Tengo que seguir por Samuel O. Libert
Cuando la soledad, la crisis y el desaliento sobrevienen en la vida pastoral, también lo hace el deseo de desprenderse de las responsabilidades y "tomar el primer avión".
De todos los hombres que han hecho bien a mi vida, al que más admiro es a Jesús de Nazaret. Y estoy convencido de que Él tenía un lema que, si bien no lo menciona tal cual en la Biblia, para mí resume toda su vida y ministerio: "Tengo que seguir".
Jesús fue un hombre de problemas. ¡Él los tuvo en abundancia! Cuando era adolescente, teniendo escasos doce años, lo llevaron a Jerusalén caminando desde Nazaret. Según dicen algunos eruditos, el viaje duraba unos cinco días (cuatro para los más jóvenes). Me imagino ese camino de la forma en que mi amigo Samuel Coleman lo describe: "Cuando Jesús caminaba, sus ojos puros y límpidos de adolescente iban apreciando a su alrededor el espectáculo multicolor de la gente en la caravana (Lc. 2:41 ss.). Allí se veían los que tenían algún burrito, los que podían contar con un carro o hasta los más prósperos con sus ‘camellos importados’. Dicen los historiadores que acostumbraban a cantar salmos. Cantaban, sí, pero recordemos que eran un pueblo incrédulo. Estaban acostumbrados a cantar, de la misma forma que no pocas de nuestras iglesias cantan por costumbre. Jesús veía que muchos de ellos cantaban pensando en otra cosa. Y sus ojos le dejaban ver todo eso. Las mamás comentaban sobre temas domésticos, interrumpiendo para llamar a sus niños; los papás hablaban entre hombres de sus cosas, mientras cantaban y caminaban".
"La llegada a Jerusalén estaba signada —sugiere Coleman— por las filas que los hombres debían hacer para presentar sus ofrendas en el templo, mientras los sacerdotes iban oficiando los sacrificios a los miles que se acercaban a aquella ciudad. Parece ser que eso duraba entre dos y tres días, en los cuales los levitas dirigían canciones, los rabinos instruían en la doctrina, los hoteles no alcanzaban y la gente se dispersaba haciendo campamentos y picnics por doquier. Todo era una oportunidad, una ocasión social. Todos disfrutaban de las situaciones sociales, con poco recuerdo del verdadero significado de la Pascua". (Curiosamente suele suceder lo mismo en días como Navidad y en algunos congresos evangélicos).
El pequeño Jesús caminaba y miraba todo esto. Dirigía su mirada hacia este grupo, hacia aquel otro montón de personas y, seguramente, se hacía preguntas sobre todo esto. Él era transparente, puro, pero estaba en medio de un pueblo incrédulo.
Él no se detenía en el aspecto social. Tanto es así, que se quedó, mientras José, María y sus parientes se volvían a Nazaret. La gente estaba en otra cosa, pero Jesús no. ¿Qué hacía Jesús?, ¿qué pasaba por su cabeza? Él se paseaba en medio de los sacrificios, del olor del humo y de la sangre derramada, del balido de las ovejas y de las distintos agrupaciones de gente. Mientras caminaba, observaba a los grupos cantando y la gente que rodeaba a alguno que otro rabino. Los sacerdotes hacían su liturgia y los mercaderes aprovechaban la ocasión. Los niños correteaban y las mamás, por detrás, buscándolos. Todo esto veían sus ojos de adolescente: esta realidad de la costumbre. Tal vez fue ése el tema de discusión con aquellos líderes en el templo. Quería preguntar, escuchar, observar, debatir. ¡Así comienza su relación con ese pueblo! ¡Allí tenía que ministrar y algo le mordía en su corazón al pensar en los negocios de su Padre! Él quería preguntar y que le contestaran, no quería hacer gala de gran magisterio, sino ir al meollo de la cuestión. Tal vez su pregunta era: "¿Por qué esta gente está tan vacía, tan hueca? ¿Por qué no pasa nada aquí?" Se estaba viviendo en medio de costumbres, y ése fue uno de los primeros problemas que enfrentó Jesús.
Con el correr del calendario, cuando Jesús comienza verdaderamente su ministerio, debe enfrentarse a un problema mayor, uno que, para nosotros, sería de terrible desaliento. Él llega a la sinagoga en Nazaret y comienza a hablar: "El Espíritu del Señor es sobre mí, ... etcétera, etcétera". Comienza a decir las cosas y es rechazado por la congregación. Mi hermano, esto es fácil de leer en el texto bíblico, pero qué difícil es enfrentarnos con una congregación que corta nuestro mensaje ¡y nos echa del templo! Cuando uno es joven y tiene treinta años, es conciente del tremendo ministerio que debe cumplir, se ha preparado largamente para ese ministerio y su primera experiencia es ésta, ¿qué siente en ese momento? Lo expulsaron, lo sacaron del lugar, exclamando: "No es posible que se pare alguien a decirnos lo que no nos gusta oir!" "¡A éste hay que echarlo de aquí!»"
Y Jesús sale. Yo no sé con qué expresión abandonó ese lugar. Lo que sí sé es que Él, a pesar de ser Dios, era también verdaderamente hombre. ¡Y yo sí sé cómo me hubiera sentido si eso me hubiera pasado a mí! ¡Hubiera salido "con el rabo entre las piernas"! Me habría desmoralizado, desalentado; habría tenido un inmenso sentimiento de soledad.
Hace algunos años me tocó vivir una experiencia parecida; sin embargo, no puedo ni imaginar en toda su dimensión lo que Jesús vivió. Es de esos momentos en que dan ganas de decir: "¡Dejo todo! ¡Que se arreglen solos!" Pero Jesús recién comenzaba. Hasta ese momento, esa "media predicación" había sido todo su ministerio público, y ya estaba derrumbado. Fue, entonces, en su soledad y crisis que pensó: "Tengo que seguir".
Cuando uno ve problemas en el pueblo, trata de dirigirse a los líderes; si siente que "tiene un mensaje" para dar, entonces lo enfoca hacia los que dirigen. Y muchas veces uno encuentra lo mismo que encontró Jesús: indiferencia, burla, ridiculización, ataque, saña y todo aquello que Él recibió de parte de los escribas, sacerdotes y fariseos: las "autoridades" contemporáneas. Hubo momentos en que Él se enojó con ellos. Llegó a llamarlos "sepulcros blanqueados", pero no lo escucharon.
Me imagino cómo me hubiera sentido yo si los principales intelectuales y pensadores de mi tiempo se hubieran acercado a mí para decirme: "Tú estás loco", o para tratar de hacerme caer en una trampa. Habría dicho: "Si los que estaban presentes en la sinagoga me echaron, es una cosa, al final de cuentas era el pueblo llano, pero ¡esta gente! ¡Ellos son los que conocen la Palabra de Dios! ¡Son los que se han nutrido de ella! Si ellos vienen a decirme: ‘¡No!’, es como para decir: ‘Si ni el pueblo ni sus líderes quieren oírme, allá ellos. Yo ya les prediqué. ¡Que se arreglen!’". Sin embargo, Jesús otra vez decidió: "Tengo que seguir".
Quien no conoce o recuerda bien la historia bíblica podría decir: "Bueno, por lo menos Jesús contaba con el apoyo de su familia". ¿La familia? Ellos creían que estaba loco. Dice la Biblia que vinieron a buscarlo "porque creían que estaba fuera de sí". Uno piensa: "Llego a casa después de soportar horas de una sociedad corrupta, molesta, y alterada; entonces, descanso, me relajo y comparto con los míos las frustaciones que he sufrido". Jesús se encontró con que ni siquiera María lo entendía. Sus mismos hermanos eran los que se encargaban de decir: "Está fuera de sí", "ha perdido la razón".
Piense, hermano, que esto sucedió mucho antes de la cruz; forma parte de los padecimientos de Cristo, de los cuales nosotros mismos somo partícipes. Si uno aspira a ser pastor de una iglesia, tiene que estar dispuesto a poner esto por delante y saber que pueden venir momentos en que, aun los que amamos, no nos entenderán. Tal vez ni siquiera dentro de nuestra propia casa encontremos el apoyo que necesitamos.
En esos momentos Jesús se encontraba completamente solo. Sin embargo, los discípulos estaban con Él. ¿Los discípulos? ¿Esa multitud frenética que a veces lo seguía, que se gozaba cuando Él multiplicaba los panes y los peces, que lo alababa cuando hacía milagros, pero que decía: "¡Uy! ¡Dura es esta palabra!", daba media vuelta y se iba? Y éstos no eran los de la sinagoga, eran los que "simpatizaban" con Él. Pero cuando Jesús les habló de identificarse con su sangre y con su muerte, la respuesta fue la espalda. Y Él, una vez más: "Tengo que seguir".
Es allí cuando mira a los doce y les pregunta: "¿Quieren irse ustedes también?" Y ellos dicen no. "¿A quién iremos?", le contestan.
¡Qué apoyo!. ¿Y quiénes eran "los doce"? Allí estaban: Pedro, con un montón de problemas que culminaron en una negación o, mejor dicho, una traición; Tomás, quien fue un incrédulo hasta después de la resurrección; Felipe, que no entendía lo fundamental (tanto que Jesús tuvo que decirle: "¿Hace tanto tiempo que estoy con ustedes y todavía no me has entendido?"); Jacobo y Juan, que todo lo que querían era tener los puestos de la derecha y de la izquierda, y que descendiera fuego del cielo para destruir a los samaritanos. Contra ellos y los demás Jesús llegó a enojarse y decir: "¡Hasta cuándo tendré que lidiar con ustedes!" Esos eran "los doce".
Mi estimado colega, si los teólogos se burlan y me quieren tender trampas, si se me viene en contra la congregación y me echan del lugar, si la familia me trata como a un loco, si los que me siguen ya no lo hacen más y los pocos discípulos que me quedan no me entienden, entonces renuncio. Pero Jesús dice: "Tengo que seguir".
Hermano, si a ti te desalientan las cosas que te ocurren, ten presente que a Jesús le sucedieron muchas peores. ¡Y antes de la cruz! La soledad que tú vives, Él la vivió; el dolor que sientes, Él también lo sintió. ¡Si tienes un mensaje para el mundo, dilo ahora, aunque el mundo entero te rechace! Aun cuando suceda lo peor, ¡tú tienes que seguir!
Llega el momento en que mi Señor arriba a Jerusalén. Habían pasado tres años desde aquella expulsión en Galilea; tres años que significarían treinta, cuarenta o cincuenta en nuestros ministerios. Años de múltiples esfuerzos, de sacrificios y de amor derramado. Y al llegar, encuentra la turba de discípulos inconstantes e inconsecuentes que lo rodea para hacer la revolución, que lo interpreta como un líder político, pero que después lo abandonará. ¿Por qué lloró Jesús al entrar en Jerusalén? ¿Por qué no se sintió apoyado y reconfortado? ¿Por qué no experimentó el gozo que hay en el corazón de Dios cuando es alabado y adorado, cuando es reconocido como rey? En ese momento, esa ciudad vivía dos sentimientos: el de la fiesta de la Pascua, con el festejo de los panes sin levadura, y el de los que creían que venía un nuevo rey terrenal. Jesús sabía que se encontraba en medio de un pueblo ciego y sordo a su verdadero mensaje, y esto, hermano, duele mucho. Es triste sentirse alabado, palmeado, vitoreado y engrandecido, pero descubrir que allí no hay nada más que vacío. Por eso Jesús lloró. Lloró por la gente de esa ciudad, que pensaba mucho en los corderos de la Pascua, pero que a Él, el verdadero cordero, no lo reconocía como tal.
"¡Hosana al que viene en el nombre del Señor!" Tal vez, en su corazón, surgió aquella frase que los profetas habían transcripto: "Este pueblo de labios me honra, pero su corazón está lejos de mí". Mi hermano, cuando uno es como "cantor de amores", al que la gente palmea por lo bien que canta, pero a quien nadie escucha, el corazón se duele. Y Él no puede ni siquiera volver a confiar en los doce. Pronto les dirá que todos lo abandonarán, que se quedará solo.
Si tu eres siervo de Jesús y alguna vez te sientes solo, estás identificado con Él. Si llegas a experimentar tristeza, aflicción y piensas que el camino de la cruz se está volviendo una agonía, recuerda que Aquel también lo padeció. Si sientes que el mundo entero, aun tus amigos más cercanos, se vuelven contra ti, y que la senda de la cruz es ya demasiado dura, piensa que Jesús la transitó en una forma más dolorosa todavía, ¡y sin culpa ni responsabilidad!
En estos momentos Jesús ya está frente a un cuadro en sobremanera frustante. Su muerte es debida a la indiferencia, la incredulidad y el pecado de los otros. Él ya está agonizando cuando llega a Getsemaní, es muy dura la copa que está bebiendo. Desea otra situación, y dice al Padre: "Si es posible, que yo no beba esta copa"; es decir, que no siga en esta misión heroica con una grey que me abandona, un rebaño que me deja solo, tener que estar en la cruz desamparado por los hombres y por Dios. Si es posible, yo no quiero beber esta copa.
En ese lugar Jesús está diciendo: "Quisiera dejar, pero ¡tengo que seguir!" Y se levanta, y los discípulos están dormidos. Es tremendo. Uno está orando angustiosamente, lleva a sus dos mejores amigos para que lo acompañen y, al rato, se queden dormidos. Este hombre oró y lloró en gran conmoción, pero se levantó y dijo: "Voy".
Entonces, Pedro lo niega; el otro, lo vende; Juan lo sigue de lejos, y de los demás no se sabe nada. Él va a enfrentarse con todo y con todos. En esos momentos de la pasión, sobre los cuales tanto podríamos decir, Él va pensando: "Tengo que seguir".
Mientras es llevado por aquellas calles, de lo de Pilato a lo de Herodes y viceversa, así como en el camino hacia el Gólgota, va encontrando rostros conocidos: «éste es el paralítico al que sané la vez pasada; éste es el leproso a quien curé; aquel otro es el ciego a quien devolví la vista; éste que se hace el indifirente es aquel a quien libré de tal enfermedad». Rostros y más rostros; todos amontonados y apiñados viéndolo pasar. Solo. Nadie se acercó a agradecerle. En los evangelios no leemos que alguien haya venido, sino que Isaías da testimonio diciendo: "Desechado y despreciado entre los hombres". Algunas mujeres lloraban, pero nada más. ¡Y va a la cruz! Sigue.
Ya en la cruz, a lo lejos puede ver el humo de los que seguían con la ceremonia de la Pascua. Muchos continuaban con su celebración a Dios, aunque Él estaba fuera del campamento llevando nuestro vituperio. Jesús mira y se siente desamparado. "Estos son los que Dios llamó. Éste es el pueblo de Dios". Todavía vienen y le dicen: "Si eres el Hijo de Dios, bájate de la cruz". ¡Claro que tuvo ganas de bajarse! ¡Por supuesto que sintió ganas de abandonar! No lo hizo, pero en cualquiera de nosotros hubiera existido la gran tentación desde el principio. Es que para ser siervo de Dios hay que estar dispuesto a ir a la cruz. Si se desea ser siervo del Altísimo, hay que estar listo para derramar hasta la última gota de sangre. ¡Por amor a los verdugos, a los negadores, a los cobardes, a los traidores (uno de los cuales estaba ya colgnado de un árbol)! ¡Por amor a ese rebaño que no lo había comprendido!
Jesús sabía que tenía que morir solo, y cuando debo hablar de ese "Dios mío, ¿por qué me has desamparado?", se me hiela la sangre en las venas.
¿Sabe una cosa, hermano? Si Jesús hubiera terminado su obra allí, nada sería muy diferente hoy. Aun resucitado, los discípulos de Emaús no lo reconocieron y los doce andaban escondiéndose. Fue necesario que Él derramara su Espíritu Santo, el Consolador, para que nosotros no estuviéramos solos. "Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo"; "no están solos".
Querido colega, cuando camines tu ministerio de soledad, piensa en lo que hizo Jesús: "¡Tengo que seguir!" y, lo que es hermoso, Él está contigo.
Desarrollando un carácter duro y cristiano por Esteban Brown
Observé que no es un problema de los pastores solamente. Muchos cristianos nos compartieron que ellos lo padecen también. Deglutimos falsa doctrina, rehusamos preguntar, esquivamos confrontar, sofocamos las protestas, nos mantenemos callados cuando debiéramos hablar, permitimos que nos manipulen, todo porque tememos que las personas no nos acepten si no las complacemos.
Hace algunos años atrás, un comité de una gran iglesia del Sur me invitó a almorzar y me pidió que yo considerara la posibilidad de ser su pastor.
"Háblenme de la iglesia" —dije—, y después de referirse a una serie de aspectos, me aclaró uno de ellos: "Esteban, nuestra iglesia tiene un grave problema, está controlada por un hombre. Él da mucho dinero y posiblemente es el que más tiempo ha estado en ella. Por ser quien es, logra todo según su deseo. Los últimos tres pastores se fueron por su causa. Pero creemos que tenemos la mayoría y lo podremos doblegar".
"No están buscando un pastor", —comenté. "Están buscando un sargento que imponga disciplina".
"Bueno" —replicó—, «yo no lo diría de esa forma, pero sí, probablemente es eso, y tú eres el único que conocemos tan cruel como para limpiar la basura».
Le comenté rápidamente que no me sentía guiado a ser su pastor, pero que tenía una impresionante lista de amigos clérigos que gustosamente les facilitaría para su consideración.
Más tarde, cuando pensé en el incidente, me horroricé por la reputación que de alguna manera había desarrollado. ¿Cómo es posible que fuera conocido como un sargento cuando todo lo que yo quería era ser un hombre fiel y piadoso? Ese incidente fue hace ya bastante tiempo. Ahora soy más viejo y un poco más prudente, y he valorado mi reputación de sargento. De hecho, comencé a verla como una manifestación de fidelidad y piedad.
No más Señor
Paso parte de mi tiempo enseñando a estudiantes seminaristas, y una de las características del pastor que les insto a desarrollar es lo que llamo un "rasgo duro". A menudo, los pastores se convierten en oyentes de los miembros neuróticos de la iglesia (y estos son una minoría). Si no les gusta cómo se peina el pastor, o el vestido de su esposa, etcétera, etcétera, se sienten en libertad para decírselo. ¡No creerían los comentarios que escucho en mi oficina durante un año! Algunos piensan que pueden criticar y corregir al pastor por cosas que nunca lo harían con otra persona.
No hace mucho estuve conversando con un pastor que tenía un serio problema con su congregación. Había sido ridiculizado de una manera vergonzosa. Mientras conversábamos me di cuenta que este joven hombre necesitaba desarrollar un rasgo duro para sobrevivir. Me contó que sentía un llamando a amar a su gente, comprenderlos aun cuando fueran crueles y abusivos.
"Junto a tus manifestaciones de misericordia y bondad", —le dije—, "también es importante que seas honesto y fuerte. ¿Por qué no traes ante el consejo a las personas que hacen tales comentarios, y que justifiquen su actitud, que ha estado afectando la paz y la unidad de la iglesia?, o vete de ahí".
La respuesta fue interesante: "Esteban, yo sé que debo hacer eso, pero no estoy hecho para ello. Siento que mi ministerio es derramar aceite sobre turbulentas aguas, y no prender un fósforo". Innecesario decirlo, dejó el ministerio. No tuvo suficiente aceite para tantas turbulentas aguas, ahora está vendiendo seguros.
Un jugador profesional de fútbol americano me contó de un macizo jugador de línea. En su primera jugada, su oponente le bajó el casco sobre sus ojos. El joven fue al instructor y le preguntó: "¿Qué hago?".
El entrenador sonrió y le contestó: "Hijo, no dejes que lo haga".
No buscar complacer
Una de las duras lecciones que tuve que aprender fue que no podía complacer a todo el mundo. Yo lo quería, deseaba ser lo que cada uno quería que fuera. Quería que todos me amaran. El problemas es que, sencillamente, no podía hacerlo. Y hasta que comprendí esto, no pude ser efectivo.
Observé que no es un problema de los pastores solamente. Muchos cristianos nos compartieron que ellos lo padecen también. Deglutimos falsa doctrina, rehusamos preguntar, esquivamos confrontar, sofocamos las protestas, nos mantenemos callados cuando debiéramos hablar, permitimos que nos manipulen, todo porque tememos que las personas no nos acepten si no las complacemos.
C.S. Lewis escribió, en un ensayo profundo titulado "The inner ring" (El círculo interior): "Creo que en la vida de todos los hombres, en ciertos períodos, y en algunas personas, durante todo el período entre la infancia y la ancianidad, uno de los elementos predominantes es el deseo de pertenecer al círculo local y el terror de estar fuera… De todas las pasiones, la pasión de pertenecer al círculo interior es la mejor para hacer que un hombre, que todavía no es muy malo, realice malas acciones".
Comprendo la necesidad de pertenecer al círculo interior, de ser aceptado, porque es uno de mis problemas. ¿Has notado que la liturgia cristiana no sucede durante el culto, sino después? El pastor se dirige hacia la puerta y todos se ponen en fila. Mientras pasan, la liturgia les requiere decir: "Pastor, fue un hermoso sermón". Luego de acuerdo con la liturgia, el pastor responde: "Gracias. Me alegro de que Dios lo use".
Esto siempre es así, excepto cuando predico una bomba. Yo lo sé, y la congregación también lo sabe. Durante el sermón, la gente mira sus relojes y luego se mueven para asegurarse de que no han sido tocados. Todos están aburridos y el sermón se diluye antes de llegar al primer banco.
No importa. La liturgia cristiana está esculpida en la roca. Sin embargo, debo ir a la puerta con esa atmósfera, y aun así, la gente pasa ante mí mascullando el mismo comentario y recibiendo la misma respuesta. Estoy seguro de que usted también ha tenido alguno de esos días.
Pero, el problema se avecina cuando uno decide esquivar esos días más que ninguna otra cosa en el mundo. Entonces escribimos mensajes para agradar a la congregación. Sabemos que debemos decir una verdad, pero no lo hacemos porque posiblemente ofenderemos a alguien. Sabemos que debemos ser fuertes, pero si lo somos, enojaremos a la gente, entonces, salimos del paso con un piadoso sermón que no ofende a nadie.
A causa de que nuestra identidad está atrapada en lo que somos en el púlpito, la distancia entre lo que somos en ese lugar y lo que somos en las otras áreas de nuestra vida se reduce a ser amable, dulce e insípido.
El coraje de ofender
Solía tener en mi biblioteca un libro (prestado y nunca devuelto), del cual no recuerdo el autor, pero tenía por título La Biblia en el bolsillo; un revólver en la mano. Comentaba sobre los predicadores itinerantes en el tiempo cuando las fronteras de Estados Unidos de América se extendían durante el siglo diecinueve, y la determinación de estos a predicar el evangelio, lo quisieran escuchar o no. Seguramente estuvieron incómodos en muchas iglesias. De hecho, muchas iglesias se sintieron incómodas con ellos. Simplemente estos predicadores no se dispusieron a participar del juego de querer complacer.
Al examinar el registro bíblico, sin ideas preconcebidas, se hace notorio que la mayor parte de los hombres y mujeres de la Biblia y de la historia de la iglesia fueron también desagradables a quienes los escuchaban. El enojo de Moisés fue tal que lo movió a romper las tablas. Juan el Bautista perdió la cabeza porque su mensaje ofendió.
De alguna manera muchos han interpretado el liderazgo en términos de servidumbre y amor, pero las connotaciones que se han dado a estos términos no están de acuerdo al sentido bíblico que estos tienen. Como resultado, se ha generado un estilo de liderazgo suave, lo cual ha convertido a los que encajan en él en blancos para cualquier miembro de iglesia enojado con una pistola teológica o cultural. Tales pastores se beneficiarían con un rasgo duro.
Tenemos en nuestras iglesias personas que piensan que el pastor debe ser amable con ellos y que el llamado de este es el de contarle a otros cómo ser amables. ¡Y luego dicen que hay "una crisis de liderazgo en el pastorado"! Creo que la crisis tiene que ver más con la incapacidad de desarrollar dureza que con el consumirse en el ministerio, o con la falta de dinero o instrucción.
Si se representa la imagen del pastor con una sonrisa inofensiva, y además, se interpretan las Escrituras desde una perspectiva cultural, pronto los pastores comenzaremos a ser lo que todos piensan que somos. Mucho del enojo dirigido a líderes cristianos francos y templados, no es por lo que ellos dicen, sino porque se supone que no deben decir nada. La francos y templados rompen el patrón de delicadeza que por tradición se ha establecido, y, simplemente, ¡eso no se hace!
Consigue principios duros
No soy un experto, pero sí un sobreviviente. Después de más de veinte años de sobrevivir, he aislado cuatro principios que he violado sólo en mi contra. Los comparto con ustedes.
Primero, el principio de las olas: Cada vez que usted rehuse a provocar olas cuando debiera, más adelante tendrá que encarar otras… y mayores.
Casi siempre que esquivé un problema, mirándolo de otra manera, o cubriéndolo con suavidad y ligereza —cuando debiera haberlo confron-tado con honestidad, templanza y amor desde el principio—, se transformó en un monstruo, que requirió un enorme esfuerzo al final. Por suavizar la situación, innecesa-riamente herí a otros, a la iglesia y a mí mismo.
La pregunta de Elías a la gente, "¿hasta cuándo van a seguir indecisos?" (1 Re. 18.21 NVI), es una apropiada advertencia para aquellos de nosotros que posponemos la difícil tarea de encarar los problemas. Ministré una congregación donde un empleado renunciaba constantemente cuando las cosas no se hacían a su manera. Traté de ser amable, para comprenderlo y calmarlo, pero mi proceder no daba los resultados buscados. Finalmente, acepté su renuncia, puse a otro en su lugar, y lo llamé a mi oficina para explicarle lo que había hecho y por qué.
Pensé que él dejaría la iglesia, pero no lo hizo. El terminó entregándose a Cristo, hizo una confesión pública ante toda la congregación. Un anciano de la iglesia donde estoy ahora dice: "Esteban, siempre has lo correcto y tendrás lo correcto. Pero, si no obtienes lo bueno, te sentirás bien habiendo hecho lo correcto."
Segundo principio, la imagen: La gente ve a los pastores como representantes de Dios. Y lamentablemente, por como han conceptuado al pastor, la imagen de Dios ha sido feminizada.
Pablo dice que somos embajadores en nombre de Cristo (2 Co. 5.20), y un embajador debe representar íntegramente a su gobierno. Si soy suave cuando debo enojarme, débil cuando debo ser fuerte, y amable cuando debo ser duro, no represento adecuadamente a mi gobierno. Y la gente puede comenzar a caracterizar a nuestro "temible" Señor de la manera en que les permitimos que nos caricaturicen a nosotros.
Pedro Cartwright, predicador metodista itinerante, no se permitía esa pérdida de orientación de su carácter. Cuando llegaba a una ciudad o pueblo, a menudo se paraba en las afueras, miraba a sus amigos, y decía: "Percibo olor a infierno." El hedor del pecado lo fastidiaba. Cuán fácil es tratar de cubrir el olor del infierno con el perfume de la trivialidad, pero si queremos ser fieles a la imagen que representamos, no podemos hacer esto.
Cierto día me visitó una pareja pidiéndome que yo los casara. Mientras discutía la situación con ellos me di cuenta de que él no era cristiano y ella sí. En ese punto yo tendría un problema si apoyaba ese matrimonio. Les dije: "Queridos, me agradan ustedes mucho, pero no puedo celebrar su boda", y les expliqué las razones bíblicas por las que no podía casarlos.
La joven comenzó a llorar, y el joven se enojó. Me dijo: "¡Pensé que los pastores estaban aquí para ayudar a la gente, y usted la ha hecho llorar!"
Entonces le contesté: "Hijo, yo te estoy ayudando; te estoy diciendo la verdad. Si no te gusta la verdad, puedes ir a algún lugar donde te mientan". Él y su novia dejaron mi oficina enojados, pero puedo vivir con eso. Tal vez cuando, en el futuro, ellos piensen en los pastores, la imagen no será la misma. No les gustarán los pastores, pero sabrán que los pastores no tienen miedo de decir la verdad.
Tercer principio, el mandato: Habiendo sido dado por Dios el mandato de liderar, usted debe liderar, o su pecado será la infidelidad.
Me encanta la orden de Dios a Josué, y he asumido que también se dirige a mí y a cada pastor llamado por Dios: "Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas." (Jos 1.9)
Alguien dijo en cierta ocasión refiriéndose al liderazgo: "¡Uno u otro, lideras y sigues, o te sales del camino!" Recientemente completé un programa de construcción, y en medio de esa responsabilidad casi todo lo hice mal. Me mantenía asustado porque cualquier decisión que tomara, podía dividir la iglesia. Mi indecisión causaba problemas significativos. Pero un día, mi buen amigo Jaime Baird me demostró que me amaba lo suficiente, me dio a conocer la verdad.
"Esteban", —me dijo—, «si no deseas pagar el precio del liderazgo, entonces no esperes que suceda nada». Eso me sacudió lo suficiente como para ponerme de pie, liderar y completar el proyecto.
Finalmente está el principio de pasar: Guíe su iglesia livianamente y espere salir pronto.
Lo admito, me gustaba mucho jugar a las cartas y aprendí un montón de la vida con este juego. Aprendí que hay momentos en que uno necesita pasar y esperar una mejor mano. Otras veces, simplemente se tiene que dejar la mesa. No creo que un pastor deba renunciar ante la señal de una banderita que baja, o ante problemas triviales, pero sí creo que hay asuntos importantes por los que el pastor debe dejar la congregación... y lo haga rápido.
Jesús sabía de nosotros, creo que él dio la instrucción de sacudir el polvo de los pies también para nosotros: "Si alguno no los recibe bien ni escucha sus palabras, al salir de esa casa o de ese pueblo, sacúdanse el polvo de los pies." (Mt. 10.14 NVI) No lo hagas a menudo, pero cuando la situación se da, es efectivo.
Tengo archivadas una serie de renuncias sin fecha, y el hecho de saber que están ahí y que deseo usarlas me cuida de vender mi alma. No deseo capitular sobre algo importante solamente por permanecer en la iglesia. El conocimiento de que puedo usarlas ha cubierto multitud de pecados.
La fase dura del ministerio
Desarrollar un rasgo cristiano y duro es, por supuesto, otro nombre para la audacia. "Huye el impío sin que nadie lo persiga; mas el justo está confiado como un león." (Pr 28.1) Sin valentía no podemos servir adecuadamente a Dios.
Me enojo con las estructuras que dicen que no puedo enojarme. Me enojo conmigo mismo cuando me comprometo en lugares erróneos. Me enojo cuando la sociedad y la iglesia me dicen que no debo ser lo que Dios me ha dicho que sea, un embajador obediente de Jesucristo.
En "Perelandra", el segundo libro de C.S. Lewis sobre una trilogía de ciencia ficción, el protagonista Ransom, es enviado al planeta de "Perelandra" a prevenir una caída similar a la de Adán en la Tierra. El adversario, en forma de hombre, llamado Weston, también está en "Perelandra" trabajando contra los esfuerzos de Ransom.
Ransom reconoce con horror al diablo representado por Weston, y gradualmente comprende que debe enfrentar y destruir a Weston en una batalla. Es un proyecto espeluznante. Durante la oscura noche de "Perelandra", Ransom considera el hecho de que puede enfrentarlo y pelear, o huir. Más allá de la oscuridad se escucha una voz que dice: «Mi nombre también es Ransom».
Con Ransom encaramos la misma decisión. Podemos enfrentar y pelear, o huir temerosos. Nos desafía a actuar de una manera que da honor al nombre que sostenemos, cristianos. Si sólo deseamos ser amables, gente de maneras suaves, deberemos cambiar nuestro nombre o cambiar nuestro llamado.
Ahora, ¿no sientes que un rasgo duro está creciendo en ti?
Usado con permiso de Leadership 87/ Spring Quarter. Título en inglés: Developing a Christian Mean Streak
PREGUNTAS SOBRE LA LECCIÓN
1. Como pastor debemos saber que habrá momentos en que aún los que amamos no nos ________________.
2. Una de las cosas más poderosas que aprendemos de nuestro Maestro es que no importa lo que suceda tenemos que ______________________________.
3. Para ser siervo de Dios hay que estar dispuesto a ir a la _____________.
4. Explique como un carácter duro le permite desarrollar un mejor ministerio e iglesia.
5. Menciones los 4 principios desarrollados por el autor de el articulo, que nos ayudarán a ir desarrollando un carácter adecuado para el ministerio.
6. Desarrollar un rasgo cristiano y duro es otro nombre para la ___________________.
7. Sin ____________________no podemos servir adecuadamente a Dios