Adelante con la buena crítica por Enrique Zapata
La crítica es vital para la iglesia. Tal vez sea uno de los elementos más imprescindibles. Juzgar es lo que muestra la diferencia entre dos elementos. Nos ayuda a ver que no todo lo que brilla es oro, contribuyendo a nuestro crecimiento y corrección.
Los apóstoles, al recibir la critica en Hechos 6, no la condenaron, sino que resolvieron la causa que la provocó. La crítica nos protege, nos ayuda a alcanzar mejor los objetivos. Sin embargo, se la condena en la mayoría de las congregaciones. ¿Por qué?
En realidad, nos cuesta aceptarla; incluso evadimos hasta la autocrítica. Nos molesta que alguien nos diga que lo que hicimos o dijimos no honra al Señor, y, en ocasiones hasta nos ofendemos. Sin embargo, si realmente amáramos al Señor -y no tan sólo a nosotros mismos- ¿no estaríamos agradecidos por esa crítica que puede ayudar a mejorarnos? ¿No será que somos demasiado orgullosos o inseguros? ¿O es que tenemos miedo que nuestros problemas o motivaciones sean puestos en evidencia? ¿Acaso no somos todos pecadores, personas imperfectas, salvados por gracia?
Nos ofendemos, sintiéndonos heridos, cuando alguien hace evidente nuestras imperfecciones. Tenemos que aprender a aceptar la critica de otros, a ser evaluados o juzgados, así como también debemos saber cómo y cuándo juzgar, cuándo evaluar o reprender al hermano.
Estando en Bolivia me acercaron la revista "Época", con un artículo intitulado: El elogio, el temor y el silencio. Allí se trataba la critica en el ámbito de la cultura. Ese ámbito también sufre las mismas dificultades y desafíos que tenemos en la iglesia -porque somos seres humanos-. Sin embargo, como cristianos debemos superamos y crecer. Lamentablemente, muchas cosas no se hacen por temor, cayendo en el silencio. Tendemos a caer en tres extremos: el elogio, el silencio o el ataque.
"La crítica -comenta Mario Ríos- es juzgar una obra o un acontecimiento según una lógica rigurosa. En este sentido, para hacer crítica, uno tiene que estar seguro de lo que dice, es decir, uno tiene que ser especialista en la materia".
"La persona que está en condiciones de ejercitar esta actividad deberá hacerlo en condiciones sólidas -dice 'Cucho' Vargas, conductor del programa 'Enfoques'-, porque no se puede denostar a nadie gratuitamente. Pienso e insisto en que la crítica debe ser fundamentada y dirigida hacia una construcción que permita evitar los errores que se están criticando, para que en el futuro sean superados".
“Existe crítica en Bolivia"-comenta Carlos Mesa (Director del Canal 2 de Bolivia) -y en diferentes ámbitos, pero está muy debilitada porque el artista es poco proclive a aceptarla. Cada vez que un crítico se manifiesta contrario a un artista, este le quita el saludo y, entonces, el crítico no escribe más porque tampoco se trata de que pierda a todas sus amistades.
Esta situación se produce por falta de madurez y, naturalmente, es una actitud negativa por cuanto una persona que se ha convertido en figura pública tiene que acostumbrarse a poner en consideración del pública sus trabajos".
"Es evidente que para la realización de toda crítica concurren varios factores, porque no se trata simplemente del denuesto. En este sentido, para hacer una crítica positiva une debe despojarse de intereses", dice Mario Castro, director de Radio Cristal, y continúa "Siempre he optado por no hacerme cómplice del silencio, lo que puede ser más dañino"*.
Nuestra dificultad como cristianos tal vez proceda de varios males. La palabra juzgar tiene dos acepciones en castellano: "No juzguéis... (Mt.7.1) y la palabra usada en 1 Corintios (1Co. 2.15). La diferencia que existe entre ambas, según el Dr. Wuest, reside en que el no juzguéis implica la acción del juez que sentencia y que con ella da el merecido al culpable. En cambio la palabra en "el espiritual juzga todas las cosas" habla de evaluar o analizar el objeto. En otras palabras, cuando y o condeno a mi hermano estoy haciendo uso de la primera acepción, y al hacerlo peco. Si soy espiritual voy a evaluar todas las cosas y a usar esa información para orar y edificar vida de esa persona.
En el libro “En Pos del Supremo”, Chambers comenta que Dios nos da la habilidad de ver las fallas en otras vidas, a fin de orar y cooperar con Dios en su solución. Gothard comenta que hasta Dios permite que otros nos hieran u ofendan para hacernos conscientes de la seriedad del problema y para que nos ocupemos seriamente en resolverlo. Si no nos molestara tanto, en muchos casos ni nos ocuparíamos. Nosotros pervertimos lo que Dios desea cuando en vez de ser parte de la solución empezamos a atacar y tratar de destruir a la persona. Cualquier necio puede tirar abajo algo. En cambio el edificar requiere sabiduría.
Sin duda que cuando a nos mostramos críticos de todo y de todos estamos demostrando que tenemos algún problema. El que es espiritual puede ver también lo que Dios ha hecho y lo que está haciendo en una vida o en una iglesia, no sólo lo que está faltando. Dudo que alguien pueda ser espiritual sí sólo velo malo. Eso es negar la obra de Dios.
También debemos aprender a recibir la crítica. Recuerdo cierta ocasión en que el pastor Samuel Libert habló en el instituto Bíblico de Buenos Aires. Después del mensaje, un joven se atrevió a decirle que la interpretación del texto tal como lo había presentado en el sermón, no era la más acertada en la luz de griego. La próxima mañana, Libert,, públicamente, hizo la corrección y agradeció al estudiante. ¡Qué grandeza! Y nadie lo menospreció por haberse equivocado sino que todos lo respetaron más aun por su integridad y honestidad. Muchos son los que piensan que si reconocen sus errores debilitan su autoridad. Al contrario, les hace tener más autoridad, ganándose el respeto de los demás. La vida no termina en esa crítica, pero esa crítica –y su aceptación- puede servirme para el resto de la vida.
Y sobre todas las cosas, el amor debe llevamos a orar y actuar para el bien de otros, como también debe llevarnos a juzgar nuestras propias actitudes y acciones. Amemos al Reino y la gloria de nuestro Señor, como también a su gente. ¡Adelante!
Apuntes Pastorales
Volumen VIII – número 1
Aproveche y aprenda de sus errores por Gregorio Elder
Después que concluyó su primer periodo de servicio como pastor asistente, Gregorio Elder enumeró algunos de los errores que cometió al principio. Él comparte diez en este artículo y nos da ideas cómo evitarlos.
Todos los que estamos en el ministerio cometemos errores, pero los que recientemente inician están más propensos a ellos. Todo comienzo es difícil y las elecciones que hacemos al iniciar un pastorado pueden resultar en bendición o en traumas que perduran durante años.
Al concluir mi primer período de servicio como pastor asistente, habiendo estado bajo la dirección de uno mayor que yo (y también más sabio), enumeré algunos de los errores que cometí al principio. Estos son los que ahora procuro evitar:
1. Permitir que un reducido número de personas absorban gran cantidad de mi tiempo
Siempre entendí que una cita de una hora significaba dedicarle sesenta minutos de mi tiempo, pero no todas las personas de la iglesia lo veían de ese modo.
Hay algunas personas con necesidades genuinas que quieren ser oídas por nosotros, y sin buscarlo absorben nuestro tiempo. Son aquellos que vienen a consultar sobre un problema y terminan relatando toda su vida y dando una buena cantidad de opiniones religiosas y políticas. Cuando descubren que estamos dispuestos a escuchar tales divagaciones, se presentan frecuentemente.
Sí. Ciertos problemas requieren determinado tiempo de análisis, y algunas personas necesitan más de una hora. Pero la mayoría requiere una segunda entrevista o una mano firme que los guíe hacia la puerta de salida cuando el tiempo se ha acabado. Para esto se necesita firmeza y no es fácil hacerlo sin sentirse mal. Pero pregúntense si hablarían tanto ante un psicólogo o abogado que les cobra por el tiempo que les proporciona.
2. Dejar que se formen relaciones de dependencia
Debido a los halagos que uno recibe es muy fácil llegar a pensar: "Yo soy el único que en verdad puede ayudarlo —o convertirlo, o sanarlo o aconsejarlo, etcétera—." Las personas necesitadas a menudo alientan esta actitud; quizá ellos mismos lo creen así. Y los que se inician en el ministerio son muy vulnerables ante esto, ya que ansían ser útiles.
Sin embargo, esto también es vanidad, pues el ministerio es algo que pertenece a toda la iglesia. Habrá unos pocos que tengan una relación singular con el pastor, pero la mayoría pueden recibir ayuda de muchas otras personas competentes, que muestren amor y cuidado. Cuando permitimos que algunas personas lleguen a considerar que nosotros somos los únicos que pueden ayudarlos, los perjudicamos a ellos y a la iglesia.
3. Llegar a ser el pastor de la «oposición leal»
Toda la congregación tiene un porcentaje de personas que consideran que el pastor principal es un terrible holgazán sin educación, que debe ser despedido. Y la verdad es que cualquier ministro en todo el mundo tiene suficientes faltas como para proporcionarle a este grupo abundantes municiones.
Uno de los juegos favoritos de estas personas es atraer al pastor asistente hacia su territorio. Al alabar a ese pastor y expresar críticas legítimas del pastor principal, creen haber obtenido un pastor propio. Aun cuando esto no amenace dividir la congregación es espiritualmente mortífero.
Si alguien realmente ha sido herido por un pastor en particular, deja la iglesia y se va a otra. Pero los que eligen permanecer en la congregación donde se encuentran terriblemente descontentos, tienen problemas no resueltos que un pastor novato no puede solucionar. Es mejor rehusarse a escucharlos a menos que el pastor principal esté involucrado en algún escándalo grave.
4. No hablar sobre asuntos serios con otros pastores jóvenes
Algunos pastores se ven a menudo, pero gran parte del tiempo que pasan juntos se dedican a ponerse al día con las noticias o discutir sobre el nuevo órgano, y no a ministrarse el uno al otro. Esto no está del todo errado; es necesario intercambiar noticias "del ministerio". Pero también necesitamos oportunidades de encontrarnos para hablar más privadamente.
Cuando fui ordenado, algunos de nuestro grupo pensamos en organizar encuentros para pastores asistentes y líderes de las iglesias de nuestra localidad. Nunca lo hicimos y esto fue un error. ¡Qué bien nos hubiera hecho encontrarnos regularmente para intercambiar ideas y orar juntos! Mirando en retrospectiva descubro que algunos de mis amigos se han ido de la localidad, o han dejado el ministerio por completo, y pienso que un grupo como el que habíamos propuesto podría haberlos ayudado cuando atravesaban las circunstancias que los movieron a tomar esas decisiones.
Verdadera comunión es difícil. Involucra confianza, paciencia y tiempo. Requiere personas con las cuales tengamos algo en común. La mayoría de nosotros tiene, contados con los dedos, colegas con los que puede compartir, pero hoy, me siento más dispuesto a esforzarme por lograr esa comunión porque me doy cuenta cuánto la necesito.
5. Abandonar a la familia
Todos hemos oído esta advertencia vez tras vez, y sin embargo, es extremadamente fácil no vivir de acuerdo con ella.
En mi caso, no estaba consciente de que estaba ignorando a mi esposa hasta el día en que mi secretaria me anunció que había llegado la persona anunciada para las 14 horas. Le dije que la hiciera pasar, entonces entró mi esposa. Iba para presentar la queja ante el pastor de que "su esposo la estaba ignorando". Su presencia me sacudió y reconocí mi error. Después de todo, las entrevistas y las reuniones de comisión vienen y van, pero "mujer virtuosa, ¿quién hallará? Su estima sobrepasa largamente a...." (Pr 31.10)
La ceremonia de ordenación no es de mayor peso que la del matrimonio. Ambas son vocaciones loables y nobles, y una no es más alta que la otra. Ambas fueron instituidas por Dios para la santificación de su pueblo. Por algún curioso acto de su gracia, esta santificación incluye también a los ministros.
6. Temor a los poderosos
Toda congregación tiene personas de gran influencia a quienes el pastor principal presta mucha atención. Son ellos los que deciden su salario y cuánto tiempo libre dispondrá. Han visto desfilar a muchos asistentes. Las opiniones de ellos sobre sus sermones, su cuidado pastoral, su esposa, y su autómovil tienen peso con otras personas. Debemos admitir que son formidables. Es fácil procurar evitarlos o decir y hacer lo que uno piensa que les caerá bien. Sin embargo, al examinar mis primeros dos años, creo que la mayoría me respetaba más cuando disentía con ellos que cuando aceptaba sus opiniones. No siempre era así, pero sobreviví a las diferencias de opinión. Las personas que realmente tienen poder, no tienen nada que temer de un pastor novato; son aquellos que buscan el poder los que más amenazan.
7. Discutir sobre temas secundarios
Por supuesto, recién egresado del seminario uno no los considera secundarios. Pero en retrospectiva, me siento avergonzado al pensar que discutí sobre tales cosas con el pastor principal. No es que he cambiado de opinión en la mayoría de los asuntos. Si alguna vez llego a estar a cargo de una iglesia, ciertamente actuaré de acuerdo con mis convicciones. Pero no eran asuntos tan importantes como para arruinarle el día al pastor. Lo más serio de esto es que discutir sobre la ubicación de una silla en el santuario, me descalificó para señalar algo en un debate más serio. Incluso con los pastores mayores, hay "tiempo de guerra y tiempo de paz" (Ec 3.8).
Para determinar la importancia de un asunto, debemos preguntarnos cuánto estaríamos dispuestos a sufrir para defender una opinión en particular. ¿Estaría dispuesto a aceptar una disminución en el salario si me permitieran elegir los himnos? ¿Estaría dispuesto a afeitarme la barba para que se permitiera el uso de una guitarra en el culto dominical? ¿Cuántos libros personales quemaría para lograr establecer una nueva política de casamientos y bautismos? Preguntas como estas nos ayudarán a colocar las cosas en su correcta perspectiva.
8. Hablar demasiado
Uno de los peligros de ser pastor es que la gente tiende a escucharnos. Excepto otros pastores, pocos nos interrumpen. Quieren oír nuestras opiniones sobre una variedad de asuntos. Si es que tenemos uno o dos títulos universitarios, a menudo suponen que sabemos algo. La tentación que enfrentamos es de utilizar la oportunidad para expresar opiniones personales sobre la Palabra de Dios.
Nosotros quizá tengamos más conocimiento doctrinal que la mayoría de los creyentes en la concregación, pero el hecho es que ellos conocen más acerca del mundo. Tuve que aprender que Santiago 1.19 es de especial aplicación a pastores jóvenes: "Prontos para oír, tardos para hablar". Si no estamos seguros de conocer determinado tema, debemos decirlo. De todos modos, a su tiempo la gente comprobará esta realidad.
9. No leer
Me pareció raro la gran facilidad con la que dejé de estudiar después de haber sido ordenado. Cuarquiera pensaría que después de años de estudio la disciplina autodidacta ya hubiera sido adquirida. Pero lo que ocurrió fue que el tiempo para preparar las notas para el estudio bíblico o el sermón se redujo considerablemente. ¿Por qué?
El problema con la formación del hábito de estudio —y devocional— en el contexto del seminario es que ese ambiente los propicia, pero ningún otro medio nos da el tiempo para pensar, orar y discutir teología como se tiene allí —no parecía así en ese momento, ¿verdad?. En el ministerio deben establecerse nuevos esquemas porque los que uno tenía en el seminario no funcionan fuera de él.
Cuando fui ordenado, prometí que dedicaría un día de la semana para estudiar. Por un tiempo lo logré, pero no tardé mucho en ir dejándolo. Finalmente, no hacía ningún trabajo académico y se dejaba ver en mi predicación. Fue sólo al establecer un programa modesto, pero realista, que pude volver a leer. Siguiendo el consejo de otro pastor, dispuse dedicar ciertas horas para la lectura y anotarlas en mi agenda, respetándolas como cualquier otra cita o tarea.
1O. Tomar las cosas muy en serio
Cuando miro algunas de las fotos mías de hace cuatro años con mi nuevo cuello clerical, me avergüenzo. Era tan correcto, tan preciso, tan formal. Lo mejor en estos casos es reírnos de nosotros mismos.
Se dice que Satanás cayó por gravedad. Por cierto que muchos de nosotros caemos también al ser demasiado graves o serios. Rodeado por los problemas de la vida congregacional es muy difícil actuar de otra manera. Pero los creyentes recuerdan mejor lo jocoso de mis sermones que las ilustraciones más serias. Quizá en esta época tan atribulada será lo risueño lo que comunique mejor el evangelio.
Tomado de la revista © Leadership, 1988
Usado con permiso.
Idea básica de este artículo
Errores cometen todos los pastores, la clave está en reconocerlos y determinar las acciones específicas para no repetirlos y optar por prácticas concretas que alejen de ellos.
Preguntas para pensar y dialogar
1. ¿Con cuál o cuáles experiencias del autor se identifica usted?
2. ¿Tiene alguna forma de compilar sus experiencias para ayudar después a otros? Además de los errores que el autor comparte, ¿qué errores de su propia experiencia añadiría a estos? Señale lo que el Señor le ha enseñado con ellos a fin de usarlos para orientar a otros pastores?
3. ¿Hará cambios o correcciones en su vida y ministerio a las luz de las sugerencias del autor? ¿Qué pasos específicos dará?
PREGUNTAS SOBRE LA LECCIÓN
1. ¿En qué nos ayuda la crítica constructiva?
2. ¿Cómo ministros, debemos promover esta crítica en nuestras congregaciones?
3. ¿Cuáles son los tres extremos en que se puede caer cuando no hay una buena crítica en las organismos u organizaciones?
4. ¿Para que una crítica sea aceptada como ‘buena’, que cualidades debe tener el que la hace?
5. ¿Cuál debe ser el objetivo de la crítica?
6. Cuándo alguien no acepta las críticas que se le hacen ¿Qué está demostrando?
7. ¿Cuál es la diferencia entre las palabras ‘juzgar’ de las escrituras en Mateo 7:1 y 1 Co. 2.15?
8. ¿Para qué el Señor permite que personas nos hieran u ofendan?
9. Edificar requiere ________________________.
10. Analice las preguntas expuestas en la lección.