8. Aptitud Para El Cielo
Preguntas por O. Lambert y otros; Respuestas por H. P. Barker
NUESTRO tema es la «Aptitud para el cielo». Es cosa maravillosa que personas como tú y yo, llenas de fracasos y defectos, podemos ser hechos aptos para el cielo, y ello mientras vivimos aquí en la tierra. Pero esto es lo que la gracia de Dios puede hacer por nosotros.
En Apocalipsis 21:27 leemos que ninguna cosa impura puede entrar en la Santa Ciudad. Entonces, ¿cómo podemos ser hechos aptos para habitar allí?
La eficacia de la preciosa sangre de Cristo es tan grande que puede eliminar la impureza por entero. Puede purificar los pecados de toda una vida en un momento, y lavar al pecador dejándolo blanco como la nieve.
Si alguien ha sentido que sus pecados eran tan negros como el infierno mismo, y más en número que los granos de arena de la playa, podríamos seguir señalándole la sangre que purifica de todo pecado, que emblanquece y purifica al pecador culpable e impuro, y lo hace apto para el resplandeciente y glorioso hogar de Dios.
¿Sirve de ayuda para hacerse apto para el cielo recurrir a los sacramentos, hacer penitencia, y cumplir estrictamente todos los deberes religiosos?
Si cosas como estas pueden ayudar en alguna manera a hacer que nuestras almas sean aptas para el cielo, ¡es extraño más allá de toda medida que la Biblia no nos lo diga! Al contrario, encontramos que las «obras», aunque tienen su lugar en relación con la vida del cristiano en la tierra, no tienen lugar en absoluto en relación con su salvación, o para hacerlo apto para el cielo. La salvación se describe claramente como «NO POR OBRAS, para que nadie se gloríe» (Efesios 2:9); y Si Dios ha salvado a Su pueblo, ello ha sido «NO POR OBRAS de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia» (Tito 3:5).
Los hay muchos, sin embargo, que rechazarían enérgicamente y denunciarían la doctrina de la salvación por obras, y que sin embargo abrigan la idea de que depende de ellos en alguna manera u otra hacer aptas sus almas para el cielo. De modo que cantan—
«Un encargo yo tengo para guardar, un Dios al que glorificar,
Un alma inmortal para salvar, y para el cielo preparar.»
Es cierto que el Señor ha dado un encargo a Su pueblo, pero este encargo no es desde luego que salven sus propias almas y las preparen para el cielo. La obra que Él consumó es lo único que puede conseguir tal cosa. Nada puede de ningún modo añadir al valor de lo que Cristo ha hecho por nosotros, ni hacer más perfecto aquel impecable manto de justicia del que nos ha revestido la gracia de Dios.
Ser hecho apto para el cielo, ¿es lo mismo que tener derecho a ir allí?
Naturalmente que no. Yo puedo recibir una invitación para asistir a una recepción en el Palacio Real de parte de Su Excelencia el Gobernador mismo. Esto me daría un claro derecho a ir. Pero tal como estoy aquí ahora no soy aptopara asistir a una ocasión tan brillante como esta. No estoy vestido para ello. Necesitaría un cambio completo de vestimenta antes que se reconociera mi aptitud para la recepción ofrecida por el Gobernador. En cambio, mi vestimenta pudiera ser apropiada en todos sus aspectos, pero la misma no me daría derecho a acudir. En un caso, tendría derecho, pero no aptitud. En el otro, tendría aptitud, pero ningún derecho. Ahora bien, por la gracia de Dios hay provisión tanto de un derecho al cielo como de una perfecta aptitud para aquel santo lugar para todos los que confían en el Señor Jesucristo. Su preciosa sangre nos hace perfectamente aptos para el cielo, así como nuestros pecados nos habían hecho aptos para el infierno.
Pero nuestra aptitud no se limita meramente a que nuestros pecados hayan sido lavados. Cristo mismo es la medida de nuestra aptitud. Estamos de tal manera vinculados con Él que Dios nos ve en Él, revestidos de toda Su hermosura, y hechos aptos para la presencia de Dios así como Él lo es. Nuestro derecho, también, aunque basado en la preciosa sangre de Cristo, reposa en el hecho de que Él mismo ha entrado en el cielo por nosotros. Tenemos derecho a estar allí porque Él, nuestro Sustituto, nuestro Salvador, y nuestra exaltada Cabeza, está allí.
Supongamos que fuese posible que un pecador llegase al cielo en sus pecados, ¿cuál sería el resultado?
Supongo que una persona así se sentiría absolutamente desgraciada. Con una naturaleza totalmente inapropiada para la presencia de Dios, y sin ser apto para un lugar de luz y de santidad, le sería algo insoportable. Su grito sería: «¡Sacadme de este lugar!»
Oí hablar una vez de un jugador de apuestas que se dirigía a alguna carrera de caballos y que, por error, subió a bordo de un barco diferente. Se encontró entre muchos cristianos que se dirigían a una conferencia. En el salón, en cubierta, allí donde iba, había gente cantando himnos, o corros enfrascados en conversaciones acerca de Cristo. Aquel hombre se encontró totalmente fuera de lugar, y su incomodidad lo llevó a ofrecer al capitán una gran suma de dinero para que se dirigiese al puerto más cercano para dejarlo bajar.
La gente habla con mucha facilidad acerca de ir al cielo cuando mueran, pero se olvidan que excepto que hayan sido hechos aptos para aquel lugar y hayan recibido una naturaleza que pueda gozar de las cosas de Dios, se sentirían tan desgraciados en el cielo como aquel jugador de apuestas se sintió entre los cristianos en el barco. Si una hora en compañía de ellos le resultó insoportable, ¿qué sería toda una eternidad en la misma presencia de Dios para un pecador no regenerado?
¿Dónde en la Biblia leemos acerca de ser hechos aptos para el cielo?
En Colosenses 1:12-14. Leamos el pasaje: «dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados».
¿Deberíamos orar a Dios que nos haga aptos para ser participes de la herencia celestial?
Si examinamos el capítulo del que acabamos de leer, veremos que desde el versículo nueve hasta el once leemos de diversas cosas por las que como cristianos podemos ORAR. Deberíamos orar con fervor, por ejemplo, para ser llenos del conocimiento de la voluntad de Dios, y poder andar como es digno del Señor, y para ser llenos de fruto en toda buena obra, etcétera. Pero los versículos doce a catorce mencionan cosas por las que podemos DAR GRACIAS.Ahora bien, la oración la hacemos por aquellas cosas que deseamos, pero las gracias las damos por lo que ya hemos recibido. Observaréis que la condición de ser aptos para participar de la herencia en las alturas es una de las cosas por las que debemos dar gracias, y no una de las cosas por las que debemos orar. Esto queda muy claro en base al versículo doce. Por la gracia de Dios, es algo que ya tenemos ahora.
La otra noche estuvimos hablando de aquella pequeña pero áurea palabra, «tiene». ¡Cuántos han podido llegar a liberarse de todas sus dudas al ver que «tiene» implica una posesión presente! Aquí tenemos la misma implicación con los términos que se utilizan: «con gozo dando gracias al Padre que NOS HIZO APTOS para participar de la herencia de los santos en luz». Es una acción ya realizada. ¡Démosle gracias por este gran don!
¿Quiénes son aquellos a los que se hace referencia con el «nos» en este pasaje?
El cuarto versículo del capítulo dará respuesta a esta pregunta. «… habiendo oído de vuestra fe en Cristo Jesús.» Eran personas que habían acudido a Cristo y que habían creído en Él como su Salvador. El apóstol no se está refiriendo a incrédulos ni a meros profesantes. Los tales no han sido hechos aptos para ser partícipes de la herencia de los santos en luz. Esta gran bendición es la porción solo de los que han confiado en Cristo.
¿Acaso los creyentes no son dejados sobre la tierra con el propósito de que sean hechos más y más aptos para el cielo por la gracia de Dios y la influencia del Espíritu Santo?
Esta pregunta se podría contestar con otra: ¿Acaso hay nada realizado en nuestras almas, o producido en nuestras vidas por la gracia de Dios y por el Espíritu Santo, que pueda añadir al valor de la preciosa sangre de Cristo? Desde luego que no.
Desde luego, Dios nos ha dejado en la tierra con un propósito, pero este propósito no es que seamos hechos más aptos para el cielo.
Sé que alguna buena gente abriga el pensamiento de que los cristianos están madurando gradualmente para el cielo, del mismo modo que una naranja, bajo la influencia de los rayos del sol, se vuelve dulce y tierna, y apta para ser arrancada y comerla. Sea cual sea el otro aspecto de la bendición para el cristiano que se pueda ilustrar con aquella naranja, desde luego no expone cómo se le hace apto para el cielo.
Lo cierto es que si desde el día de tu conversión hasta el día en que te despidas de la tierra, pudieras vivir una vida de celo santo y devoción en el servicio del Maestro; si por oración continua y el estudio de Su Palabra llegases a ser un gigante en el conocimiento espiritual, no serías más apto para el cielo en tu último momento que cuando, como pobre pecador, confiaste en Cristo al principio. Habría crecimiento, en muchos respectos —en conocimiento, en experiencia, en devoción, en celo; pero no habría ni podría haber crecimiento en la aptitud para el cielo.
¿No hay acaso un lugar al que se envían las almas después de la muerte, para ser hechas definitivamente aptas para el cielo?
Un lugar así existe solo en la imaginación de las mentes de los hombres. La Biblia no solo guarda silencio respecto a la existencia de un lugar así, sino que da un claro testimonio en contra de la misma.
Sé que muchos de los presentes aquí esta noche están acostumbrados a oír hablar de aquello que se designa como Purgatorio. Pero, ¿acaso alguien me dirá que ningún sufrimiento por el que yo pudiera pasar puede conseguir lo que no haya podido conseguir el sufrimiento por el que pasó mi Salvador por mí? ¿Acaso mis sufrimientos serían más eficaces para hacer mi alma apta para el cielo que los sufrimientos Suyos? ¡Imposible!
¡Oh, no!, gracias a Dios, mi Salvador ha conseguido para mí, mediante Su obra consumada, no un lugar en el Purgatorio, sino en la casa del Padre. Su obra fue todo lo necesario para hacer apto para aquel lugar al pecador que cree, y solo estamos esperando hasta que Él venga para ser llevados al lugar para el que Él nos ha hecho aptos. Si somos llamados a morir, no será para sufrir un proceso adicional mediante un fuego purificador del Purgatorio, sino para «partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor» (Filipenses 1:23), Partir y estar con Cristo es algo muy diferente a partir para estar en el Purgatorio, ¿no es cierto?
Había cristianos en Corinto que no actuaban bien, y como consecuencia muchos dormían. ¿Qué hay acerca de ellos?
Este caso no invalida en absoluto la verdad en la que estamos insistiendo. El mismo apóstol Pablo dijo a estos mismos cristianos: «mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios». El lugar para el que no eran aptos era Corinto. En lugar de estar viviendo para la gloria de Dios y de ser testigos brillantes y luminosos para Cristo, su reprobable conducta estaba causando deshonra a Su nombre y haciendo del cristianismo un escarnio entre los paganos. Esta es la razón de que Dios interviniese y los extrajese de la tierra mediante la muerte.
Hay toda la diferencia del mundo entre ser «aptos para participar de la herencia de los santos en luz», por una parte, y ser «útil al Señor» (2 Timoteo 2:21). Hay muchos de los que son aptos para la gloria que distan mucho de ser instrumentos útiles para el Señor aquí en la tierra. De modo que Dios tiene que castigarlos y disciplinarlos, y a veces quitarlos totalmente de la tierra.
¿Es el caso de aquellos creyentes de Corinto un ejemplo del «pecado para muerte»? (1 Juan 5:16)
Sí, me parece que sí. Si Dios se nos ha dado a conocer en gracia, no debemos llegar a la conclusión de que él deja de ser un Gobernante sabio y justo. Él no puede permitir la persistencia del pecado sin trabas entre Su pueblo. Pero incluso si el pecado llega a ser de tal naturaleza que Dios vea necesario refrenarlo quitando a aquel que peca, sin embargo, el tal, si es un creyente en Jesús, es quitado al cielo.
Supongamos que un padre, sentado en su casa, oye la voz de su hijo mezclada con las voces de algunos chicos violentos y problemáticos en la calle. Se siente profundamente disgustado al oír las palabras que salen de boca de su propio hijo. Abriendo la ventana, llama: «Jorge, ¡sube aquí!» Jorge vuelve la cabeza hacia él, y su padre continúa: «He visto lo mal que te has estado comportando. No puedo confiar más en ti allá abajo. ¡Sube en el acto!»
Así, llama a su hijo quitándolo de la calle, donde estaba deshonrando el nombre de su padre; pero, ¿adónde llama al muchacho? Lo llama de vuelta al hogar.
Esto es lo que Dios tiene que hacer a veces con Sus hijos. El pecado de ellos es un pecado para muerte. Dios los saca de la tierra (el lugar para el que no son aptos) y los lleva al cielo (el lugar para el que, por la sangre de Jesús, síque son aptos).
¿Hay algún otro caso en la Biblia que ilustre este mismo principio?
Sí, el caso de Moisés. Fue desde luego un maravilloso siervo de Dios, pero pecó al desobedecer las instrucciones de Dios en una ocasión, y no mantuvo el honor de Dios a los ojos del pueblo. Por esta razón, Dios le dijo: «Sube a este monte de Abarim, … y muere en el monte al cual subes» (Deuteronomio 32:49, 50). A Moisés no le fue permitido conducir al pueblo de Dios a la tierra prometida. Su servicio fue dado a Josué, y Dios lo llamó fuera de la tierra.
Si alguien pregunta: «Pero, ¿cómo sabe que después de su fracaso Moisés fue al cielo?», respondo, «Porque cuando el Señor Jesús fue transfigurado en el monte, Moisés fue uno de Sus compañeros que apareció con Él en gloria» (Lc. 9:30, 31).
La aptitud de Moisés para el cielo no dependía de su fidelidad, o nunca hubiera llegado allí. Su continuidad como siervo escogido de Dios en la tierra sí que dependía de su fidelidad, y debido a que fracasó, fue llamado fuera de la tierra. Y así es con nosotros. Si no somos fieles, no somos «útiles al Señor», y Dios tendrá que tratar con nosotros como le parezca adecuado. Pero nuestra aptitud para la gloria depende de algo cuyo valor nunca podrá quedar menoscabado por ninguno de nuestros fracasos, la preciosa sangre de Cristo.
Al hablar así, ¿no está usted exponiendo una doctrina muy peligrosa?
Para mí es suficiente con que esta sea la doctrina de la Escritura. Pero, después de todo, ¿le parecen tan malos sus efectos prácticos? ¿Es que aquellos que tienen la seguridad de que la preciosa sangre de Cristo es todo lo que necesitan para hacerlos aptos para el cielo son una gente tan negligente y terrible? En realidad, es bien al revés, y en la vida real se encuentra que la plena confianza en el poder de la sangre de Cristo para purificar, y la certidumbre de que mediante la misma hemos sido hechos aptos para la gloria, van de la mano con una forma piadosa de vivir y con un interés en glorificar a Dios en la tierra.
¿Verdad que el caso del ladrón muriendo en la cruz ilustra cómo un pecador es hecho apto para el cielo sin ningunas obras de su parte?
¡Desde luego que sí! ¡Pobre hombre! Con las manos clavadas en la cruz, ¿qué clase de obras podía hacer? Sólo podía volverse al Señor tal como era, con toda su vileza e impotencia. Y así lo hizo, y recibió en el acto la bendición de esta promesa: «hoy estarás conmigo en el paraíso». Poco importa lo que digan o piensen los hombres acerca de dónde estaba el «paraíso». El argumento es que él estaba en aquella cruz, y que entonces fue hecho apto para la compañía de Cristo, y que recibió la certidumbre de que estaría con Él.
¿Para qué instituyó Cristo el sacramento si, como usted dice, no nos ayuda a hacernos aptos para el cielo?
En modo alguno estoy implicando que la Cena del Señor, o el sacramento, como usted lo llama, carezca de importancia. Yo mismo lo tomo, cuando es posible, cada domingo. Pero al hacer esto no tengo ni el más remoto pensamiento de que por ello mismo yo sea hecho más apto para el cielo. Si usted desea saber por qué el Señor Jesús instituyó la Cena, solo tiene que volverse a las Escrituras para encontrar la razón. Esta razón se da con toda claridad. Vea en Lucas 22:19. Él mismo lo dijo: «Haced esto en memoria de Mí».
Esto es algo muy diferente a decir: «Haced esto para ser más aptos para el cielo».
La verdad es que el pan y el vino nos han sido dados para que tengamos el recuerdo constante de nuestro ausente Señor, en Su muerte. Él desea que no le olvidemos como el copero se olvidó de José, y para ello instituyó la Cena como un sencillo medio de recuerdo. No hay ninguna indicación en ninguna parte de la Biblia de que sea un «medio de la gracia», ni de que tenga ninguna virtud en sí para ayudarnos a ser aptos para el cielo. Solo aquellos que saben que son salvos y que han sido hechos aptos para el cielo por la preciosa sangre de Cristo tienen derecho a tomar la Cena, porque solo ellos pueden recordarle como Sus amados, aquellos que deben toda su bendición a Su muerte.