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  Ministros Que No Están Pastoreando
 

Ministros que no están pastoreando

No todos los ministros son llamados a servir en un pastorado. A veces es el deber de los que fueron llamados a tal puesto, dejarlo para aceptar otro aspecto de la obra del ministerio. En el ministerio que el Cristo ascendido dio a su iglesia fueron nombrados, aparte de pastores, evangelistas y maestros. (Efesios 4:11) Son términos para designar puestos importantes en el reino de Dios. Aquí se presenta una explicación breve de la función dada a ellos.

I. Evangelista.

Entre ellos, La Biblia nombra a Felipe, Apolos, Bernabé, Timoteo y Tito. Fueron hombres que no tenían un puesto local. Fueron encargados con la responsabilidad de predicar y administrar las ordenanzas del evangelio por donde quiera que el Espíritu los llamara. Estaban ocupados, la mayor parte, en una obra semejante a la de los misioneros – predicar el evangelio donde no había sido predicado, formando iglesias y dirigiéndolas en su infancia. Es posible también que a veces su obra fuese semejante a la de aquellos que hoy en día ayudan a pastores en reuniones especiales para promover avivamiento y evangelismo. Tal vez Bernabé, cuando fue enviado por la iglesia en Jerusalén para tener parte en el gran despertamiento en Antioquía, tenía la capacidad para servir en este caso. Timoteo fue dejado por Pablo en Éfeso para frenar una inclinación hacía a la herejía. (Hechos 11:22-24, I Tim. 1:3-4) Por eso, podemos clasificar a los evangelistas así:

Misioneros foráneos. Al considerar el deber de entrar a un campo foráneo hay que tomar en cuenta las calificaciones necesarias. El mero anhelo o inclinación emocional tiene poco peso si uno no reúne los requisitos. Entre los requisitos más obvios se puede hacer mención de los siguientes:

Un cuerpo físico sano. La gran mayoría de nuestros campos misioneros están en el oriente con un clima desfavorable que prueba en lo extremo las fuerzas físicas. Nadie, ya debilitado por enfermedades o susceptible a enfermedades, debe aventurarse a tales campos misioneros. Si va, sus debilidades van a impedirle darse por completo a la obra y más probablemente su estancia será breve. En todo caso, sería sabio buscar consejo médico.

Sentido común. La administración práctica de la misión muchas veces es la responsabilidad del misionero. Por eso, es imprescindible que él tenga una buena medida de tacto y sabiduría. En un campo nuevo él estará alejado de consejeros de confianza y él tendrá que apoyarse sobre su propio juicio para tomar decisiones. En los campos más desarrollados él puede buscar consejo de los nacionales. En todo caso él debe saber llevarse bien con los nacionales y servir como su consejero también. Una mente idealista, no realista, no sirve en tal situación a pesar de su inteligencia y buena educación.

Facilidad en aprender un idioma nuevo. Es difícil aprender un idioma nuevo y en especial uno de los del oriente. Hace falta aprenderlo lo mejor posible para que se pueda hablar con fluidez. Algunos hombres con mucha habilidad han fracasado en esto en el campo foráneo. Cuando es así, puede ser que puedan servir en otras capacidades, pero no pueden predicar ni enseñar. Por eso, es imprescindible que el candidato tenga una aptitud ordinaria para lenguajes para asegurar que, con persistencia, él será capaz de dominar el vernáculo de la gente.

El don de predicar. La predicación a los incrédulos es una manera eficaz de evangelizar y las condiciones de sobresalir en ella son las mismas en todos lados. También el misionero debe ser "apto para enseñar." (II Tim. 2:24) Esto requiere que él tenga facilidad para persuadir e ilustrar de manera que puede declarar la verdad con claridad. En los campos foráneos muchas veces se requiere que él sepa predicar de una manera conversacional. En tal caso él tiene que saber refutar argumentos y lidiar con los que saben llegar a fondo en razonamientos. Si él fracasa en esto, el evangelio queda mal estimado.

Fe, energía y perseverancia. En estos puestos alejados, un espíritu tímido, vacilante, y pusilánime está destinado a fracasar. Coraje, determinación y esfuerzo son capaces de alcanzar resultados permanentes. Los misioneros Carey y Judson esperaron años con confianza sin vacilar antes de ver su primer converso. Requiere las mismas calidades de carácter de los que son pioneros en campos foráneos. Al evaluar las cualificaciones de un joven hay que tomar en cuanta que él no está desarrollado y las cualidades que tiene ahora son el principio y la esperanza de lo que desarrollará con poder más adelante. En un campo foráneo, igual que en su patria, las emergencias y circunstancias sirven para desarrollar a un hombre. Por eso, ningún joven debe rechazar la llamada a un campo foráneo basado sobre su falta de cualificaciones. Más bien él debe estudiar su carácter y buscar consejo de los con habilidad pueden evaluar sus capacidades. Así, al tomar una decisión sobre un asunto con tantas consecuencias, no estará tan propenso a equivocarse. Semejante decisión se debe tomar con una vista imparcial y con una consciencia clara. Debemos tomar en cuanta que hay peligro de que, sin darse cuenta, nuestro egoísmo magnificará las razones en contra de la vida misionera y apreciará demasiado baja la fuerza de las razones en su favor.

No voy a tocar la naturaleza de la obra misionera y la manera de llevarla a cabo. Estos se encuentran abundantemente presentados en los libros "El Misionero Foráneo" escrito por Rev. M. J. Knowlion D.D. Y "Las Misiones Foránea, Sus Relaciones y Relaciones" por el Rev. Rufus Anderson. En algunos aspectos, las relaciones del misionero son delicadas y requieren, por su parte, dirección. Aquí se puede mencionar:

a. Su relación para con su junta misionera.

La junta está encargada de la administración del dinero encomendado a ella por las iglesias. Por eso, la misión debe tener cierta medida de supervisión y dirección sobre él en cuanto a su manera de llevar a cabo su obra. La línea de demarcación entre la autoridad de la junta y la independencia del misionero al dirigir su obra no es siempre fácil de determinar. Sin un espíritu de gentileza, paciencia y confianza, es posible que surjan conflictos serios. En la administración del dinero es importante mantener un balance de las entradas y salidas por parte de ambos, la junta y el misionero. Así se puede evitar aun la sospecha de ser estafador. En esto, como en todos los asuntos de la administración de dinero, es sabio poner por obra el consejo del Apóstol Pablo cuando dijo, "Evitando que nadie nos censura en cuanto a esta ofrenda abundante que administramos, procurando hacer las cosas honradamente, no solo delante del Señor sino también delante de los hombres." (II Cor. 8:20-21)

b. Sus relaciones para con los pastores nacionales e iglesias también son delicadas.

Anteriormente la obra del misionero era, más que nada, la supervisión en general de las iglesias nacionales. En esto el misionero no pudo ejercer un poder arbitrario. El no es un obispo con autoridad sobre las iglesias, impidiendo a los pastores ejercer su poder sobre sus iglesias. El no debe mirar por alto la independencia de las iglesias. Su poder es, más bien, moral y su obra es la de entrenar a las iglesias y pastores para ser capaces de cumplir sus funciones independientemente del misionero. Por eso, él debe ser diligente en guardarse de un espíritu arbitrario o métodos que chocan con la justa independencia de pastores e iglesias. La historia testifica del alto carácter y la nobleza de los hombres que han salido como misioneros. A pesar de las relaciones delicadas, raras veces han existido roces entre las juntas misioneras y los misioneros. Para la mayoría, las iglesias foráneas han sido adiestradas de tal manera que son ejemplos en su organización y carácter; obrando en la simpleza e independencia de las iglesias del Nuevo Testamento.

B. Misioneros hogareños.

Esto significa a los misioneros que se ocupan en trabajar en su patria. La mayoría de estos son pastores en iglesias nuevas o débiles. Su cargo es distinto de la del pastor común y corriente en el hecho de que su apoyo viene en parte de una organización misionera. Por esto tienen la obligación de rendir cuentas con el cuerpo que ayuda a su sustento. Algunos de ellos están ocupados en ministerios ambulantes en ghettos urbanos o en suburbios nuevos o zonas no evangelizadas del país. Su obra consiste en visitar casa por casa, predicar cuando tienen oportunidad, organizar escuelas dominicales y la formación de iglesias. Hay pocas obras que requieren más fuerza de carácter, firmeza de juicio, fuerza indomable, abnegación y dedicación. Entre los que están ocupados en esta obra están algunos de los más nobles siervos de Cristo. No hace falta tratar de sus deberes que son casi iguales a los de los demás pastores.

C. Evangelistas que viajan de iglesia a iglesia.

En todas las edades Dios ha dado dones especiales que sirven en el despertamiento y la salvación de almas. A veces el pastor no tiene estos dones. Por supuesto, si tiene estos dones son de gran valor. El evangelista no siempre tiene la educación y habilidad docente del pastor. Puede ser que le falte el poder de guiar continuamente, organizar y gobernar a una iglesia. Lo que él tiene a su favor es poder reforzar y amplificar las verdades que el pastor ya ha enseñado. Él puede desarrollar convicciones latentes y mover a los hombres a tomar decisiones definidas. Hay pastores que tienen el don de enseñar pero les falta el poder despertar y mover a la gente a tomar decisiones. Por eso, muchas veces sucede en la obra del Señor que uno siembra y otro siega. En tal sentido, el evangelista viene como segador con sus dones de recoger donde el sembrador ha obrado por un rato largo con paciencia. El pastor ha preparado una cosecha espiritual.

La relación entre el evangelista y el pastor en reuniones especiales es siempre delicada. Antes de empezar, ellos deben tener un entendimiento franco y así habrá cooperación cordial entre ellos. El evangelista debe guardarse de meterse en lo que pertenece al pastor ni quitar de la estima que la iglesia tiene por su pastor. A veces hay peligro de esto. El evangelista puede tener un número reducido de sermones y usarlos una y otra vez. Él puede predicar con buenas ilustraciones, elocuencia, libertad y fuerza. Al contrario, el pastor tiene que tocar un amplio rango de temas y de continuo tiene que preparar sermones nuevos. Hay peligro que algunos oyentes, menos pensativos, piensen que su pastor es aburrido en comparación con el evangelista. Si es así el pastor sufre.

Entre los conversos también a menudo hay una atracción hacia a aquel que fue el agente en su conversión. Ellos miran por alto el esfuerzo largo y penoso de su pastor en llevarles al punto de estar listo para tomar una decisión. Por eso, es el deber del evangelista reconocer y frenar estas tendencias y reforzar, de cualquier manera posible, la estima que la gente debe tener por su pastor. Su ministerio es una bendición permanente si resulta en reforzar la relación entre el pastor y su pueblo.

Un pastor joven, por supuesto, confiará mucho en el juicio y la experiencia del evangelista en planear las reuniones pero es dudoso que el evangelista quiera insistir en controlarla totalmente o si el pastor debe concederle el control. En especial el pastor debe mantener control de las reuniones cuando toca la cuestión de los candidatos para la membresía en la iglesia. Dado a su conocimiento de la gente del barrio, el pastor está más capacitado para juzgar el carácter de la gente y no está tan propenso a equivocarse como un desconocido. La tentación de buscar la fama, por ambos, el pastor y el evangelista, por ver un gran número de miembros nuevos, con apuro y poca discriminación, puede resultar en daño a la iglesia.
El motivo del evangelista debe ser el despertamiento de almas y un avivamiento de espiritualidad genuina. Con este fin en mente, él va a elegir sus temas y desarrollarlos para lograr este resultado. Por eso, hay un número limitado de temas y la manera de predicar tiene que ser estimulante y excitante. Su éxito y fama exigen que él tenga resultados inmediatos. Por eso, hay peligro que él emplee métodos diseñados para producir excitación religiosa que, más adelante, será condenado por el público y la iglesia sufrirá.


Excentricidad en el evangelista, aun que es una parte natural de su individualidad, puede servirle en darle la capacidad despertar la curiosidad de la gente y llamar a la gente a la casa de Dios. Pero si él usa su excentricidad para llamar atención a sí mismo está mal. Temas sensacionales, frases jerigonzas, dichos groseros, declaraciones exageradas y una manera de ser rara por el momento pueden excitar la atención y tal vez los aplausos de la gente pero el resultado final siempre desventaja al orador y su causa. Aun los incrédulos condenan semejantes cosas en uno que trata con las almas de la gente y la religión. Tal vez el evangelista está en peligro de buscar la ventaja provisional que él pueda efectuar por su excentricidad porque llama a la gente a escucharle pero, cuando él se va, no se dará cuenta de la reacción negativa que tenía.

Algunos de los evangelistas más eminentes limitaron sus sermones a más o menos, los mismos temas. A través de su carrera fueron añadiendo a su claridad, fuerza y viveza de ilustraciones y la eficacia de su aplicación. El Rev. Jacobo Knapp tenía un ministerio cuyo éxito no fue igualado por ningún predicador de este siglo. Él adoptó este método. Este escritor estaba con él en tres series de reuniones. La primera cerca al principio de su ministerio y la última algunos 30 años más tarde, cerca al fin de su ministerio. En cada una, él usó, la mayoría de las veces, los mismas temas. Pero era impresionante ver el avance en su poder y en los resultados. Pocos en la multitud de los que se reunieron para escucharle en las 6 semanas sucesivas olvidarán la fuerza de su razonamiento, el poder gráfico de sus ilustraciones y la gran eficacia de su aplicación de la verdad a la consciencia y al corazón. Él había juntado en aquella serie de 75-100 sermones los resultados más ricos del pensamiento de por vida. Esta concentración de toda la fuerza de un hombre sobre algunos pocos sermones da al evangelista gran ventaja en el púlpito.

En su vida espiritual, el evangelista está en peligro de sentir orgullo de su piedad. De continuo él experimenta el movimiento del Espíritu en las almas y está expuesto al peligro de mirar por alto el hecho de que, la mayor parte, él está cosechando lo que otros sembraron y que la conversión es únicamente la culminación de una larga serie de influencias de las cuales él fue la última. Es natural que creyentes rescatados de una vida perdida y almas convertidas tengan en alta estima a aquel que fuera instrumental en su despertamiento. El evangelista puede fracasar en la humildad genuina si no reconoce que cada efecto espiritual es la obra del Espíritu santo. Si lo hace, él puede asumir una actitud de espiritualidad superior. El resultado puede ser que él pierda poder ante Dios y, a su vez, poder para con los hombres.

No hay carga de más alta responsabilidad ni más grande utilidad que la del evangelista. La carga ha sido ocupada por algunos de los más nobles hombres en la iglesia de Dios. Han sido hombres llenos del Espíritu Santo y de fe cuyos nombres traen una fragancia a la memoria de multitudes como los heraldos de la salvación. Por regla general, la carga debe ser ocupada únicamente por los que tienen experiencia porque requiere pureza y fuerza de carácter, firmeza de juicio y una medida grande de fe, paciencia, sabiduría y conocimiento de las personas. Son cualidades que únicamente se consiguen por la experiencia.

II. Maestros.

La palabra "maestros" en el Nuevo testamento es reservada para hombres en la iglesia cuya obra es la enseñanza pública de verdad espiritual. Así se usa en I Cor. 12:28. "A unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros..." Sin duda la palabra embarca a los pastores y evangelistas pero incluye a todos los que se ocupan en la enseñanza. También Ef. 4:11 dice, "Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros." Aquí también se trata de hombres que enseñan públicamente la Palabra de Dios. Hay muchos que tienen el don de enseñar cuyos dones la iglesia puede utilizar en posiciones aparte de la de ser un pastor. Algunos de ellos sirven como docentes en facultades, otros como editores o autores de libros y literatura. Por eso, a menudo son ordenados como pastores. Sobre esta clase de ministros quiero decir lo siguiente.

Maestros, como evangelistas, no tienen parte en la administración de la iglesia. Son miembros con todos los privilegios que van con la membresía. Puede ser que tienen autoridad para predicar y administrar las ordenanzas. Ellos, como los demás, pueden ser disciplinados por la iglesia. Como miembros, ellos deben cumplir con su deber en apoyar a la iglesia con sus ofrendas, asistir fielmente a las reuniones y ayudar en todo en la obra de la iglesia.  (En cuanto al diezmo, ver en www.eltrayecto.org mi estudio sobre La Mayordomía.

Muchas veces hay una relación delicada entre esta clase de ministros y el pastor de la iglesia. Aunque no tienen autoridad oficial, su carácter y dones les dan mucha influencia en la iglesia y la sociedad. Por eso, ellos deben guardarse de meterse en las prerrogativas del pastor. Por ejemplo, en casamientos y velorios en la iglesia es correcto que el pastor este encargado. El maestro debe guardarse de asumir demasiada responsabilidad en las reuniones de adoración en la iglesia. En todas las relaciones en la iglesia y la vida social él debe conceder al pastor la preeminencia que le corresponde y hacer todo lo posible para facilitar la obra del pastor. Así maestros y socios llegan a ser para el pastor, no una fuente de malestar y estorbo, sino una bendición y fuente de fuerza.

Hay ministros que sirven a las iglesias en general. Ellos viajan de iglesia a iglesia para ministrar en varias capacidades o como representantes de organizaciones. Sin la obligación de servir a una iglesia, hay peligro de que ellos tengan un espíritu profesional que les debilite en realidades espirituales y quite su poder en el ministerio del evangelio. Para prevenir esto, él debe cultivar en su alma un espíritu de siervo y evitar lazos sociales o comerciales que militan en contra a su vida espiritual o debiliten su influencia como ministros en la comunidad. Es posible que, para él, sea difícil mantener un horario fijo, por lo que debe guardarse de descuidar hábitos, de tener un tiempo devocional a diario y de estudiar la Biblia y obras teológicas. Es posible retroceder en su condición espiritual y poder aun en medio de abogar por causas sagradas. En su vida ambulante, circulando entre las iglesias, el debe guardarse de la tentación de compartir chismes de una iglesia a la otra. Está en una posición en la cual él puede ser un mensajero de bendiciones o maldiciones. Puede servir en aconsejar a los pastores jóvenes o perplejos, en sanar divisiones en las iglesias y en quitar mal entendimientos ente pastores y sus congregaciones. Ejemplos de tales hombres fueron Alfredo Bennett y Juan Peck. Fueron hombres cuya presencia fue sentida como una bendición en las iglesias y cuyas palabras siempre dieron un impulso hacía a la vida espiritual. Hasta el día de hoy hay los que sirven en dicha capacidad.

III. Los laicos

Hay muchos cuyos dones les capacitan para ser útiles en predicar la Palabra de Dios pero su edad, debilidad o necesidades les impiden de ser ordenados para servir tiempo completo en la obra del Señor. A tales personas es costumbre dar una licencia que les autoriza predicar dentro de la iglesia o por dondequiera que la Providencia abra una puerta de oportunidad. Las licencias no les dan autoridad para administrar las ordenanzas. Es únicamente autoridad para predicar y conducir reuniones públicas. En cuanto a esto tengo las siguientes sugerencias:

Es obvio que semejante licencia debe ser dada con sabiduría y discreción. Un hombre que no tiene juicio sano ni mucho conocimiento de las Escrituras o de carácter dudoso moral y espiritual no debe ser nombrado como un predicador del evangelio. No importa su carisma o popularidad en la comunidad, al fin y al cabo, él va a hacer más daño que bien.

Nadie debe aventurarse a predicar sin una licencia o autorización de la iglesia. Es cierto que es el deber de cada creyente proclamar el evangelio pero esto no quiere decir que él tiene autoridad para asumir el puesto de predicar en público. La llamada de Dios en el alma del hombre es imprescindible en la llamada a predicar. Este sentir del deber de predicar debe estar acompañado por la confirmación y autorización de la iglesia. El meterse en el ministerio, auto movido y auto nombrado, no está aprobado por las Escrituras. El hacerlo siempre tiene malas consecuencias.

Iglesias y pastores deben usar discreción sabia en buscar y desarrollar dones que sirven en el ministerio. Mucho poder queda latente que, con el cuidado debido, puede ser desarrollado y utilizado en la obra del ministerio. Muchas veces cristianos, sin desarrollo, pueden ser engrandecidos en gran manera por ubicarlos en su esfera debida de actividad. Hay muchos desiertos en nuestras iglesias y comunidades que pudieren ser desarrollados y hechos fructíferos para cultivar, desarrollar y utilizar los dones de los laicos. Uno de los deberes más sublimes de una iglesia es el de reconocer y utilizar los dones que Cristo ha dado a los suyos.

PREGUNTAS SOBRE LA LECCIÓN 

1. ¿Cual es la función del evangelista?

2. Mencione algunas de las cualidades que debe tener un Evangelista

3. Menciones los diferentes tipos de evangelistas.

4. ¿Cuál es el motivo del evangelista?

5. ¿Qué significa ser ‘maestro’? 

Harvey, Hezekiah, traduc. Russell George, El pastor y sus calificaciones, literaturabautista.com, Usado con permiso.


 
 
   
 
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