Reflexiones sobre la identidad del líder por Ángelit Guzmán
«Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea.» (1 Ti. 3:1)
El término obispo se aplica especialmente a aquellos líderes que ejercen una responsabilidad administrativa, además del ministerio docente y pastoral. Este modelo puede ayudarnos a construir la identidad del líder, así como la identidad del pastor que tiene que atender el gobierno más allá de una congregación local.
Es necesario que tengamos un modelo que pueda servimos en estos tiempos en que, hechizados por las propuestas de liderazgo, hemos sucumbido ante un lenguaje humanista que esconde una despreocupación real por los seres humanos, centrado principalmente en los resultados. Detrás del lenguaje de "excelencia", "calidad total’, "reingeniería" o "eficacia", se esconde una nueva forma de utilización de las personas en función de los objetivos institucionales. En consecuencia, necesitamos tomar distancia de ese modelo de líder que maneja formas parecidas a las del líder cristiano, pero cuyo contenido y fondo es radicalmente diferente.
En 1 Timoteo 3 encontramos desarrollado el modelo del obispo. De allí obtenemos los siguientes elementos para la construcción de la identidad del líder:
El líder es un "super-visor"
Literalmente obispo (episkopein, en griego) significa ‘supervisor’, ‘veedor del rebaño’. Hay coincidencia en afirmar que presbítero, anciano y obispo tenían las mismas responsabilidades ministeriales: enseñar, juzgar y gobernar. Esto supone que se espera que la supervisión se haga alrededor de estas tres tareas básicas. Por lo tanto, no es la supervisión desde ‘un escritorio de observación’ o reducida sólo a una computarización ministerial.
El sentido literal aplicado a las tareas de enseñar, juzgar y gobernar nos da un modelo nuevo de supervisión. Bajo esta perspectiva, el líder tiene que ser a la vez un maestro, un pastor, un juez y un gobernador. Ésta es su forma de super-mirar a la organización. Tiene, por tanto, que resolver la tensión entre estas cuatro funciones: enseñar, acompañar, juzgar y administrar. Esta tensión existe porque a veces parece que cuando se enseña y acompaña pastoralmente es muy difícil juzgar y administrar. Sin embargo, bíblicamente se espera que el obispo encuentre un equilibrio sano entre estas tareas, porque será la única manera de supervisar adecuadamente.
El líder no sólo tiene que ver sino super-ver a la organización. Esto nos lleva a las preguntas: ¿cómo estamos viendo? ¿qué estamos viendo? ¿para qué? ¿qué hacemos con lo que vemos? Incluso tenemos que preguntarnos: ¿realmente vemos? o estamos ciegos, porque hemos perdido contacto con la realidad, o sólo vemos lo que queremos ver (y no sólo por el «punto ciego» que todos tenemos, sino porque no nos conviene ver). Tal vez estemos viendo equivocadamente a través de reportes interesados y sesgados, y por eso llevamos adelante políticas o estrategias también equivocadas.
Podemos enriquecer nuestra capacidad de supervisar recordando que incluye "divisar", y eso nos da una mirada al horizonte más allá de la situación actual, o usar el "retrovisor", y eso incluye una mirada al pasado para entender mejor el presente y alumbrar el futuro. Hoy la tentación de muchos líderes es quedarse sólo con el ‘televisor’, queriendo hacer una pastoral a "control remoto". Requerimos agudizar nuestra capacidad de visibilidad, aunque sabemos que siempre "veremos por un espejo, oscuramente", pero podemos descansar en que Dios irá aclarando cada vez más nuestra visión.
Tenemos en Jesús y en Pablo dos ejemplos de cómo ver. Nos cuenta el relato bíblico (Mt. 9:35-38) que Jesús "al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor". Pablo, al ver la idolatría de la ciudad de Atenas, sintió que su corazón se enardecía (Hch. 17). Entonces encontramos que el verdadero "ver" tiene dos características básicas: no es delegable (nadie puede "ver" por nosotros) y nos conmociona (provoca compasión o enardecimiento, nunca frialdad ni indiferencia). El líder tiene que preguntarse cuánta compasión y enardecimiento hay en su corazón cuando ve a los grupos y a la organización en general. Tiene que buscar en el fondo de su ser cuánto de sus sentimientos de ira o de dolor responden al sufrimiento de los demás y cuánto se debe a sus propias frustraciones egoístas y mezquinas; qué porcentaje de sus estrategias o planes brotan de ese corazón conmovido y afectado por la realidad del rebaño que está bajo su cuidado; cuánto de lo que ve, no lo ha visto él, sino lo ha encargado a otros o, simplemente, lo ha dejado de lado y ha ido progresivamente alejándose de la realidad de los grupos y de sus integrantes.
Este "ver" que causa conmoción no se produce como efecto de un entrenamiento. Hay técnicas psicológicas que pueden conmover hasta las lágrimas, pero eso dista mucho de ser lo que se necesita para la obra: la sensibilidad que produce el Espíritu de Dios en la vida del obrero, cuando el Señor le hace gemir de corazón por la situación de la obra y del rebaño, y porque en honestidad y humildad puede ‘super-verse’ a sí mismo.
La capacidad de indignarse se va perdiendo si no estamos alerta. Una carta escrita por Alberto Flores Galindo, un intelectual de izquierda del Perú, fue titulada "Redescubramos la dimensión utópica: recuperemos la capacidad de indignación". En ella, Flores dejó su testamento para sus compañeros de lucha, a quienes dirigió esta última carta que escribió cuando sabía que sufría un cáncer terminal que lo acabaría en breve. Allí confronta a sus compañeros a luchar por recuperar lo que él creía era lo más importante y que se había perdido: el dolor frente a la injusticia. Les increpaba por haberse acomodado, como intelectuales que hablaban de la injusticia y de los pobres, pero que no se comprometían apasionadamente en ello. A nosotros nos vendría bien aprender de la autocrítica de Flores Galindo para revisar si nuestro liderazgo se ha reducido a discursos hermosos pero vacíos de compasión e indignación, que son la base del verdadero compromiso.
Este primer pensamiento es punto de partida para no reducir los siguientes rasgos a un listado de requisitos o al perfil ideal del líder. Le da a todo el pasaje la perspectiva adecuada.
El líder tiene que anhelar serlo
Es "palabra fiel", es decir, fuera de toda duda, que el que anhela ser obispo "buena obra desea" (1 Ti. 3:1). Aquí nos habla de los anhelos y de las aspiraciones. El problema no está en anhelarlo sino en descubrir qué estamos deseando exactamente.
Para decirlo de otro modo, lo que nos dice la carta es que «quien anhela ser líder desea en realidad ser un trabajador incansable que buscará producir buenos frutos y que escogerá medios tan altos como sus fines». Visto así, es probable que disminuyan los candidatos.
En los tiempos que refleja la epístola, ya existían luchas por obtener posiciones de poder religioso dentro de la iglesia cristiana. Ya había que poner límites a esta ambición y distorsión de los ministros, especialmente de aquellos que querían acceder a funciones de jerarquía como el obispado, donde la tentación es mayor. Aunque no sabemos de sueldos jugosos en esos tiempos había posibilidades de ganar económicamente aprovechando el puesto de obispo. Hoy tal vez no tengamos muchas posibilidades de tener esa tentación. Sin embargo, hay otro tipo de ‘ganancias’ que se pueden obtener, que luego trataremos con más detalle. La intención de la Palabra de Dios es purificarnos en nuestras motivaciones al buscar estos puestos importantes en la obra.
El líder tiene rasgos especiales
No cualquiera puede serlo. Se necesitan ciertos rasgos. Y no sólo al momento de ser nombrado, sino que se cultiven a lo largo de la vida. Hablamos de rasgos, porque más que ser ‘requisitos’ en el sentido actual del término se trata de rasgos del carácter. Nos hablan de la esencia de una persona y no de ‘condiciones entrenadas’ para tener un liderazgo eficaz. Hay que hacer la diferencia, porque ahora se busca producir resultados, no importa lo que haya en el corazón del que ejerce el liderazgo. Vivimos en el mundo de los indicadores externos y cuantitativos. No interesa que la realidad sea otra, las cifras hablan.
Aquí encontramos, entonces, no un perfil "ideal" que nadie pueda alcanzar, sino el carácter básico que todo líder debe tener como esencia de su ser. Va más allá, decíamos, del perfil del líder exitoso de nuestro tiempo que tiene ‘que ser buena gente’ con sus subordinados, porque así conseguirá motivarlos para que logren los resultados esperados. O aun buscar "el buen testimonio", porque así tendrá autoridad, o buscar "corregir errores", porque así reforzará su imagen y la imagen institucional. Hay que luchar contra este tipo de distorsión en el liderazgo cristiano. Esto es corrupto, porque es manipulador, hipócrita y falso. Es haber caído presos en el mundo de la imagen. También podemos tener una política institucional que sea la que nos importe mantener, aunque la realidad de la organización sea ‘de huesos secos’, empezando por el propio líder.
Nos viene bien escuchar a Erich Fromm en su desafiante obra Tener o Ser: "En el modo de existencia de tener, mi relación con el mundo es de posesión y propiedad, deseo convertir en mi propiedad todo el mundo y todas las cosas, incluso a mí mismo. En el modo de existencia de ser, debemos identificar dos formas de ser: una significa una relación viva y auténtica con el mundo, la otra se opone a la apariencia y se refiere a la verdadera naturaleza, a la verdadera realidad de una persona o cosa".
Se puede querer tener posición, popularidad, habilidades, razones, conocimientos, incluso requisitos para poder controlar. Conocemos historias tristes de destrucción cuando los líderes han querido ‘poseer’ a la agrupación y no han anhelado ‘ser’ sus servidores.
Esta descripción no es, pues, una camisa de fuerza, sino una muestra de lo que es la vida de piedad, una exigencia mínima para el obispo de la organización. El líder, siendo consciente de su llamado, busca en humildad que el Señor lo santifique, porque sabe que sin ello no podrá ser fiel con el cargo trascendental que se le ha encomendado. Estos rasgos están condensados en cuatro características básicas y en tres más específicas.
La integridad
La integridad es la nota distintiva de todo cristiano y, fundamentalmente, de un líder. La base de la integridad es el agradar al Señor. Y a partir de allí se es íntegro en todo, porque no se puede serlo sólo en algunas cosas y en otras no. Es un rasgo que define la existencia total. Por fidelidad al Señor, el líder busca ser fiel a sus compromisos, tanto con la pareja como con los demás.
La integridad permite que seamos irreprochables. Irreprochable no es sólo quien no se equivoca, sino quien vive con limpia conciencia. Hay dos dimensiones en este asunto de la integridad: por un lado, la búsqueda de santidad y de fidelidad al Señor y a todos nuestros compromisos y, por otro, ser conscientes de nosotros mismos y responder a los reproches de nuestra conciencia. Estamos hablando aquí de una ética en la intimidad y no sólo de la de vitrina, que se expresa cuando hay público. Aunque podamos ser absueltos por un jurado descuidado o simple que se deje llevar por nuestras apariencias, no lo seremos ante el tribunal de una conciencia sucia e inquieta por la maldad de nuestros sentimientos y de nuestro proceder.
No se trata de una conciencia culposa, enfermiza, como la que producen la depresión y la neurosis, sino de la conciencia aguda, sana, que está incómoda cuando no está limpia y que nos avisa cuando estamos siendo infieles. Una conciencia sucia que no ha sido escuchada sistemáticamente termina por cauterizarse y se insensibiliza. Así es cómo nos volvemos inconscientes. Poco a poco se extingue nuestra sensibilidad y ya no nos sentimos inquietos cuando procedemos infielmente. Incluso podemos hablar aquí de una ‘enfermedad de la conciencia’, por la que, aunque las personas y la realidad nos lo digan, no la reconocemos y, lo que es peor, no nos damos cuenta. Cuanto más vivimos así, más difícil se hará que nuestra conciencia resucite.
La honestidad
Si somos honestos, no buscaremos ganancias indebidas en el ejercicio de nuestra función. Quien las empieza a buscar está procediendo deshonestamente. También es un rasgo que se expresa en todos los planos de la vida: con nosotros mismos, nuestra familia, y la obra. Es muy raro alguien que está muy bien en un lado y muy mal en otro. La honestidad le lleva al líder a gobernar bien su casa y la organización, algo nada fácil pero necesario. Quien se queda sólo con uno, no se queda en verdad con ninguno de los dos.
También se dice en el texto que no sea "codicioso de ganancias deshonestas". Posteriormente, en el capítulo 6, Pablo nos va a explicar cómo las personas que codician ganancias deshonestas en el ministerio empiezan a corromperse, porque con el tiempo ya no les basta la piedad como ganancia.
¿Cuál es la salida? Por supuesto, no lo es el cinismo, que nos hace buscar una justificacion para nuestra situación o un desplazamiento de la responsabilidad hacia otros: la organización, el Consejo Administrativo, la familia, etcétera. Tenemos que ubicarnos en el terreno de los valores. ¿Qué es lo que en verdad valoramos? ¿Por qué hemos desvalorizado la piedad? ¿Por qué hemos dejado de apetecer las ganancias honestas que genera el ejercicio de ésta?
También podemos ser deshonestos en el hogar y esperar cosechar allí reconocimiento, lealtad incondicional, miedo sumiso, respeto y amor sin esfuerzo, y convertir así a nuestra casa en un espacio de poder, a veces absoluto.
Además de las ganancias deshonestas en el plano económico, podemos encontrar otras ‘ganancias deshonestas’: poder, comodidad, seguridad y satisfacción emocional indebida.
Nuestras agrupaciones pueden conferir a sus líderes mucho poder. A veces, cuando hay un Consejo Administrativo débil, el poder del líder es grande. Alguien ha dicho que el poder corrompe, de manera que el poder absoluto corrompe absolutamente. Tenemos arraigada en nuestra idiosincrasia latinoamericana nuestra vocación de caudillos, de emperadores. Por eso, entre otras buenas razones, debemos fortalecer nuestros Consejos Administrativos, porque son instancias de preservación de corrupción para los líderes. La sed de poder, con las ansias de protagonismo y popularidad que la acompañan, es sutil, engañosa y no siempre aparece tal como es. Se puede presentar como celo, cuidado de la obra, disciplina y hasta como humildad. Podemos decir: "Sí, hermano, estoy abierto a la evaluación", pero ni siquiera escuchar lo que nos dicen o escuchar ‘para cumplir’, pero sin tomarlo en cuenta.
Otra ‘ganancia deshonesta’ en la obra es, paradójicamente a lo que se podría pensar, la comodidad. Nuestras organizaciones tienden a ser informales y muy flexibles. Esto en manos de alguien muy trabajador y responsable es muy bueno, pero es terriblemente malo en manos de una persona perezosa e irresponsable. Si no tenemos quién controle nuestra labor, entonces ser líder viene a ser un trabajo muy cómodo. Difícilmente voy a querer otro trabajo, porque aunque no gano mucho dinero, tengo la libertad de hacer lo que yo quiero. En otro trabajo se medirían mis resultados y se exigiría que cumpliera un horario.
También hay otra expresión de la comodidad. Este cargo puede esconder una posición básica de inercia. Nuestra vida se deja llevar y nos cuestan los cambios. No continuamos en la obra porque respondamos a una visión y un compromiso renovado que hemos hecho con Dios, sino porque sencillamente no queremos cambios drásticos.
La seguridad, no en sentido económico sino laboral y, en cierto modo, afectiva puede ser considerada otra ‘ganancia deshonesta’. Podríamos convencer a otros —y aun a nosotros mismos— que estamos en el cargo por amor al Señor, pero en realidad lo que hacemos es esconder el miedo a enfrentar lo que significa la lucha laboral que implica demostrar que somos competentes. Podemos ser estrictos en exigirles a los miembros que luchen por ser «sal y luz» entre sus compañeros, pero temblamos al pensar en tener que ir al mundo del trabajo. La obra se convierte, entonces, en una isla más o menos segura, especialmente porque nuestras instancias de despido son casi nulas. Una vez que estamos instalados, es muy difícil que nos saquen. Como tenemos el poder, lo usaremos para preservarnos en el cargo.
La satisfacción emocional indebida es cuando el líder busca encontrar en la organización lo que no puede encontrar en otras esferas de su vida. Ésta se convierte en la única fuente de logros, de afectos, de satisfacciones que debería encontrar en el hogar, y en otras relaciones, especialmente en Dios. Por eso se "aferra", porque no sabría qué hacer con su vida sin la obra. Su entrega es asfixiante y sobreprotectora, como la madre que con sus hijos quiere mitigar sus propias insatisfacciones y termina por destruirlos.
Todas estas pueden ser "ganancias deshonestas" y nos pueden llevar a someter a la obra a nuestras necesidades personales no resueltas. Lo más triste de todo es que no podemos o no queremos darnos cuenta de ello. Cuando esto sucede, las consecuencias para la vida del líder y para el grupo son nefastas: divisiones, estancamiento, abortos del liderazgo emergente, y fosilización de la visión, entre otras.
Cuando nos damos cuenta de que algo así nos está pasando, la salida no es el remordimiento, sino el arrepentimiento. Que de aquí surjan las apetencias renovadas por las que podemos gozarnos con la piedad, alegrarnos con sus frutos y valorar la fidelidad al Señor, tanto de la organización como de la propia intimidad del ser.
La sabiduría
Ella es la que sustenta la "aptitud para enseñar". No se reduce a la destreza en el manejo de técnicas pedagógicas, aunque incluye pericia en la docencia. Por lo tanto, no basta con entrenarnos en recursos pedagógicos. Por otro lado, la aptitud para enseñar no debe confundirse con oratoria brillante pero palabrera, dominio del auditorio o la capacidad para "entretener" a los discípulos. Precisamente, en la segunda carta a Timoteo encontramos una descripción del anti-modelo de maestro: aquel que responde a la curiosidad irresponsable de los oyentes que se amontonan para ser adormecidos y entretenidos, porque lo que tienen es «comezón de oír» y no interés en la verdad (2 Ti. 4:1-4). Cuando el maestro responde a esta necesidad, entonces su función se reduce a ‘rascar detrás de las orejas’ al discípulo.
La aptitud para enseñar se refiere a la cualidad de "saber" por la que el líder tiene que "ser sabio". Eso significa adquirir tanto sophia (explicaciones de las cosas), como sunesis (juicio crítico), prónesis (habilidad práctica para hacer cosas), y prudencia (capacidad ética para actuar conforme a la verdad que se conoce). La sabiduría produce mucho fruto y no permite que el líder se quede sólo con las buenas intenciones, ya que le da aptitud para provocar transformaciones en la vida de las personas.
Por eso, no puede ser líder un "neófito" (literalmente: recién plantado, que no tiene raíz). El neófito no es simplemente el nuevo sino aquel que, aunque tenga mucho tiempo, no ha echado raíces en la fe y en la obra. Aun cuando por lo general nos afirmamos con los años, también es cierto que puede haber mucha necedad en los antiguos y sabiduría en los nuevos. El neófito en la fe y en el ministerio tiene el peligro de envanecerse y caer en la condenación del diablo.
La mesura
Con este término queremos señalar el sentido de equilibrio en el uso de las palabras, en la reacción frente a los disgustos o conflictos y en el disfrute. El carácter de la mesura no nos libra de enfrentar las situaciones difíciles, provocando en nosotros una conducta evasiva, sino que nos da el equilibrio para reaccionar. Entonces, no corremos frente a la confrontación, sino que rechazamos el pleito. No nos abstenemos del disfrute, sino que nos limitamos para participar en la justa medida, con dominio propio. Jesús comía y tomaba vino con gusto, pero sin exceso. Aunque algunos prefieran pensar que era "jugo de uva", lo que sí podemos afirmar es que cualquiera haya sido la bebida, Jesús la disfrutaba. Se requiere mesura no sólo con respecto al vino, sino con cualquier fuente de disfrute; todo lo delicioso, si se toma en exceso, causa daño. Es el mismo principio que en la epístola se menciona en relación al casamiento y a la comida: no hay que abstenernos de ninguno, porque todo lo que Dios creó es bueno y nada es de desecharse. Entonces, abstenerse es perverso y excederse es desmesurado.
La sobriedad
La sobriedad es el revestimienlo de la coraza del Señor que nos permite tener una postura frente a las tormentas de la vida.
La prudencia
La prudencia es la capacidad de pensar antes de reaccionar, de actuar sin precipitarnos y de no escudarnos en nuestro defecto cultural, que nos hace impetuosos e impulsivos.
El decoro
Éste es un rasgo sorprendente. Proviene de la palabra griega cosmios, por lo que se refiere a la persona educada, pulida, que sabe moverse en el mundo y que no reduce su visión a su región. Por esta característica Wesley pudo decir: "Mi capilla es el mundo". Este rasgo está en la base de la visión misionera transcultural, que ve al mundo como campo misionero y que implica poder disponerse a ir a los que son diferentes a nosotros y a romper nuestros guetos evangélicos sobreprotectores y limitadores de visión.
Como vemos, estos cuatro rasgos básicos y los últimos tres más específicos son disposiciones del carácter y, por lo mismo, permean toda la vida del siervo de Dios, desde su fuero más íntimo hasta sus relaciones sociales y públicas que incluyen su familia, su iglesia y el mundo. Es muy necesario cuidar el testimonio hacia el mundo. El mal testimonio es causante de descrédito, otro de los lazos con que el diablo nos esclaviza. El testimonio hacia afuera nos recuerda nuestra razón de ser como agrupación. Cabe pensar hasta qué punto nuestra organización y nosotros, como sus representantes ante el mundo, estamos en descrédito. Sabemos que la falta de credibilidad es algo que mina un liderazgo. Cuando ya no se puede generar confianza, no es posible invitar a unirse a nuestra causa. El descrédito socava nuestras posibilidades de testimonio del Evangelio, que es nuestra razón fundamental de existencia.
El líder tiene un acusador muy astuto
La palabra griega que se usa en esta epístola para nombrar al diablo es diabolos, cuyo sentido fundamental es "acusador". De manera que aquí conocemos una de sus funciones más importantes: acusarnos y condenarnos. Cuando él acusa y condena no hay ni arrepentimiento, ni liberación, sólo remordimiento y opresión. Cuando el Espíritu Santo nos redarguye, nos conmueve, nos produce dolor por los pecados, los vacíos y las debilidades. Entonces hay una tristeza para vida y transformación. Si el Señor justifica, no hay nadie, menos el diablo, que tenga poder para condenarnos. Cuánto necesitamos recordar esto en nuestras luchas ministeriales. El diablo puede usar instancias y personas para acusarnos y condenarnos, y no hay que prestarles atención. Pero también el Señor usa a personas para provocarnos el arrepentimiento. Es preciso tener discernimiento para saber cuándo habla el Señor y cuándo habla el acusador. No nos vaya a ocurrir lo que le ocurrió a un hombre que cuando naufragó, se quedó sobre un pequeño tronco, y comenzó a clamar por la protección y la ayuda divina. Al rato pasó un barco y los tripulantes le gritaron: "Hombre, suba que se avecina otra tormenta". El desdichado les dijo: "No, estoy esperando que Dios me salve, porque le he pedido que me socorra". No pudieron insistirle más y se fueron, dejándolo solo. Obviamente arreció la tempestad y el hombre se ahogó. Cuando llegó a la presencia de Dios muy angustiado le preguntó: "Señor, ¿por qué no contestaste mi oración, si había clamado que me salvaras de la tormenta?" El Señor le contestó: "Claro que te contesté: yo te envié el barco al cual no quisiste subir". ¡Qué no nos neguemos a subir al barco! ¡Qué podamos reconocer cuándo una advertencia viene de Dios y la oigamos a tiempo!
Adaptado de la ponencia "El ‘Obispado’ en la obra estudiantil. Reflexiones sobre la identidad del Secretario General", presentada en el evento "Dignos de nuestra vocación" organizado por la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos (CIEE) en América Latina, y publicada en el manual homónimo, editado por Ulrich Schlappa. Usado con permiso.
Angelit Guzmán es peruana, psicóloga, con estudios de posgrado en Psicología Educativa y Humanística, y está a cargo del área de Hermenéutica Bíblica de la CIEE.
¿Qué dirección ha tomado? por Serafín Contreras
Los líderes existimos para guiar y dejarnos guiar. Especialmente para ser guiados por el Espíritu Santo. Aunque predicamos y enseñamos acerca de ser guiados por el Espíritu Santo, cuando llega el momento de ser guiados por él nos parece cuesta arriba y hasta no discernimos que el Espíritu Santo nos está guiando. Por lo regular la dirección del Espíritu de Dios nos introduce en cambios, giros inesperados y creación de nuevos escenarios. Existen dos tipos de líderes que se diferencian por su reacción a la dirección del Espíritu Santo.
Líderes Moabitas (Jer 48.11 y 12)
Moab significa en hebreo: la semilla del padre. Esta expresión en terminología latinoamericana sería algo así como: "¡De tal palo, tal astilla!" Moab fue el hijo de Lot por su relación incestuosa con su hija después de la destrucción de Sodoma y Gomorra. Lot fue ancestro de los moabitas.
Los moabitas se caracterizaron por la arrogancia, principal defecto de ellos. Se resistían a los cambios.
Esta profecía está dirigida a los moabitas, los cuales serán sacudidos por su renuencia a cambiar.
Lot, al igual que su hijo Moab, se resistió a los cambios, y tuvo que ser forzado por Abraham para que cediera.
Los líderes del tipo moabita son aquellos que se resisten a los cambios. Se niegan a ser dirigidos por el Espíritu Santo porque no disciernen que es él el que está hablando, y se aferran a lo conocido por no entrar a lo desconocido. Esta actitud detiene su desarrollo.
Líderes abrahámicos (Gn 13.1-4 y 14-18):
Los líderes abrahámicos no se aferran a lo conocido. Entran en lo desconocido con una clara revelación del destino, por lo que tienen crecimiento, y continuo.
Permítanme establecer una comparación entre estos dos tipos de liderazgo.
¿Cómo son los líderes moabitas?
A. Los líderes moabitas están en guerra con el cambio en vez de vivir pacíficamente en el cambio.
Por su resistencia pierden toda efectividad en las transiciones. Se anclan en el pasado y por ello se encuentran incapacitados para tratar con el cambio hoy. Todo cambio los asusta, los hace retroceder. El pasado les da seguridad.
B. Los líderes moabitas necesitan mantener el control.
Los moabitas necesitan saber que ellos están al control de sus vidas, de todo y de todos. Y luchan por ello, complicando de esa forma su vida. Tratan estrictamente con los asuntos externos de la situación sin mirar lo interno. La obsesión por el control puede llegar a ser más y más imposible de satisfacer.
C. Los moabitas manipulan lo externo como una respuesta de no poder manejar lo interno.
"Si no puedo manejar mis sentimientos internos yo encontraré algo en el mundo externo que yo pueda controlar y seguramente con eso echaré fuera mis sentimientos internos". Lo externo es más fácil de manejar que lo interno por ello su énfasis es lo externo. Imponen reglas, exigen y manipulan aun con lo espiritual.
D. Los moabitas desconfían y sospechan de los demás.
Ellos desconfían de todo y de todos. Creen que la vida y la otra gente están en contra de ellos y por lo tanto están siempre a la defensiva para evitar que les tomen ventaja. No saben confiar libremente en los que los rodean.
E. Los moabitas mantienen desconección espiritual.
No es que no realizan cosas espirituales. Ellos pueden pastorear, predicar, ser líderes denominacionales, etcétera. Lo que les ocurre es que no perciben el significado espiritual de lo que están experimentando. No comprenden por qué Dios los está llevando por ese camino. Por lo tanto lo analizan todo desde una perspectiva humana, sin entender lo divino. Lo pelean en el plano humano y dejan de conectarse con lo espiritual. Si no son elegidos nuevamente en una convención, no se detienen a pensar en que Dios les está dando el mensaje de que su tiempo en ese servicio ha terminado. Todo lo contrario, hacen un conteo de los votos y culpan a otros de haber perdido la reelección.
F. Los moabitas no tienen sentido de propósito y no entienden la revelación de destino.
Ellos evitan mantener una declaración de misión. No se preguntan: ¿Por qué estoy aquí? ¿Hacia dónde quiere Dios que yo vaya? ¿Terminó mi tiempo? Nuestro sentido de propósito emerge de nuestra espiritualidad... si perdemos la conexión espiritual, el sentido de propósito en la vida pierde significado.
G. Los moabitas culpan a las otras personas y a las circunstancias de las situaciones en su vida.
Cuando algo ocurre es la "culpa de otros". "Ellos me hicieron eso". Juegan el papel de víctimas y culpan a factores externos. Ellos son "reactivos" no son "proactivos". Los reactivos sólo responden o reaccionan a las circunstancias, los proactivos hacen que las cosas pasen.
H. Los moabitas se desconectan de sus sentimientos, especialmente de los negativos.
Ellos no desarrollan un hablar del corazón. Se levantan de familias donde las emociones fuertes no son aceptables. Siempre dicen: "Yo estoy bien". Les cuesta llorar en público y demostrar que tienen miedo o que están enojados.
I. Los moabitas son de pensamientos rígidos.
Para ellos todo es blanco o negro, no hay terrenos intermedios. No aceptan la vitalidad ni la frescura de ideas. Se oponen a la renovación. Jamás se atreven a tener una mente abierta. Sus creencias son las únicas y juzgan muy rápido lo que no encaja en sus paradigmas.
J. Los moabitas manifiestan con frecuencia actitudes negativas.
Piensan lo peor de cada nueva situación. Son frecuentemente pesi-mistas hacia ellas. Cualquier nueva experiencia la ven como algo para examinar con extrema cautela.
K. Los moabitas no aceptan los sistemas de apoyo.
A menudo ellos son solitarios. Si tienen amigos, son amigos que comparten lo que ellos creen y piensan. La ausencia de sistemas de apoyo puede ser devastador especialmente en tiempo de crisis. Un sistema de apoyo es un grupo de personas que nos rodean y a quienes nos hacemos vulnerables. Listos para oírlos y que nos pueden amar y por lo tanto nos pueden corregir y orientar.
L. Los moabitas pierden el balance y sentido de orientación.
Ponen énfasis en lo externo y poca atención en las relaciones, la esperanza o crecimiento interno. Van de un extremo al otro y no saben mantener la orientación de sus vidas, por ello comienzan muchas cosas y no terminan ninguna y aquellos que los rodean pueden sentir gran confusión.
¿Cómo son los líderes abrahámicos?
Un líder abrahámico es aquel que crece vigorosamente y florece en medio de todas las circunstancias.
A. Los líderes abrahámicos están aten-tos a lo que ocurre tanto interna como externamente.
Cada circunstancia es para ellos una oportunidad de crecimiento. Cada transición es una escuela. El crecer lo toman como un compromiso. Siempre están leyendo, asistiendo a seminarios, hablando con gente que los edifican. Su anhelo más grande es aprender y crecer. Saben que su crecimiento interno es la base de todo.
B. Los líderes abrahámicos se motivan internamente.
No importa lo que atraviesen, eso los motiva. Y cada problema lo toman como un desafío personal. Tienen un saludable sentido de con-trol en sus vidas. Sus vidas son vibrantes, emocionantes y llenas de calor humano.
C. Los líderes abrahámicos son receptivos a las nuevas ideas.
Están abiertos a la renovación y saben que el mundo está cambiando y que ellos necesitan también cambiar. Están convencidos de que la vida es crecimiento y cambio. Lo que crece cambia. No se aferran al pasado, sino que lo usan para saltar al presente con una clara determi-nación del futuro.
D. Los líderes abrahámicos tienen una vitalidad espiritual.
Sus prácticas espirituales no son religiosas sino vitales y estimulantes. Su caminar con el Señor es nuevo cada día, es fresco. NO se secan, están como los olivos verdes en el altar de su Señor.
E. Los líderes abrahámicos aman los sistemas de apoyo.
Saben que solos no pueden seguir y aman la constelación del líder. Rodeados de pablos, bernabés y timoteos. Pablos que los enseñan y guían, bernabés que los confortan y timoteos a quienes ellos forman y edifican.
F. Los líderes abrahámicos tienen una capacidad de recuperación inmediata.
Se recuperan de las crisis y adversidad con asombro. Saben sacar provecho de las noches. Como Pablo en la cárcel de Filipos. A veces son sacudidos pero dicen como Pablo, sacudidos pero no vencidos. Se recuperan porque saben en su espíritu que la batalla final ya ha sido ganada.
G. Los líderes abrahámicos sacan beneficio de sus sentimientos.
Ellos usan los sentimientos fuertes como mensajeros en su movimiento de avance. Saben comunicar sus sentimientos. Pueden ser tiernos, dulces y amorosos. Saben llorar y saben admitir cuando sienten miedo y temor. Son humanos.
H. Los líderes abrahámicos tienen la habilidad de auto-nutrirse.
Ellos saben escoger lo que los nutre y gastan tiempo en esas actividades, como orar, leer la Palabra, retiros personales, ayunos y edificación mutua. NO se sienten bien si no están nutriéndose espiritualmente.
I. Los líderes abrahámicos son proactivos.
Ellos no reaccionan porque las cosas sucedieron, sino actúan para que las cosas sucedan. Su pregunta de ¿por qué estoy aquí? los motiva a mirar adelante. Tienen sentido de propósito. Su creatividad es impresionante, no aman la rutina ni se dejan llevar por la corriente. Saben pararse y marcar el camino en un mundo lleno de confusión.
J. Los líderes abrahámicos son soñadores pero con los pies en la tierra.
Sueñan más allá de lo que parece práctico. Rehusan la expresión, "esto se intentó antes". Arriesgan grandes sueños y sus sueños llegan a convertirse en realidad. Ven la vida como un juego o una olimpiada y no como un problema para ser resuelto. Se atreven a ver más allá del promedio.
K. Los líderes abrahámicos ven su vida desde la perspectiva divina.
Ellos no se ven como víctimas de las circunstancias, sino cocreadores de sus vidas con el Creador de los cielos. Están convencidos que el Señor está todavía tejiendo sus vidas como hermosos tapices y Él no ha terminado aún.
Renovar su ministerio implica llegar a ser un líder abrahámico, porque en este tiempo final los que son cubiertos con la sabiduría de Abraham llegarán muy lejos. Allá a la distancia, como pequeñas sombras se verán los moabitas, con el mismo sabor, el mismo olor y nada nuevo sucederá en ellos. ¡Oh, Dios, ayúdanos a ser los líderes abrahámicos de este tiempo! ¡Danos el valor de renovar nuestro ministerio!
Reflexión
1. ¿Culpa usted a otros por cómo se siente?
2. ¿Se enoja cuando los planes del día se cambian por circunstancias externas?
3. ¿Usted espera que su líder lo desafíe en su trabajo?
4. Cuando usted está con sus ami-gos, ¿influyen en sus sentimientos las opiniones de ellos?
5. ¿Usualmente su cónyuge es quien decide qué actividades realizar, dónde ir y cómo gastar el tiempo juntos?
6. ¿En qué se centra sustancialmente su conversación?, ¿en cosas, relaciones o sentimientos?
7. ¿Cómo se siente cuando las demás personas ya no lo miran como un líder?
El autor es pastor, misionero de la Misión Cuadrangular Internacional y miembro del Comité Consejero de la Conferencia Mundial Pentecostal.
PREGUNTAS SOBRE LA LECCIÓN
1. Un _____________________ es aquel líder que además predicar y enseñar, ejerce responsabilidades administrabas.
2. Obispo significa _______________________, ____________________________.
3. La función de ‘ver’ en el líder (obispo) tiene dos características básicas que son:
_____________________________ y nos ________________________________.
4. Mencione la lista de requisitos de un líder
___________________________,_________________________
5. Mencione las 4 características básicas de un líder
6. La base de la integridad es ________________ al Señor.
7. La integridad permite que seamos __________________.
8. Si somos _____________________, no buscamos ganancias indebidas.
9. La _____________________ sustenta la “aptitud para enseñar”.
10. Con el término _______________ señalamos el sentido de equilibrio en el uso de las palabras, en la reacción frente a los disgustos o conflictos y en el disfrute.
11. La _____________________es el revestimiento de la coraza del Señor que nos permite tener una postura frente a las tormentas de la vida.
12. La _______________________es la capacidad de pensar antes de reaccionar, de actuar sin precipitarnos y de no escudarnos en nuestro defecto cultural.
13. El ____________________ por lo que se refiere a la persona educada, pulida, que sabe moverse en el mundo y que no reduce su visión a su región.
14. Los líderes del tipo moabita son aquellos que se _________________a los cambios.
15. Los líderes ________________________se aferran a lo conocido.
16. Un líder ______________________es aquel que crece vigorosamente y florece en medio de todas las circunstancias