Capítulo 17
Sembrando para el hoy y la eternidad
Ps. Fernando Alexis Jimenez
Charles soñó un gran sueño y lo emprendió: trabajó por muchos años con el propósito de ser un próspero empresario y salir de las penurias bajo las cuales creció. El anhelo que acariciaba desde niño era superar la crisis permanente que llevó a sus padres, y por ende, a toda la familia, a malvivir con unos cuantos pesos.
A los cincuenta y dos años cuando había terminado de pagar un préstamo grande que contrató con la banca para adquirir maquinaria, y para tranquilidad de todos había saldado la hipoteca que tenía sobre la casa, sufrió un infarto.
El mal momento llegó cuando menos lo esperaba. Si alguien, en el momento en que agonizaba, le hubiese preguntado qué era lo que tenía en mente en aquella etapa de su existencia, habría recibido como respuesta la esperanza que le embargaba de disfrutar una buena vejez. Sin embargo partió a la eternidad.
--Trabajó por años para morir cuando estaba a las puertas de disfrutar de todo su esfuerzo—murmuró la esposa al compartir la desolación que le embargaba el sorpresivo deceso.
¿Injusto? Tal vez. Es el primer pensamiento que viene a nosotros cuando revisamos el devenir de alguien que lucha por un ideal, una meta o un propósito para irse a la eternidad antes de llegar a disfrutar del trabajo realizado.
También podríamos pensar que fue injusto lo que ocurrió con Moisés. Después que partieron de los pozos de Ben Jacam a Moserá, falleció Aarón, el hermano que luchó a brazo partido para ayudarle a coronar el objetivo de entrar en la tierra prometida (Deuteronomio 10:6). El vacío debió ser enorme.
Tras mucho trasegar, y cuando habían agotado la mayoría de las jornadas que les separaba del anhelado territorio, se reunió con los israelitas. Les recordó de qué manera había obrado el Señor en sus vidas, las leyes y observancias a tener en cuenta, y las instrucciones impartidas con el mismo amor de un padre hacia los hijos que partirán a un viaje muy largo, a los cuales tal vez no volverá a ver.
La hora final
“Aquel mismo día el Señor dijo a Moisés: “Sube al momento Abarim, al monte Nebo, situado en Moab, frente a Jericó, y mira la tierra de Canaán, que doy en herencia a los israelitas. En este monte al cual subes, serás reunido a los tuyos, como murió Aarón tu hermano en el monte Hor, y fue reunido a los suyos. Porque pecaste contra mí en medio de Israel, ante las aguas de la rencilla de Cades, en el desierto de Zin; porque no manifestasteis mi santidad ante los israelitas. Por eso solo verás la tierra desde lejos, pero no entrarás en ella, en esa tierra que doy a los israelitas”(Deuteronomio 32:48-52).
Este pasaje es uno de los más emotivos que encontramos en las Escrituras. Puedo asegurarle que si hubiese tenido el privilegio de estar en ese lugar, habría dejado escapar muchas lágrimas. No es para menos; lo que ocurría era conmovedor.
Moisés sufrió con el pueblo hebreo la sed, el calor, la angustia, la desolación, y ahora, cuando creían que todo había terminado, encuentra que la tierra por la que tanto se esforzó, sólo podría verla de lejos.
Recuerdo ahora los esfuerzos de un pastor que trabajó arduamente por dar solidez a una denominación cristiana en Santiago de Cali. Luchó contra una y mil adversidades. Entregó todo de sí. Sacrifico tiempo y lo que más amaba: su familia.
Cuando la congregación estaba en el punto más alto, el volumen de asistentes crecía y tenía muchos planes en mente, recibió instrucciones de los superiores para abandonar la ciudad e irse a otro país a plantar una iglesia. ¡Debía comenzar desde cero!.
¿Cuáles son sus expectativas?
Cuando servimos en la obra del Señor Jesucristo, debemos hacerlo con entrega total. Por supuesto, todos los obreros y líderes guardamos una carga de expectativas. Pero fijarnos en aquello que esperamos y que, posiblemente, no llegue a ocurrir, nos anticipará una frustración que no vale la pena.
Imagine los hombres que construyeron la Torre Eyfel. Ahora, por un instante trasládese a la escena. ¿Qué ve?¿Hombres preocupados porque un terremoto podría echar por tierra su obra? En absoluto. Tenían todo el deseo del mundo por ver concluida la estructura de hierro. Era su principal motivación.
Ahora traslade esta figura a su propia existencia. ¿Cuáles son sus principales motivaciones para todo cuanto hace? Sume un segundo interrogante, ¿qué ocurre si no se materializa aquello que esperaba?
Nuestra mirada debe estar puesta al frente, nunca atrás ni con nostalgia en un presente que se va.
La satisfacción del deber cumplido
Nuestro principal objetivo debe ser cumplir con aquello que nos hemos propuesto, poniendo todo el esfuerzo, así no alcancemos a ver los resultados.
Cuando leemos el capítulo 11 de la carta universal a los Hebreos, anota algo sumamente interesante al referirse a los hombres de fe: “Y todos éstos, aunque aprobados por el buen testimonio de su fe, no recibieron el cumplimiento de la promesa...”(Hebreos 11:39).
¿Puede apreciarlo? Creían y avanzaban, sin que su entusiasmo menguara, aún cuando era probable que no viesen materializado aquello por lo que estaban dispuestos a ofrendar su existencia.
Moisés llegó al final de sus días y de su misión con la frente en alto. “Entonces Moisés subió de los campos de Moab al monte Nebo, a la cumbra de Pisga, que está frente a Jericó. Y el Señor le mostró toda la tierra de Galaad hasta Dan, todo Neftalí, y la tierra de Efraín y de Manasés... Y allí Moisés siervo del Señor, murió en la tierra de Moab, conforme lo había dispuesto el Señor”(Deuteronomio 34:1-5).
Usted debe sentar las bases, ser pionero, atender el llamamiento de Dios y la misión, tal como la recibió. Probablemente no recibirá la gloria ni los honores, tal vez le corresponderán a su sucesor, como ocurrió con Moisés. Pese a ello, no debe desanimarse.
Recuerde que usted y yo estamos dejando las huellas que otros seguirán, hasta alcanzar aquello que ha ocupado nuestros esfuerzos, sueños y esperanzas... ¡Adelante, termine bien la carrera que emprendió en la obra de proclamación del Evangelio!
El apóstol Pablo, en una de sus últimas cartas a los creyentes, escribió: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto, sino que prosigo, por ver si alcanzo aquello para lo cual fui también alcanzado por Cristo Jesús... prosigo a la meta, al premio al que Dios me ha llamado desde el cielo en Cristo Jesús...”(Filipenses 3:12, 14).
Quiera Dios que tras haber cumplido nuestras asignaturas en la “Escuela de Dios” y entendido que ser líder es fácil pero tampoco imposible, cumplamos fielmente nuestra tarea...
PREGUNTAS SOBRE LA LECCIÓN
1. ¿Qué reflexión nos trae la escritura en Deum. 32:48-52?
2. Cuando servimos en la obra del Señor Jesucristo, debemos hacerlo con ___________________ total.
3. Nuestra mirada debe estar puesta ________________, nunca atrás ni con ________________ en un presente que se va.
4. Nuestro principal objetivo debe ser _____________ con aquello que nos hemos propuesto, poniendo todo el __________.