evangelio mundial
  Tiempos..
 

Capítulo 4

El líder aprende a esperar su tiempo -  El reloj de Dios no es el nuestro

 Ps. Fernando Alexis Jimenez

--Si nos espera unos minutos más le tramitamos la entrada al Perú—dijo el agente de inmigración en la frontera del Ecuador y Perú. Hacía un sol insoportable y a lo lejos se adivinaba el inicio del desierto de Tumbes, esa magnífica extensión de arena que muere en las márgenes del mar Pacífico.

Saúl miró el reloj, miró al funcionario, nos miró a nosotros, hizo un gesto de desagrado y siguió leyendo el diario. En los titulares anunciaban un nuevo triunfo del corredor de autos colombiano Juan Pablo Montoya. Sobre una margen del diario anunciaban nuevos esfuerzos de Venezuela por conquistar el mercado petrolero internacional.

Una nueva mirada al reloj de pared. Habían transcurrido veinte minutos. Unos ojos inquisitivos que recorren a los presentes, el gesto de desagrado que había hecho anteriormente y la disposición de seguir leyendo.

--¡Esto es el colmo¡--vociferó:--Llevo dos horas esperando una autorización y todavía no me resuelven nada--. Estaba visiblemente desencajado por la rabia.

--Si espera unos minutos más...—le insistió. Pero el hombre salió tras recoger airadamente sus documentos. Minutos después, realmente muy pocos, llegó quien debía firmarlos. Sonrió al conocer la situación y dijo:

--Si hubiera esperado tan solo un poco...—

¿Es usted impaciente?

La impaciencia es uno de los problemas que enfrentan líderes, bien sea que estén al servicio de la iglesia o que se desenvuelven secularmente en alguna empresa o institución.

Su anhelo es lograr todo inmediatamente, sin esfuerzo. Parecería que esperan encontrar la lámpara de Aladino que, con solo frotarla, traiga del país de la fantasía un genio que cumpla todos sus deseos. Sin embargo no es así. La realidad es bien diferente.

¿Se ha desalentado alguna vez porque una promesa que recibió de Dios no se cumple inmediatamente?¿Ha sentido que Dios se olvidó de su promesa y que le dejó de lado para ocuparse de los planes para otro creyente? Si ha experimentado una situación así, seguramente comprenderá el desasosiego de Abram. Dios le había prometido:“...alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre”(Génesis 13:14, 15).

Lo más probable es que, cada mañana al despertar, el patriarca se acercaba al calendario para corroborar la fecha y mentalmente hacía cuentas del tiempo transcurrido desde que Dios le hablara.

Sarai, su mujer, no evidenciaba síntomas de embarazo. Y todo alrededor seguía tal cual. Nada parecía ocurrir.

--De seguro esa promesa es imposible de cumplirse en mi vida—pensó una y otra vez. Todos en derredor recibían noticias sobre la proximidad de la visita de la cigüeña y él, en cambio, sentía el desaliento que produce esperar un anuncio del Señor que pasa el tiempo y no se materializa.

Esteban, el primer mártir de la era cristiana, explicó al respecto: “Y no le dio herencia en ella, ni aún para asentar un pie; pero le prometió que se la daría en posesión, y a su descendencia después de él, cuando él aún no tenía hijo”( Hechos 7:5).

Es fácil creer cuando todo apunta a que aquello en lo que hemos cifrado nuestras esperanzas, está a las puertas de concretarse. En condiciones así es fácil creer. Lo complejo es asimilar en nuestra existencia la definición que hiciera el autor sagrado en torno a la fe: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera; la convicción de lo que no se ve”(Hebreos 11:1).

Un empresario de Santiago de Cali con el que hablé hace poco tiempo después de dictar una conferencia, me refirió como, desde niño y cuando sus padres vivían inmersos en la inopia, se preparó para ser gerente de una compañía.

Nunca se desanimó aunque el paso de los años y el intenso estudio para lograr la superación intelectual y académica, hacían pensar que estaba muy lejos de sus sueños. Sin embargo depositó su confianza en la convicción de que, si Dios iba delante suyo, nada impediría que hiciera realidad sus más caras aspiraciones.

Lo logró cuando rayaba los cuarenta y cinco años. Hoy es propietario de una compañía transportadora. Está convencido de que guardar la fe en el poder divino que le ayudaría a salir adelante, fue su más grande secreto.

En todas las circunstancias y cuando hemos recibido una promesa de Dios, es necesario entender que nuestro reloj es bien diferente del que tiene en uso nuestro amado Señor.

José Alberto, un abogado a quien conozco hace un buen tiempo y de quien fui compañero en la empresa para la que laborábamos, recibió una promesa en cierto servicio religioso en el que ministraba un evangelista invitado.

El Señor te llamará a servirle en su obra—le dijo el pastor en momentos en que oraba por mi amigo.

Salió del lugar inundado de gozo. No podía creerlo. Días después me anunció que renunciaría a su cargo en la entidad estatal a la que estábamos vinculados:

--Dios me llama a la obra y no puedo desatender su llamado—me dijo al tiempo que buscaba echar por tierra las recomendaciones de que buscara a Dios en oración y Su santa confirmación antes de proceder.

De nada valieron los consejos de amigos y conocidos. José Alberto renuncio a su ocupación secular.

Un mes después estaba ministrando en una ciudad vecina. Las cosas no funcionaron. La pequeña iglesita de la que fue encargado, pronto enfrentó un revés, de esos períodos que son apenas naturales cuando se comienza una misión evangelística en un lugar. No tenía para sostenerse ni tampoco a su familia. El dinero escaseó. Se sintió solo. Me dijo un día que el Señor lo había abandonado.

La pregunta –apenas natural--que surgió en aquella conversación:--¿Dios te falló, José Alberto, o no supiste esperar en el tiempo que El tiene para materializar sus promesas?...

Abram atravesaba una situación similar. Se desesperaba por el paso inexorable del tiempo sin que nada ocurriera. En lugar de prepararse en Dios para ser un buen padre, tal como el empresario de la historia inicial se preparó para dirigir su propio negocio, Abram esperaba que todo ocurriera inmediatamente.

Años después y en un nuevo contacto con el Creador, le hizo el reclamo:”Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa”(Génesis 15:3).

El texto debe llevarlo a reflexionar en las siguientes preguntas. ¿Ha sentido desesperación al ver que transcurren los días y nada ocurre?¿Piensa que Dios se olvidó de usted y de la promesa que le hizo?¿Piensa que las circunstancias demuestran que la promesa jamás será realidad?

Contrario a lo que usted pueda razonar, nuestro amado Hacedor no solo tiene presente aquello que prometió, sino que permanece firme en lo dicho, tal como advierten las Escrituras: “Dios no es hombre, para que mienta, no hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?”(Números 23:19).

Dios conoce las inquietudes de un líder

Con frecuencia y en medio de las crisis que generalmente se desencadenan entre quienes ejercen algún tipo de liderazgo, es probable que se sienta solo. Considera que nadie lo entiende, que la situación que enfrenta constituye un callejón sin salida, que nadie ha experimentado una situación similar. Pero no es así. Dios conoce las circunstancias que atravesamos. Es consciente de nuestro sufrimiento, de las dudas que nos asaltan o quizá de la incertidumbre que nos embarga cuando esperamos una promesa y nada ocurre.

Dios le reafirmó su anuncio inicial: “Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”(Génesis 15:4-6). 

El grado de incertidumbre era tal, que en el versículo ocho podemos leer que Abram le pidió una prueba a Dios de que, cuanto le decía, tendría su cumplimiento. Aún en su existencia persistía la duda.

Es probable que igual ocurra con su vida. Por alguna razón desea que esa promesa divina que recibió de labios de un ministro del Señor se cumpla inmediatamente. Eventualmente alberga sombras de duda.

En su existencia está primando la razón que le dice imposible, y se mezcla con las emociones que le llevan a sentirse desesperanzado. Dejó de lado la fe, quizá junto a su Biblia allí en la mesita de noche. Si es así, queremos animarlo a que siga adelante, a que no se desanime, a que crea en las promesas de Aquél que todo lo puede.

Dios no necesita que le ayudemos

¿Ha visto un líder cristiano que después de recibir una promesa de Dios, y preso de la impaciencia, trata de ayudar al Creador para ver cumplida Su palabra?

Si no lo ha visto, le presento a uno de ellos: Abram. “Sarai mujer de Abram no le daba hijos; y ella tenía una sierva egipcia, que se llamaba Agar. Dijo entonces Sarai a Abram: Ya ves que Jehová me ha hecho estéril; te ruego, pues, que te llegues a mi sierva; quizá tendré hijos de ella. Y atendió Abram el ruego de Sarai. Y  Sarai mujer de Abram tomó a Agar su sierva egipcia, al cabo de diez años que había habitado Abram en la tierra de Canaan, y la dio por su mujer a Abram su marido”(Génesis 16:1-3).

¿Qué consecuencias desataron esta disposición tomada a la ligera y sin medir lo que podía ocurrir? La sierva miró con desprecio a Sarai.

Igual que esta mujer y el propio Abram, que por aquél entonces tenía ochenta y seis años, con frecuencia nos granjeamos problemas que de haber sido pacientes y sensatos nos hubiésemos evitado.

Adelantarse a los planes de Dios sin esperar en Su promesa, le trajo problemas familiares al patriarca (versículo 9). Cuatro años después, Dios le habló de nuevo (Génesis 17:1), sin embargo debieron pasar otros diez años antes que la promesa se hiciera realidad (Génesis  17:17).

Dios cumple sus promesas, como leemos en las Escrituras: “Visitó Jehová a Sara, como había dicho, e hizo Jehová con Sara como había hablado. Y Sara concibió y dio a Abraham un hijo en su veje, en el tiempo que Dios le había dicho. Y llamó Abraham el nombre de su hijo que le nación, que le dio a luz Sara, Isaac”(Génesis 21:1-3).

Dios nunca llega tarde. El llega en el momento oportuno. En ocasiones con más rapidez de lo previsto, en otras cuando pensamos que nada ocurrirá. En todas las circunstancias es necesario aprender a esperar en Sus promesas. El cumplirá. Jamás olvide que el reloj y el calendario del Señor son diferentes de los nuestros. No se desespere, confíe. Dios cumplirá...

PREGUNTAS SOBRE LA LECCIÓN 

1. Consiga una escritura que habla sobre como la paciencia ayuda a heredar las promesas de Dios.

2.   Consiga en el libro de Habacub una escritura que habla acerca de “espérala…sin duda vendrá”…

3. ¿Qué consecuencias puede causar la desesperación en la vida de un líder –cuando ha tenido una promesas-o cuando  ha sido llamado por Dios?

4. ¿Que nos dice el Señor en su palabra en Salmos 89:34 que nos ayuda a seguir esperando y confiando en El?

Jimenez, Fernando Alexis, Ser líder no es fácil... pero no imposible, Ministerio de Evangelismo y Misiones "Heraldos de Vida", Usado con permiso.

 
 
   
 
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