evangelio mundial
  La Restauración
 

9. Recaída y Restauración

Preguntas por P. Brown; Respuestas por H. P. Barker

EL tema que en esta ocasión va a ocupar nuestra atención es de gran solemnidad. Creo que la mayor parte de los cristianos, por no decir que todos, saben lo que es la recaída. No me refiero a que hayan caído en pecado público. Uno puede actuar de la forma más ejemplar, y, sin embargo, en medio de todo ello, ser «reincidente de corazón» (Proverbios 14:14). Muchos de nosotros, estoy seguro, tenemos que lamentarnos de las ocasiones en las que nos hemos descarriado conscientemente de la comunión con Dios, y en que nuestras almas se han enfriado y nublado. Oremos, por tanto, que Dios nos ayude al pasar a considerar esta cuestión.

¿Cuál es la causa de la recaída?

Para responder a esta pregunta, es necesario observar que los descarriados aparecen en dos clases. Hay aquellos que nunca han pasado de una mera profesión de fe cristiana. Han quedado bajo influencias religiosas, han tomado el puesto de creyentes en Cristo, y con toda sinceridad se imaginan que están de camino al cielo. Pero en sus almas no ha entrado de parte de Dios una convicción de pecado; sus conciencias nunca han sido aradas por el poder de la Palabra de Dios; son totalmente ajenos al arrepentimiento y a la fe salvadora en el Señor Jesucristo. A pesar de su profesión de fe son lo que siempre fueron, pecadores no regenerados. Más tarde o más temprano, quizá, la vida religiosa en la que han entrado les resulta fastidiosa. Sienten que no pueden vivir según la profesión de fe que han hecho. Se reafirman los viejos gustos y deseos, y poco a poco van deslizándose hacia su antigua manera de vivir y son considerados como recaídos por aquellos que los habían considerado como verdaderos cristianos. Igual que la puerca de la que leemos en 2 Pedro 2:22, su lavamiento no había ido más allá de la superficie; reformados exteriormente, nunca habían sido transformados en ovejas de Cristo, y era solo de esperar que volvieran a la ciénaga del pecado.

La otra clase se compone de aquellos que han sido verdaderamente convertidos. Como pecadores merecedores del infierno, pero arrepentidos, han depositado toda la confianza de sus almas en el Señor Jesucristo y en Su obra expiatoria. Sus pecados han sido perdonados, y son de Cristo para siempre.

Es doloroso tener que decirlo, pero es solo demasiado cierto que incluso los tales pueden descarriarse, enfriarse de corazón y caer en pecado.

Son muchas las causas que pueden contribuir a producir la decadencia espiritual en un cristiano. Quizá una de las más frecuentes es la confianza en uno mismo. Somos muy proclives a olvidar que no podemos proseguir por una sola hora a no ser que nos apoyemos en el fuerte brazo de Cristo para mantenernos en pie. A veces somos tan insensatos que nos imaginamos que las maravillosas bendiciones que hemos recibido son suficientes para mantenernos firmes sin una constante dependencia del Dador de la bendición. Haremos bien en recordar lo que sucedió en el caso de Jacob. En aquella memorable noche, junto al vado del Jaboc, recibió una maravillosa bendición. Dios cambió su nombre, y, cosa más significativa, se añade que «le salió el sol». Pero lo siguiente que leemos es que «cojeaba de su cadera». Las tinieblas habían dejado paso a la luz, las dudas y los temores habían dejado paso a la confianza; Dios había dado libremente Su bendición, pero Jacob quedó tan débil e incapaz en sí mismo después de esto como lo era antes. Seguía necesitando apoyarse en algo fuera de sí mismo. Y muchos años después persistía la misma necesidad (Hebreos 11:12).

Lo mismo sucede, en lo espiritual, en el caso de cada hijo de Dios. La única forma de ser preservado de la recaída es una dependencia constante, momento a momento, y así será hasta nuestro último segundo en la tierra. Olvidar esto y confiar en cualquier manera en nuestra propia constancia es asegurar el fracaso y la derrota.

Si un verdadero hijo de Dios recae, ¿necesita volver a ser salvo?

Podría contestar a esta pregunta haciendo otra. Si un muchacho huye de casa, ¿necesita que le hagan hijo de su padre otra vez? No, desde luego que no; puede que precise de castigo, y cuando se arrepienta necesitará perdón y restauración a su puesto en el círculo familiar, pero el vínculo de la relación entre él y su padre es de tal naturaleza que ninguna mala conducta de su parte la puede destruir.

Ahora bien, el vínculo que se forma entre el creyente y Dios es un vínculo eterno. Es Dios mismo quien lo ha constituido, y «todo lo que Dios hace será perpetuo» (Eclesiastés 3:14). Dios lo ha salvado, ha hecho de él Su propio hijo querido. Lo ha sellado con Su Espíritu y le ha asegurado que nunca perecerá. Además, ha llegado a ser miembro del cuerpo de Cristo, y objeto del amor y cuidado especiales del mismo Cristo. ¿Acaso todo esto puede quedar en entredicho, y deshecha la obra de Dios, y que se arrebate una oveja de manos del Pastor? Para una mente reflexiva, y que comprenda lo que se implica en la salvación de un alma, hacer tales preguntas es contestarlas.

 

Así, ¿no hay tal cosa como ser borrado del libro de la vida?

Usted debe referirse, supongo, a lo que se asevera en Apocalipsis 3:5. Pero debemos recordar que en la ciudad de Sardis había algunos que, por así decirlo, habían escrito sus propios nombres en el libro de los vivientes. Tenían nombre de que vivían, como nos dice el versículo 1, pero en realidad estaban muertos. Ahora bien, si Dios escribe el nombre de quienquiera en el libro de la vida, se debe a que aquel está verdaderamente vivo, habiendo sido vivificado por el mismo Dios. Y si Dios escribe un nombre en aquel libro, jamás lo borrará. Pero si alguien toma el puesto de ser un viviente, sin haber «pasado de muerte a vida», es como si hubiera inscrito su nombre donde no tiene derecho a estar, en las páginas del libro de la vida. Y todos estos nombres Dios desde luego los borrará. Pero son los nombres no de santos recaídos, sino de falsos profesantes carentes de vida.

¿No temía el apóstol Pablo que después de todo él pudiera llegar a ser reprobado?

Si este fuera el caso, ¡tiene que haber dudado de la verdad de lo que él mismo enseñaba constantemente! Pero la Escritura no dice lo que su pregunta presupone. El pasaje que usted tiene en mente es 1 Corintios 9:27, que, como observará, no menciona devenir un reprobado, aunque la posibilidad de ser un profesante, e incluso un predicador, y sin embargo no ser otra cosa que un pobre inconverso y réprobo, queda claramente reconocida.

¿Por qué permite Dios que Sus hijos recaigan?

No podemos referirnos a nuestras recaídas como por permisión de Dios. Naturalmente, es cierto que Él tiene poder para guardarnos de recaer, pero no es Su forma de actuar tratarnos como unas meras máquinas inanimadas. Él ha puesto a disposición de nosotros todas Sus riquezas de gracia y poder, de modo que si nos descarriamos y desviamos, solo podemos culparnos a nosotros mismos. Y Dios emplea nuestros fracasos y nuestras caídas para hacernos aprender la lección que tan lentos somos en aprender —la de nuestra absoluta debilidad e incompetencia.

Pero a fin de que podamos ser preservados de tropiezos y de extravíos, Dios nos ha dado un Salvador viviente en el cielo para que sea nuestro grande y poderoso Intercesor. Él conoce nuestras debilidades y nuestra necesidad, y Él vive para satisfacerla con Su gracia y poder.

Tenemos también el Espíritu Santo habitando dentro de nosotros para ser nuestro Guía y Consolador, para hacer reales las cosas de Dios para nosotros, y para controlarnos para Cristo.

Y luego tenemos también el inapreciable tesoro de la Palabra de Dios para actuar sobre la conciencia y para señalarnos el camino de la verdad.

Con recursos como estos, no hay excusa para la recaída. Es solo cuando descuidamos la maravillosa provisión que Dios nos ha dado, e intentamos andar con nuestro propio poder, que nos alcanza el desastre espiritual.

Si un cristiano peca, ¿se le debe considerar en cada caso como recaído?

Naturalmente que no, porque, en tal caso, ¿quién entre nosotros no sería un recaído? Debemos distinguir entre aquel que persiste en el pecado, y aquel que es «sorprendido en alguna falta», aunque incluso este último necesita restauración (Gálatas 6:1).

Si observamos una columna de humo, la veremos a menudo empujada de un lado a otro por los golpes de viento pasajeros. Pero su principal dirección es hacia arriba, a pesar de todo. Así es con el cristiano. Puede ser influido por cosas pasajeras, y por falta de vigilancia puede ser sorprendido en alguna falta. Pero si su principal dirección es hacia arriba, y si prosigue en este curso, lamentando sus fracasos y persistiendo adelante a pesar de todo, no debe ser contemplado a la misma luz de quien persiste durante días, semanas o meses sin acudir a la presencia de Dios en juicio propio, para confesar su pecado y para buscar gracia que le capacite para apartarse del mismo.

¿Qué quiere decir por «reincidente de corazón»?

Es un término escriturario, como veremos si examinamos Proverbios 14:14 (V.M.). Tenemos un ejemplo de lo que se quiere decir con esto en el caso de los santos en Éfeso. Se trataba de lo que muchos considerarían sin duda como una congregación modélica. Su arduo trabajo, su fidelidad en repudiar falsos maestros, su paciencia por causa de Cristo, eran cosas bien conocidas. Sin embargo, Aquel que lee los corazones tenía algo contra ellos: habían dejado su primer amor (Apocalipsis 2:2-4). Externamente eran todo lo que se podría desear, pero el amor de ellos por Cristo había dejado de arder con su antiguo brillo, el ardor de su primer afecto hacia Él mismo se había enfriado; eran descarriados de corazón.

¡Cuántos entre nosotros tienen que confesar que esto es lo que nos ha sucedido! ¡Y cuán evidente es, por la evidencia de estos creyentes efesios, que la actividad y el celo en el servicio del Señor, incluso cuando todo ello va acompañado de una fidelidad inflexible a la verdadera doctrina, no remedia el enfriamiento del «primer amor».

¿Cómo puede ser restaurado un hijo de Dios recaído?

Si se busca una restauración plena, tiene que llegarse al fondo del propio pecado y enfriamiento en presencia de Dios. No será suficiente con una mera expresión de dolor y oración buscando el perdón. Ha de haber un verdadero juicio propio, y un seguimiento de los pasos tomados en el punto en que tuvo lugar el extravío.

Recuerdo una ocasión, mientras descansaba en mi alojamiento, que un ratoncito salió de su agujero y comenzó a pasearse por la habitación. Pero pronto se asustó por un pequeño movimiento de mi pie, y desapareció por su agujero. Pocos minutos después reapareció, saliendo esta vez de un agujero al otro lado de la estancia.

Que cada cristiano recaído observe esto. ¡No puedes hacer como aquel ratón! Él huyó hacia un agujero y salió por otro, pero esto es imposible para ti. Tú te has introducido en algún orificio oscuro, lejos de la luz de la presencia de tu Salvador, lejos del gozo de la comunión con Dios. Y si tienes que ser restaurado tendrás que salir por el mismo agujero que por el que entraste.

Lo que quiero decir es que tendrás que remontar, en presencia de Dios, aquel episodio de la historia de tu alma que se encuentra entre el momento de tu extravío y el presente. Con ayuda del Señor, lo podrás hacer; y la confesión del primer mal paso, y el juzgarte a ti mismo por haberlo tomado, es un gran comienzo.

Ten en cuenta, en todo ello, que el bendito Señor te contempla con ojos de amor inmutable. Todo tu pecaminoso extravío no ha hecho disminuir ni un ápice Su fiel amor por ti. Piensa en ello. Medita esta bendita realidad: «El me ama, a pesar de todo», y con el pensamiento de este verdadero, intenso, tierno y eterno amor, acude con tu confesión en presencia de Dios. «Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová», y Él sanará tu recaída y te llenará de nuevo el corazón de gozo.

Pero no quieras ofrecer excusa alguna por tu alejamiento.

Tu peor enemigo eres tú mismo, y al volverte al Señor harás bien en no concederte ningún cuartel.

Al confesar tu pecado de esta forma, puedes tener la certidumbre de que quedas perdonado. «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados». Puede que no experimentes, y probablemente no experimentarás, ningún repentino alivio ni ninguna dispersión inmediata de las nubes, pero desde luego quedas perdonado en el momento en que derramas la triste historia de tu pecado a oídos de tu Padre.

Luego, por la abogacía de Cristo, sigue la restauración. Él hará que Su palabra tenga efecto sobre ti; te hablará al corazón de una forma que te derretirá, y profundizará en ti el sentido de Su amor y fidelidad y de tu propia insensatez e indignidad. Luego, no confiando en tu propia sabiduría y fuerza, emprenderás continuar en el poder de Su gracia.

 

Cuando un recaído regresa al Señor de esta manera, ¿es inmediata su restauración?

No por lo general, me parece, aunque su perdón es instantáneo en el momento en que presenta su confesión. Pero la restauración es algo distinto del perdón, y no se da con tanta celeridad. Al extraviado que regresa se le hace que se dé cuenta de que su pecado no es cosa ligera, y que el privilegio de la comunión con Dios no es algo que se pueda echar de lado y luego reanudar a placer.

Al decir esto, tengo en mente un pasaje en Oseas 5:15, y 6:1, 2, que aunque primordialmente se refiere a Israel, expone el principio que estoy tratando de explicar.

El Señor se aparta en el capítulo 5:15, «Andaré y volveré a mi lugar», dice el Señor, «hasta que reconozcan su pecado y busquen mi rostro». El efecto de esto es que el pueblo se exhortan unos a otros. «Venid y volvamos a Jehová; porque él arrebató, y nos curará; hirió, y nos vendará. Nos dará vida después de dos días; en el tercer día nos resucitará». Así, se anticipa un intervalo de tiempo entre el retorno de sus almas al Señor y el avivamiento y levantamiento que procederá de Él. Este período de tiempo permite al alma pasar por el ejercicio espiritual, y que se realice la prueba de su realidad. Pero si se mantiene la actitud de verdadera contrición y de juicio propio, la restauración es tan cierta como el perdón; podemos tener la certidumbre de que Dios no mantendrá a nadie esperando más tiempo del suficiente para que se aprendan las necesarias lecciones.

Dejad que añada que la restauración no llega generalmente en forma de un repentino estallido de éxtasis, ni nada de esta clase; acontece cuando nuestros pensamientos se dejan de centrar en nosotros mismos y se dirigen a Cristo. El Espíritu santo dirige nuestros pensamientos a Su amor, y, al estar con la atención puesta en Él, la bendición que anhelábamos llega a ser nuestra de nuevo. 

Doce Diálogos Bíblicos - Harold P. Barker y otros. Traducción del inglés: Santiago Escuain © Copyright 2005, SEDIN - todos los derechos reservados. SEDIN-Servicio Evangélico Apartado 126 17244 Cassà de la Selva (Girona) ESPAÑA Se puede reproducir en todo o en parte para usos no comerciales, a condición de que se cite la procedencia reproduciendo íntegramente lo anterior y esta nota. http://www.sedin.org/dialogues/d00cast.html


 
 
   
 
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