedras con vigas de madera en la construcción de los muros. Las medidas dadas son incompletas en el presente texto. Una reciente interpre­tación de un decreto de Antíoco III de Siria (223-187) indica la existencia de un atrio interior y otro exterior. Todos eran admitidos al último, pero sólo los judíos que se habían conformado a la pureza de las leyes levíticas tenían permiso para entrar al atrio interior. Se hicieron también provisiones de habitaciones adecuadas donde almacenar los utensilios utilizados en el templo. Una de tales habitaciones fue apropiada por el amonita Tobías por un corto período, durante la época de Nehemías (Neh. 13:4-9).

Las ceremonias de dedicación para este templo tuvieron que haber sido algo impresionante. Complicadas ofertas consistentes en 100 toros, 200 carneros, 400 corderos y una ofrenda de 12 machos cabríos, representando las doce tribus de Israel. La última ofrenda significaba que este culto re­presentaba a la nación entera con quien se había hecho el pacto. Con este servicio de dedicación los sacerdotes y los levitas iniciaron sus servicios regulares en el santuario, según estaba prescrito para ellos, en la Ley de Moisés.

Al mes siguiente, los judíos observaron, la pascua. Con las adecuadas ceremonias de purificación, los sacerdotes y los levitas fueron preparados para oficiar en la celebración de esta histórica observancia. Los sacerdotes fueron así calificados para rociar la sangre mientras que los levitas mataban los corderos para la totalidad de la congregación. Aunque, originalmente, el cabeza de cada familia mata el cordero de pascua (Ex. 12:6), los levitas ha­bían sido asignados a esta obligación para toda la comunidad desde los días de Josías (II Crón. 30:17) cuando la mayor parte del laicado no estaba calificado para hacerlo. En esta forma, los levitas también aligeraban las extenuantes obligaciones de los sacerdotes, al ofrecer los sacrificios y rociaban la sangre (II Crón. 35:11-14).

Los israelitas que todavía estaban viviendo en Palestina, se unieron a los exiliados que volvían en esta alegre celebración. Separándose de las prácticas paganas a las cuales habían sucumbido, los israelitas renovaron su pacto con Dios a quien daban culto en el templo.

La dedicación del templo y la observancia de la pascua en la primavera del 515 a. C. marcaron una crisis histórica en Jerusalén. Las esperanzas de los desterrados se habían realizado al restablecer el templo como un lugar de culto divino. Al mismo tiempo, se les recordaba por la pascua la redención de la esclavitud de Egipto. También gozaron, con la realidad de volver a la patria procedentes del exilio en Babilonia.

La historia de Ester

El relato bíblico es casi completamente silencioso por lo que concierne al estado judío en Jerusalén desde el tiempo de la terminación del templo en el año sexto de Darío (515 a. C.) hasta el reinado de Artajerjes I, que comenzó en el 464 a. C. La historia de Ester constituye la principal fuente bíblica para este período. Históricamente está identificado con el reinado de Asuero o Jerjes (485-465 a. C.) y está restringido al bienestar de los exiliados que no volvieron a Jerusalén.

Aunque el nombre de Dios no se menciona en el libro de Ester, la divina providencia y el cuidado sobrenatural aparecen por doquier. El ayuno está reconocido como una práctica religiosa. La fiesta del Purim conmemo­rando la liberación de los judíos, encuentra una razonable explicación, cuan­do los acontecimientos en el libro de Ester están reconocidos como el fon­do histórico. La referencia a esta fiesta en II Macab. 15:36, como el día de Mardoqueo, indica que era observada en el siglo II a. C. En los días de Josefo, el Purim era celebrado durante toda una semana(Antiquities, xi, 6:13). 

Susa, la capital de Persia, es el punto geográfico de interés en el libro de Ester. Desde los días de Ciro, había compartido la distinción de ser una ciudad real, como Babilonia y Ecbatana. El magnífico palacio de Jerjes ocupaba dos acres y medio de la acrópolis de esta gran ciudad elamita. Cro­nológicamente, los sucesos de Ester están fechados en el año tercero al duodécimo de Jerjes (ca. 483-471 a. C.).

Los judíos en la corte persa

De todo este vasto imperio que se extendía desde la India a Etiopía, Jerjes reunió a los gobernadores y oficiales en Susa por un período de seis meses, durante el tercer año de su reinado. En una celebración de siete días, el rey les atendió con banquetes y fiestas, mientras que la reina Vasti era la anfitriona en el banquete para las mujeres. Al séptimo día, Jerjes, intoxi­cado, solicitó la aparición de Vasti para mostrar su corona y belleza ante su festivo auditorio y los dignatarios del gobierno. Ella ignoró las órdenes del rey, rehusando con ello poner en peligro su real prestigio. Jerjes se puso furioso. Conferenció con los sabios, quienes le aconsejaron que depusiera a la reina. El rey actuó de acuerdo con este consejo y suprimió a Vasti de la corte real. Las mujeres de todo el imperio recibieron el aviso de honrar y obedecer a sus maridos a menos que quisieran seguir el ejemplo de Vasti.

Cuando Jerjes comprobó que Vasti había quedado relegada al olvido por su edicto real, dispuso la elección de una nueva reina. Se eligieron doncellas por toda Persia y fueron llevadas a la corte del rey en Susa. Entre ellas, estaba Ester, una huérfana judía que había sido adoptada por su primo Mardoqueo. A su debido tiempo, cuando las doncellas aparecieron ante el rey, Ester, que había escondido su identidad racial, fue favorecida por encima de todas las demás y coronada reina de Persia. En el séptimo año del reinado de Jerjes, ella recibió público reconocimiento y se celebró un banquete ante los príncipes.

El rey mostró su placer por el reconocimiento de Ester, como reina, al anunciar la reducción de tributos, al par que liberalmente distribuyó re­galos.

Con anterioridad a la elevación de Ester, Mardoqueo expresó su profun­da preocupación respecto al bienestar de su prima merodeando constante­mente por la corte real. De la misma forma, mantuvo estrecho contacto con Ester tras que hubo sido proclamada reina. Así es, como Mardoqueo, mientras que se hallaba cerca de las puertas de palacio, supo que dos guardias conspiraban para matar al rey. A través de Ester, el complot fue comunica­do a las autoridades competentes y los dos criminales fueron ahorcados. En la crónica oficial, Mardoqueo gozó del crédito de haber salvado la vida del rey.

Amenaza al pueblo judío

Aman, un miembro influyente de la corte de Jerjes, gozaba de un elevado puesto sobre todos los demás favoritos de la corte. De conformidad con la orden del rey, fue debidamente honrado por todos, excepto por Mardoqueo, que como judío rehusó prestar obediencia. Sabiéndolo, Aman no tomó ninguna medida para castigar a Mardoqueo. Sin embargo, Aman sabía que Mardoqueo era judío y en consecuencia desarrolló un plan para la ejecu­ción de todos los judíos. No solamente extendió el rumor y la sospecha sobre de que eran peligrosos para el imperio, sino que aseguró al rey de las enormes ganancias que se obtendrían de confiscar todos sus bienes y propiedades. El rey dio oídos a la sugerencia de Aman y prestó su sello real para dar la co­rrespondiente orden. En "consecuencia, en el décimo tercero día de Nisan (el primer mes) se publicó un edicto para la aniquilación de todos los judíos por todo el Imperio Persa. Aman designó el día décimo tercero de Adar (el mes duodécimo) como la fecha de la ejecución.

Por todas partes, este decreto al ser hecho público, hizo que los judíos respondiesen con ayunos y luto. Cuando el propio Mardoqueo apareció en las puertas del palacio vestido de saco y cubierto de cenizas, Ester le envió un traje nuevo. Mardoqueo rehusó la oferta y alertó a Ester de lo que concernía a la suerte de los judíos. Cuando Ester habló del peligro personal que implicaba el aproximarse al rey sin una invitación, Mardoqueo sugirió que ella había sido dignificada con la posición de reina para una oportunidad precisamente como aquella. Por lo tanto, Ester resolvió arries­gar su vida por su pueblo y solicitó que éste tuviera un ayuno de tres días.

Al tercer día, Ester apareció ante el rey. Ella invitó al rey y a Aman a cenar. En aquella ocasión no dio a conocer su preocupación verdadera, sino simplemente solicitó que el rey y Aman aceptasen la invitación para cenar al próximo día. En su camino a casa, Aman se enfureció de nuevo cuando Mardoqueo rehusó inclinarse ante él. Ante su esposa y a un grupo de amigos reunidos, se jactó de todos los honores reales que se le habían concedido, pero indicó que todas las alegrías se habían disipado por la actitud de Mardoqueo. Recibiendo el consejo de colgar a Mardoqueo, Aman inmediata­mente ordenó la erección de un cadalso para la ejecución.

Triunfo de los judíos

Aquella misma noche, Jerjes no pudo conciliar el sueño. Su insomnio pudo haber evocado en él el hecho de que algo había quedado sin hacer. No se le habían leído las crónicas reales. Inmediatamente, tras que supo para su sorpresa que Mardoqueo nunca había sido recompensado por descubrir el complot de palacio, hecho por los guardias, Aman llegó a la corte espe­rando tener la seguridad de la aprobación del rey para la ejecución de Mardoqueo. El rey preguntó en el acto a Aman qué debería hacerse por un hombre a quien el rey deseaba honrar. Aman, con la segura confianza de que se trataba de él, recomendó que tal hombre debería ser vestido con ropajes reales y escoltado por un noble príncipe a través de la plaza principal de la ciudad, montando el caballo del rey y proclamando como un alto oficial, como decisión del rey por tal alto honor. La sorpresa que re­cibió Aman fue indescriptible cuando supo que era Mardoqueo quien iba a recibir semejantes honores reales y que él mismo había sugerido.

Las cosas se precipitaron. En el segundo banquete, Ester no vaciló más. Valientemente y en presencia de Aman, la reina imploró al rey el que la salvara a ella y a su pueblo de la aniquilación. Cuando el rey inquirió quién había podido hacer tales proyectos para el pueblo de Ester, ella sin vacilar, señaló a Aman como el criminal instigador. Furioso el rey salió de la habitación real. Dándose cuenta de la seriedad de la situación, Aman rogó por su vida ante la reina. Cuando el rey volvió, encontró a Aman pos­trado en el diván real mientras que la reina permanecía sentada. Equivocan­do las intenciones de Aman, Jerjes ordenó la ejecución de Aman. Irónicamente, Aman fue colgado en la misma horca que él había preparado para Mardoqueo (Ester 7:10).

Tras la deshonrosa muerte de Aman, Mardoqueo se convirtió en un personaje influyente en la corte de Jerjes. El último edicto de matar a todos los judíos fue anulado inmediatamente. Además, con la aprobación del rey, Mardoqueo emitió un nuevo edicto estableciendo que los judíos pudieran vengarse por sí mismos de cualquier ofensa que se les hiciese. Los judíos se pusieron tan alegres con este anuncio, que muchos comenzaron a temer las consecuencias. No pocos adoptaron las formas exteriores de la religión judía con objeto de evitar la violencia.

La fecha crucial fue el décimo tercer día de Adar, que Aman había designado para la aniquilación de los judíos y la confiscación de sus propie­dades. En la lucha que siguió, miles de no judíos fueron muertos. Sin embargo, la paz fue pronto restaurada y los judíos instituyeron una celebra­ción anual para conmemorar su liberación. Purim fue el nombre que se dio a este día de fiesta porque Aman había determinado aquella fecha echándolo a suertes, o Pur.

Esdras el reformador

Cincuenta y ocho años pasaron en silencio entre Esdras 6 y 7. Se conoce muy poco respecto a los acontecimientos en Jerusalén desde la dedicación del templo (515 a. C.) hasta el retorno de Esdras (457) en el año séptimo de Artajerjes, rey de Persia.

Un breve informe de las actividades de Esdras en Jerusalén, y en el re­torno de los exiliados bajo su caudillaje, se da en Esdras 7:1-10:44.

I. Retorno de Esdras                                                                 Esdras  7:1-8:36

Cronológicamente, las fechas dadas en estos capítulos no cubren necesariamente más de un año. El siguiente parece ser el orden de los acontecimientos :

Nisán (primer mes)

1-3 acampamento junto al río Ahava.

4-11 preparación para la jornada.

12 comienzo de la jornada hasta Jerusalén.

Ab (mes quinto)

El primer día de este mes llegan a Jerusalén.

Kislev (mes noveno)

Asamblea pública convocada en Jerusalén tras de que Esdras es informa­do respecto a los matrimonios mixtos.

Tabeth (mes décimo)

Comienzo de la investigación sobre la culpabilidad de los grupos y final del primer día de Nisán.

El retorno de Esdras

Entre los exiliados de Babilonia, Esdras, un levita piadoso de la familia de Aarón, se dedicó al estudio de la Tora. Su interés en dominar la ley de Moisés, encontró expresión en un ministerio de enseñanza a su pueblo. Siempre dispuesto a volver a Palestina, Esdras apeló a Artajerjes para la aprobación de su movimiento de retorno a la patria. Para alentar a los exiliados a retornar a Jerusalén bajo el mando de Esdras, el rey persa emitió un decreto importante (Esdras 7:11-26), comisionando a Esdras para nombrar magistrados y jueces en la provincia judía. Además, Esdras recibió poderes para confiscar las propiedades y encarcelar o ejecutar a cualquiera de los que no estuviesen conformes.

Artajerjes hizo un generoso apoyo financiero aprovisionando la misión de Esdras. Generosas contribuciones reales, ofrendas hechas por libre vo­luntad de los propios exiliados y vasos sagrados para uso del templo, fueron dados a Esdras para el templo de Jerusalén. Artajerjes tenía tal confianza en Esdras que le entregó un cheque en blanco contra el tesoro real para cualquier cosa que estimara necesaria en el servicio del templo. Los gobernadores provinciales situados más allá del Eufrates, recibieron la orden de suministrar a Esdras en dinero y alimentos, bajo apercibimiento de que la familia real caería en el castigo de la ira del Dios de Israel. Para mayor ven­taja todavía, todos aquellos que estuviesen dedicados al servicio del templo, cantores, sirvientes, porteros, guardianes y sacerdotes, quedaron exentos de tributos.

Reconociendo el favor de Dios y alentado por el cordial y generoso apo­yo de Artajerjes, Esdras reunió a los jefes de Israel sobre las orillas del río <^hava en el primer día de Nisán Cuando Esdras notó que los levitas estaban ausentes nombró una delegación para llamar a iddo en Casifia. En respuesta, 40 levitas y 220 sirvientes del templo se unieron a la emigración. Ante el grupo expedicionario de 1.800 hombres y sus familias, Esdras con­fesó cándidamente que estaba avergonzado de pedir al rey protección de la policía. Ayunando y orando, apeló a Dios para su divina protección, al empezar el largo y traicionero viaje de casi 160 kms., hasta Jerusalén.

La marcha comenzó en el duodécimo día de Nisán. Tres meses y medio más tarde, en el primer día de Ab, llegaron a Jerusalén. Tras de que los sacerdotes y levitas comprobaran los tesoros y los vasos sagrados proceden­tes de Babilonia en el templo, los exiliados que habían retornado al hogar patrio ofrecieron elaboradas ofrendas en el atrio. A su debido tiempo, los sátrapas y gobernadores de toda Siria y Palestina aseguraron a Esdras el aporte de su ayuda y apoyo para el estado judío.

La reforma en Jerusalén

Un comité local de oficiales informó a Esdras de que ios israelitas eran culpables de haberse casado con habitantes paganos. Entre los participantes, incluso se hallaban jefes religiosos y civiles. Esdras no sólo se desgarró las vestiduras en señal de su profundo disgusto, sino que se arrancó los cabellos para expresar su indignación moral y su ira. Sorprendido y aturdido se sentó en el atrio del templo, mientras que el pueblo temía las consecuencias que se amontonaban en su entorno. AI tiempo del sacrificio del atardecer, Esdras se levantó de su ayuno y con los vestidos rotos, se arrodilló en oración, confesando audiblemente el pecado de Israel.

Una gran multitud se unió a Esdras mientras que oraba y lloraba públi­camente. Secanías, hablando por el pueblo, sugirió que existía la esperanza para ellos en una nueva alianza y aseguró a Esdras todo su apoyo para suprimir todos los males sociales. Inmediatamente, Esdras emitió un juramento de conformidad de los jefes del pueblo.

Retirándose a la cámara de Johanán por la noche, Esdras continuó ayu­nando, orando y llevando luto por los pecados de su pueblo. Mediante una proclamación por todo el país, el pueblo fue citado con urgencia, bajo pena de excomunión y pérdida de los derechos de sus propiedades, a reunirse en Jerusalén en el término de tres días. En el vigésimo día del mes de Kislev, se reunieron en la plaza cuadrada ante el templo.

Esdras se dirigió a la temblorosa congregación y le hizo saber la gravedad de su ofensa. Cuando el pueblo le expresó su buena voluntad a aceptar lo que ordenase, Esdras estuvo conforme en dejar a los oficiales que re­presentaban al pueblo que la congregación se disolviera, puesto que ya era la estación de las lluvias. Asistido por un grupo selecto de hombres y ayu­dado por representantes de varias partes del Estado judío, Esdras llevó a cabo un examen de culpabilidad de los grupos durante tres meses.

Una lista impresionante de sacerdotes, levitas y laicado, totalizando 114 personas, era culpable de haber contraído matrimonios mixtos. Entre los dieciocho sacerdotes culpables, había parientes próximos de Josué, el sumo sacerdote, que había retornado con Zorobabel. De hecho, una comparación de Esdras 10:18-22, con 2:36-39, indica que ninguno de los sacerdotes que habían vuelto estaba libre de haber contraído un matrimonio mixto. Sacrificando un carnero por cada ofrenda de culpabilidad, los grupos culpa­bles hicieron un solemne juramento de anular sus respectivos matrimonios.

Nehemías el gobernador

La historicidad de Nehemías no ha sido nunca puesta en duda por ningún erudito competente. Emergiendo como una de las figuras más destacadas en la era post-exílica, sirvió a su pueblo efectivamente desde el año 444 a. C. Perdió sus derechos a la posición que disfrutaba en la corte persa para servir a su propia nación en la reconstrucción de Jerusalén. Su desven­taja física como eunuco, se convirtió en un mérito en su devoto servicio y distinguido liderazgo durante los años que fue un activo gobernador del Estado judío.

Esdras había estado en Jerusalén trece años cuando llegó Nehemías. Mientras que el primero era un escriba instruido y un maestro, el último demostró una fuerte y agresiva capacidad de conducción política en los asuntos públicos. El éxito de la reconstrucción de las murallas a despecho de la posición del enemigo, proporcionó seguridad para los exiliados que retornaron, de tal forma, que podían dedicarse por sí mismos, bajo la jefatura de Esdras, a las responsabilidades religiosas que estaban prescritas por la ley. En esta forma, el gobierno de Nehemías procuró las más favora­bles condiciones para el engrandecido ministerio de Esdras.

Las fechas cronológicas dadas en Nehemías, suponen doce años para el primer término de Nehemías como gobernador, comenzando en el vigésimo año de Artajerjes (444 a. C.). En el duodécimo año de su término (Neh. 13: 6), Nehemías volvió a Persia (432). No se indica qué pronto volvió a Jerusa­lén o cuánto tiempo continuó como gobernador.

Los sucesos relatados en Neh. 1-12, pudieron todos haber ocurrido durante el primer año de su mandato. En el primer día del primer mes, Nisán, (444 a. C.), Nehemías recibió seguridad para su vuelta a Jerusalén (Neh. 2: 1). Siendo un hombre de acciones decisivas, indudablemente debió salir sin pérdida de tiempo. La reparación de las murallas fue completada en Elul, el mes sexto (Neh. 6:15). Puesto que este proyecto fue comenzado unos pocos días después de su llegada y completado en cincuenta y dos días, el tiempo permitido para su preparación y viaje es de aproximadamente de cuatro meses. Durante el mes séptimo (Tishri) Nehemías cooperó totalmente con Esdras en las observancias religiosas (Neh. 7-10), continuó su empadro­namiento y muy verosímilmente dedicó las murallas en el período inmediata­mente siguiente (Neh. 11-12). Excepto por unas pocas declaraciones que resumen la política de Nehemías, el lector queda con la impresión de que todos esos acontecimientos ocurrieron dentro del primer año después de su retorno.

Comisionado por Artajerjes

Entre los miles de judíos exiliados que no habían retornado a Judá, estaba Nehemías. En su busca del éxito, había sido especialmente afortunado en ocupar un alto cargo entre los oficiales de la corte persa, siendo copero de Artajerjes Longimano. Viviendo en la ciudad de Susa, aproximadamente a 160 kms. al nordeste del Golfo Pérsico, se hallaba confortablemente situado en la capital de Persia. Cuando le llegó el informe de que las mura­llas de Jerusalén estaban todavía en ruinas, Nehemías se sintió dolorosa-mente sorprendido. Durante días y días ayunó y llevó luto, lloró y rogo por su pueblo en Jerusalén.

La oración registrada en Neh. 1:5-11, representa la esencia de la inter­cesión de Nehemías durante este período de luto y de llanto. Refleja su familiaridad con la historia de Israel, el pacto del monte Sinaí, la ley dada a Moisés que había sido rota por Israel y la promesa de la restauración por los migrantes arrepentidos. Nehemías reconoció al Dios del pacto como al Dios de Israel y de los cielos, apelando a El para que fuese miseri­cordioso con Israel. En conclusión, pidió que Dios pudiera concederle a él el favor del rey de Persia, su dueño.

Tras tres meses de oración constante, Nehemías se hallaba encarado con una dorada oportunidad. Mientras esperaba, el rey se dio cuenta de la enorme tristeza de Nehemías. A la pregunta de su rey, Nehemías con, miedo y temblando expresó su dolor por la caótica condición de Jerusalén. Cuando Artajerjes, graciosamente, le pidió que declarase sus deseos, Nehemías se apresuró a orar en silencio y pidió, valientemente, al rey que le enviase a reconstruir Jerusalén la ciudad de los sepulcros de sus padres. El rey de Persia, no sólo autorizó debidamente a Nehemías para llevar a cabo tal misión, sino que envió cartas en su nombre a todos los gobernadores de más allá del Eufrates para que le suministrasen materiales de construcción para las murallas y las puertas de la ciudad, lo mismo que para su casa particular. 

La misión en Jerusalén

La llegada de Nehemías a Jerusalén, completada con oficiales del ejército y con caballería, alarmó a los gobernadores circundantes. Acompañado por un pequeño comité, Nehemías pronto hizo un plan para recorrer la ciu­dad de noche inspeccionando la condición de las murallas. Una vez allí, reunió al pueblo y lo enfrentó con el propósito de reconstruirlas. Entusiástica­mente encontró el más caluroso apoyo por parte de todos. Como eficiente organizador, Nehemías asignó al pueblo las diferentes puertas y secciones de las murallas de Jerusalén (3:1-32).

Tal súbita e intensa actividad, hizo surgir la oposición de las provincias circundantes. Jefes influyentes, tales como Sanbalat el horonita, Tobías el amonita, y Gesem el árabe, culparon a los judíos con la rebelión, tan pron­to como comenzó el trabajo. Cuando comprobaron que el proyecto de reparación iba desarrollándose con gran rapidez, se enfurecieron hasta el punto de organizar una resistencia. Sanbalat y Tobías, ayudados por los árabes, los amonitas y los asdoditas, hicieron planes para atacar a Jerusalén.

Por aquel tiempo, la muralla se hallaba completada hasta la mitad de su altura. Nehemías no solo oró, sino que nombró guardias, día y noche. A todo lo largo de la parte más baja de la muralla, el deber de la guardia fue confiado a varias familias. Con la comprobación de que los enemigos esta­ban fracasados en su proyecto, por este eficiente y efectivo sistema de la guardia, los judíos reunieron sus esfuerzos para la construcción. Una mitad del pueblo continuó con las reparaciones con, la espada dispuesta, mientras que la otra mitad permanecía en guardia permanente. Además de todo esto, al toque de la trompeta, todos los que estaban bajo órdenes se apresuraban a acudir inmediatamente al punto de peligro para resistir el ataque enemigo. No se permitió a ninguno de los trabajadores salir de Jerusalén. Trabajaron desde el amanecer hasta el crepúsculo y permanecían de guardia durante la noche.

El esfuerzo intensivo para completar la reparación de las murallas, fue especialmente difícil para las clases más pobres del pueblo. Económica­mente encontraron demasiado duro pagar tributos e impuestos, intereses, y socorrer a las familias mientras ayudaban a reconstruir las murallas. Algunos incluso se encararon con el propósito de hacer esclavos a sus hijos en lugar de aumentar sus deudas. Inmediatamente, Nehemías convocó una asamblea pública y exigió una promesa de los agresores de devolver al pueblo necesi­tado lo que les había sido tomado. Los pagos con intereses fueron cancela­dos. Como administrador el propio Nehemías dio el ejemplo. Dejó de perci­bir del pueblo sus derechos de gobierno en alimentos y en dinero durante los doce años de su primer período, como habían hecho sus antecesores. Además, 150 judíos y oficiales que visitaban Jerusalén fueron huéspe­des de la mesa de Nehemías gratuitamente. Ni él ni sus sirvientes adquirie­ron hipotecas sobre la tierra por préstamos de dinero y grano, al ayudar al necesitado. En esta forma, Nehemías resolvió efectivamente la crisis econó­mica durante los días cruciales de la reparación.

Cuando los enemigos de los judíos oyeron que las murallas se hallaban casi completas a despecho de la oposición que habían ofrecido, esbozaron planes para embaucar a Nehemías. Cuatro veces, Sanbalat y Gesem le invitaron a encontrarse con ellos en uno de los poblados del valle del Ono. Sospechando sus malas intenciones, Nehemías declinó la invitación, dando la razonable excusa de que estaba demasiado ocupado. La quinta tentativa fue una carta abierta de Sanbalat, acusando a Nehemías con planes para la rebelión y de tener la personal ambición de ser rey. Con la advertencia de que esto podría ser informado al rey de Persia, Sanbalat urgió a Nehe­mías, para que se reuniera con ellos y discutir la cuestión. Nehemías valientemente replicó a tal amenaza acusando a Sanbalat de utilizar su ima­ginación. Al misino tiempo, elevó una oración a Dios para que reforzase su responsabilidad.

El próximo paso de sus enemigos, fue reprochar a Nehemías ante su propio pueblo. Astutamente, Sanbalat y Tobías se valieron de un falso profeta, Semaías, para intimidar y engañar al gobernador judío. Cuando Nehemías tuvo ocasión de hablar con Semaías, que se había confinado en su residencia, el falso profeta sugirió que buscasen refugio en el templo, y advirtió a Nehemías del complot que se había urdido para matarle. Enfáticamente Nehemías contestó: ¡No! En primer lugar, él no quería huir a ninguna parte. Por lo demás, no quería refugiarse en el templo. Induda­blemente, Nehemías previo que tal acto le expondría a una severa crítica de parte de su propio pueblo y tal vez al juicio de Dios por entrar en el templo, puesto que él no era sacerdote. Se dio cuenta de que Semanías era un falso profeta que había sido alquilado por Sanbalat y Tobías. Puesto en ora­ción, Nehemías expresó su deseo de que Dios, no solamente recordase a los Jos enemigos suyos, sino también la falsa profetisa Nodías y oíros falsos profetas que trataban de intimidarle.

Añadido a todos esos problemas, estaba el hecho de que Tobías y su hijo Johanán estaban relacionados con familias prominentes en Judá. El suegro de Tobías, Secanías, era el hijo de Ara, quien retornó con Zorobabel (Esdras 2:5) y el suegro de Johanán, Mesulam, era un activo participante en la reconstrucción de las murallas (Neh. 3:4, 30). Incluso el sumo sacerdote Eliasib estaba aliado con, Tobías aunque esta relación no esté establecida. En consecuencia, había una frecuente correspondencia entre Tobías y aquellas familias de Judá. Este efectivo canal de comunicación hizo las cosas más difíciles a Nehemías, ya que sus acciones y planes eran constantemente puestas en conocimiento de Tobías. Aunque los parientes de Tobías dieron informes complementarios respecto a sus buenas acciones, Nehemías tenía la certeza de que Tobías sólo albergaba malas intenciones hacia el pueblo de Jerusalén.

A pesar de estas oposiciones y dificultades, la muralla de Jerusalén fue completada en cincuenta y dos días. Los enemigos quedaron frustrados e impresionados de las naciones circundantes, comprobando que de nuevo, Dios había favorecido a Nehemías. El éxito de la terminación del proyecto de reparación de Nehemías de cara a la oposición puesta por sus enemigos, estableció el respeto y el prestigio del estado judío entre las provincias al oeste del Eufrates.

La reforma bajo Esdras

Con Jerusalén segura dentro de sus murallas, Nehemías volvió su aten­ción a otros problemas. Un sistema de guardia esencial para prevenir ataques enemigos, fue confiado a Hanani, el hermano de Nehemías, y a Hananías, que ya estaba a cargo de la ciudad anexa a la zona del templo por el norte. Además de los guardianes de las puertas que eran responsables del atrio, Ne­hemías reclutó cantores y levitas, asignándoles a puestos en las puertas y murallas de la totalidad de Jerusalén.

El personal civil que vivía dentro de Jerusalén, fue encargado de mon­tar guardia durante la noche en las partes respectivas próximas a sus casas. Aunque habían pasado noventa años desde que la ciudad fue reedificada, existían zonas pobladas a grandes trechos que la defensa resultaba inadecua­da. Encarándose con este problema, Nehemías hizo un llamamiento a los jefes para registrar a todo el pueblo en la provincia con objeto de reclutar alguna parte de sus habitantes para establecerla en Jerusalén. Mientras con­templaba la ejecución de su plan, encontró el registro genealógico del pue­blo que había retornado del exilio en los días de Zorobabel. Con excepción de pequeñas variaciones, que podían ser atribuidas a errores cometidos por los escribas o a la trascripción, este registro en Neh. 7:6-73 es idéntico a la lista registrada en Esdras 2:3-67.

Antes de que Nehemías tuviera la oportunidad de ejecutar sus planes, el pueblo comenzó a reunirse para las actividades religiosas del séptimo mes. Tishri, durante el cual se observaban la fiesta de las Trompetas, el día de la Expiación y la fiesta de los Tabernáculos (Lev. 23:23-43). Nehemías apoyó completamente al pueblo en su devoción religiosa, su nombre aparece el primero en la lista de aquellos que firmaron el pacto (Neh. 10:1). Indu­dablemente, su programa administrativo dio precedencia a las actividades re­ligiosas durante este mes y fue resumido con renovado esfuerzo en el subsi­guiente período. Nehemías, que no era sacerdote, queda relegado durante las actividades religiosas, siendo solamente mencionado dos veces, en Neh. 8-10.

Esdras, el sacerdote y escriba, emerge como el líder más sobresaliente. Habiendo llegado antes como un maestro de fama en, la enseñanza de la ley, sin duda alguna, era bien conocido por la gente en toda la provincia. Aun­que no está registrado en Esdras o en Nehemías, es de lo más razonable asu­mir que Esdras había en años anteriores reunido al pueblo para la obser­vancia de las fiestas y las estaciones. Aquel año el pueblo tenía una podero­sa razón para hacer una celebración más importante que nunca. Tras las cerradas murallas de Jerusalén, pudo reunirse en paz y seguridad, sin temor a ningún, ataque enemigo. Indudablemente, la moral del pueblo tuvo que haberse reforzado mediante el liderazgo que con tanto éxito había ostentado Nehemías.

La fiesta de las Trompetas distinguía el primer día del séptimo mes, de todas las otras nuevas lunas. Conforme el pueblo se reunía aquel año en la puerta de las Aguas al sur del atrio del templo, unánimemente solicitaba de Esdras que leyese la ley de Moisés. Situado sobre una plataforma de madera, leyó la ley a la congregación que permaneció de pie desde el amanecer hasta el mediodía. Para ayudar al pueblo, a su comprensión, los levitas exponían, la ley intermitentemente mientras que Esdras leía. Cuan­do la lectura arrancó lágrimas de los ojos del pueblo, Nehemías, ayudado por Esdras y los maestros levitas, les amonestó a regocijarse y a hacer de aquella festiva ocasión, una oportunidad para compartir los alimentos pre­parados en una común camaradería.

El segundo día, los representantes de las familias, los sacerdotes y los levitas, se reunieron con Esdras para un cuidadoso estudio de la ley. Cuando comprobaron que Dios había revelado mediante Moisés que los israelitas tenían que habitar en casetas para la observancia de la fiesta de los Taber­náculos (Lev. 23:39-43), instruyeron al pueblo mediante una pública pro­clamación. Con entusiasmo, el pueblo salió a las colinas y trajeron ramas de olivo, mirtos, y hojas de palmera en abundancia, erigiendo casetas por todas partes, sobre los tejados de las casas, en, privado y en público, en los patios, y en las plazas públicas. Tan amplia fue la participación que resultó la más importante y festejada observancia de la fiesta de los Tabernáculos desde los días de Josué, que había conducido a Israel a la conquista de Canaán.

La ley fue leída públicamente cada día durante los siete días de esta fiesta (Tishri 15-21). En el octavo día hubo una sagrada convocatoria y se ofrecieron los sacrificios prescritos.

Tras dos días de tregua, el pueblo volvió a reunirse para la oración y el ayuno. Esdras y los levitas asistentes dirigieron los servicios públicos, conduciendo al pueblo en la lectura de la ley, la confesión del pecado y la ofren­da de gracias a Dios. En una larga y significativa plegaria (9:6-37) la justicia y la misericordia de Dios fueron debidamente reconocidas.

En un pacto escrito, firmado por Nehemías y otros representantes de [a congregación, el pueblo se ligó mediante un juramento obligándose a mantener la ley de Dios que había sido dada mediante Moisés. Dos leyes fueron escritas con especial énfasis: los matrimonios mixtos con paganos y la observancia del sábado. Esta última, no sólo impedía toda actividad comercial en el sábado, sino que incluía la observancia de otras fiestas y la promesa de barbechar las tierras cada siete años.

La implicación de este compromiso era realista y práctica. Cada in­dividuo estaba obligado a pagar anualmente un tercio de un siclo para la ayuda del ministerio del templo lo que aseguraba la constante provisión de los panes ácimos, y las ofrendas especiales diarias y las de los días festivos. La madera para las ofrendas se recaudaba en conjunto. El pueblo reconocía su obligación de dar el diezmo, los primeros frutos, el primogénito y otras contribuciones prescritas por la ley. Mientras que el primogénito y los primeros frutos eran llevados a los sacerdotes al templo, el diezmo podía ser recaudado por los levitas en toda la provincia y traído por ellos para ser depositado en las cámaras del templo. En esta forma, el pueblo hacía un compromiso público para no descuidar la casa de Dios.

El programa de Nehemías y su política

Nehemías concluyó la ejecución de su plan, para incrementar la población de Jerusalén, asegurando así la defensa civil. El estaba convencido de que aquello era una orden divina (Neh. 7:5). Indudablemente, puso el empadro­namiento al día utilizando el registro genealógico de la época de Zorobabel. Se consiguió que una décima parte de la población cambiase de residencia y fuese a vivir a Jerusalén. De este modo, las zonas escasamente habitadas dentro de la ciudad estuvieran suficientemente ocupadas para proporcionar una adecuada defensa de la ciudad.

El registro de que aquellos que vivían en Jerusalén y poblaciones circun­dantes (Neh. 11:3-36) representa la población como estaba en los días de y Nehemías. Los residentes en Jerusalén fueron catalogados por cabezas de familia, mientras que los habitantes de toda la provincia, lo eran simplemente anotados por poblaciones. El registro de sacerdotes y levitas (Neh. 12:1-26) en parte procede del tiempo de Zorobabel y se extiende al tiempo de Nehemías.

La dedicación de las murallas de Jerusalén implicó a la totalidad de la provincia. Los jefes civiles y religiosos y otros participantes fueron organizados en dos procesiones. Encabezados por Esdras y Nehemías, una procedía hacia la derecha y la otra hacia la izquierda, al marchar sobre las murallas de Jerusalén. Cuando los dos grupos se encontraron en el templo, se hizo un gran servicio de acción de gracias con música proporcionada por orquesta y coros. Se presentaron abundantes sacrificios como expresión de alegría y acción de gracias. Incluso las mujeres y los niños compartieron, el gozo de aquella festiva ocasión al participar en las fiestas que acompañaban a las ofrendas. Tan extensas y alegre fue la celebración, que el triunfante ruido fue oído desde muy lejos.

Como un eficiente administrador, Nehemías organizó a los sacerdotes levitas para cuidarse de los diezmos y otros contribuciones hechas por el pueblo (Neh. 12:44 ss.). Desde varias poblaciones de la provincia, aquellos obsequios fueron apropiadamente canalizados hacia Jerusalén mediante le­vitas responsables, de tal forma que los sacerdotes y levitas pudieron efecti­vamente llevar a cabo sus deberes.

Los cantores y los guardianes de las puertas de la ciudad, también reci­bieron su regular apoyo, para que pudieran prestar sus servicios como estaba prescrito por David y Salomón (II Crón. 8:14). El pueblo se gozaba con el ministerio de los sacerdotes y levitas, y los apoyaba, de todo corazón, en la ministración del templo.

La lectura del libro de Moisés les hizo conscientes del hecho de que los amonitas y moabitas no deberían ser bienvenidos en la asamblea judía. Se hizo lo preciso para conformar todo aquello con la ley.

Durante su duodécimo año de gobernador de Judá (ca. 432 a. C.), Ne­hemías hizo un viaje de vuelta a Persia. La duración de su estancia no está indicada, pero tras algún tiempo Artajerjes de nuevo le dio permiso para volver a Jerusalén.

Durante el tiempo de la ausencia de Nehemías, prevaleció la laxitud religiosa. Eliasib, el sumo sacerdote, había concedido a Tobías el amonita, una cámara en el atrio del templo. No se habían pagado las retribuciones a los levitas y los cantores del templo. Y desde que el pueblo había descuidado en llevar las ofrendas diarias, para lo cual se había acordado el diezmo y los primeros frutos a los levitas, éstos salieron al campo a hacer su vida.

Nehemías se indignó cuando descubrió que la cámara dedicada a alma­cenar las provisiones levíticas, había sido ocupada por Tobías el amonita. Inmediatamente, arrojó fuera el mobiliario y los adornos, ordenó la reno­vación de las cámaras, restauró los utensilios sagrados y restituyó las ofrendas y el incienso.

El siguiente paso fue llamar a los oficiales a que dieran cuenta de sus actos. Valientemente, Nehemías les acusó de haber descuidado el templo fallando en recaudar el diezmo. Los hombres a quienes consideró dignos de confianza, fueron nombrados tesoreros de los almacenes. Los levitas volvie­ron a recibir sus asignaciones. Nehemías nuevamente expresó mediante una plegaria su deseo de que Dios recordase las buenas acciones hechas ante­riormente respecto del templo y su personal.

La observancia del sábado fue el paso siguiente. No solamente los judíos habían trabajado en el sábado, sino que habían permitido a los tirios resi­dentes en Jerusalén, el que promovieran negocios en, ese día. Advirtió a los nobles de Judá que aquel había sido el pecado que precipitó a Judá en el cautiverio y la destrucción de Jerusalén. En consecuencia, Nehemías ordenó que las puertas de Jerusalén fuesen cerradas en el sábado. Ordenó a sus servidores y a los guardias que detuvieran el tráfico comercial. Una adver­tencia personal de Nehemías terminó con la llegada en el sábado de merca­deres y comerciantes que tuvieron que esperar a que se abrieran las puertas de la ciudad, al final del día sagrado.

Los matrimonios mixtos fueron el mayor problema con que Nehemías tuvo que enfrentarse. Algunos judíos se habían casado con mujeres de Asdod, Níoab, y Amón. Puesto que los niños hablaban la misma lengua que sus ma­dres, es muy probable que aquella gente viviese en los extremos del estado judío. De aquellos hombres que se habían casado con mujeres paganas, Ne­hemías obtuvo el juramento para desistir de tales relaciones recordándoles que incluso Salomón había sido conducido al pecado por sus esposas ex­tranjeras.

Con el nieto de Eliasib, el sumo sacerdote, Nehemías tomó drásticas medidas. Se había casado con la hija de Sanbalat, gobernador de Sama­ría, quien había causado problemas sin fin a Nehemías durante el año en que los judíos restauraban las murallas de Jerusalén. Nehemías lo expulsó inmediatamente de Judá.

Con un breve sumario de las reformas religiosas y provisiones para el adecuado servicio del templo, Nehemías concluye el relato de sus actividades. Celoso y entusiasmado siempre por la causa de Dios, pronuncia una oración final: "Acuérdate de mí, Dios mío, para bien".

Habla el Antiguo Testamento por Samuel J. Shultz


 
 
   
 
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis