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  Tentaciones
 

Cinco tentaciones por Benjamín Patterson

Ocurrió hace años, durante una de mis primeras predicaciones. En un pasaje del sermón señalé algo que estaba a mi derecha y todos los ojos se fijaron en aquel objeto. ¡Qué fantástico!, pensé. Puedo hacer eso con todas estas personas. Ese momento marcó el principio de mi conocimiento acerca de las peculiares tentaciones a las que se enfrenta el predicador.

EL ARTISTA

La primera y más grande de estas tentaciones es la que experimenté aquel día: la de ser un artista en el púlpito. Cualquiera que tenga el atrevimiento de colocarse en frente de un grupo de personas y tomar 25 minutos de su tiempo para efectuar un monólogo, tiene que tener algo de artista. Si usted odia ese tipo de actividad, es bastante probable que no llegue a ser muy efectivo como predicador.

Pero justamente es allí donde se encuentra la traba. Para comunicar bien, uno debe exponerse constantemente a una de las tentaciones más letales del hombre de Dios: el actuar de tal manera que uno se gane la apreciación y los aplausos de los oyentes. No hay ningún problema en esta actitud cuando el oyente, en los ojos del predicador, es Dios. Pero, desafortunadamente, Dios generalmente resulta difícil de ver. Lo que sí vemos es ese grupo de personas sentados en los bancos de la iglesia. Ellos resultan muy visibles y, a menudo, buscamos su aprobación.

Jesús le puso el dedo a esta tentación en la sexta bienaventuranza: "Bienaventurados los de limpio corazón, pues ellos verán a Dios". Un corazón puro es un corazón que no tiene motivaciones confusas. Por esta razón, Jesús miró a los fariseos (quienes hacían sus buenas obras para ser vistos por el pueblo) y dijo: "Ya tienen su recompensa". Ellos estaban recibiendo justamente lo que buscaban: aprobación humana.

Busque a Dios, y lo verá. Busque a los hombres, y los verá.

En cierta ocasión, John Bunyan predicó un sermón bastante fuerte. La primera persona que se acercó a él después de la reunión se lo hizo saber. Respondió: "Ya lo sabía. El Diablo me lo dió a entender cuando me alejé del púlpito." He perdido cuenta de las veces que me paré a la puerta del templo luego de haber predicado, hambriento por recibir alabanzas de mi congregación. Había trabajado arduamente durante la semana para estar bien preparado. Había puesto en la predicación toda la fuerza y concentración que podía reunir. En muchas maneras, había traído al púlpito toda la intensidad que usaría para un partido de fútbol. Al terminar el sermón, sintiendo el sudor bajo mi ropa, mi pregunta era: "¿Lo hice bien?".

En momentos de claridad, sé muy bien que solamente Dios puede juzgar las cosas y entregar el premio. Pero se me ocurre que rara vez veo las cosas así inmediatamente después de haber predicado. Bruce Thielemann ha dicho con gran acierto: "La predicación es el ministerio más público y, por lo tanto, el más visible en sus errores y el más expuesto a la tentación de la hipocresía".

LA PALABRA PARA LOS OTROS

Una segunda tentación se encuentra en que el predicador vea la Palabra de Dios como algo solamente para ser predicado. La presión de producir sermones, combinada con el hecho de que los sermones deben predicarse de la Biblia, pueden hacer que una simple lectura devocional de la Palabra sea imposible de lograr. Cada vez que tomo mi Biblia y comienzo a discernir ciertas verdades de un pasaje me pongo a pensar, casi instantáneamente, en cómo puedo predicarlo a mi congregación. Y en la mayoría de los casos paso por alto la relevancia que puede tener para mi propia vida. Esto es fatal. Pablo, el apóstol, hizo alusión a su propia lucha con este problema cuando expresó la preocupación de que "no sea que habiendo predicado a otros, yo mismo sea descalificado". (I Cor. 9:27).

La predicación que tiene respaldo es aquella que viene de hombres y mujeres que han luchado personalmente con aquello que proclaman públicamente. Suelo caer con tanta facilidad en esta tentación, que debo disciplinarme para estudiar pasajes en forma devocional antes de formar sermones de ellos. Y debo hacer esto con meses de anticipación a la predicación propiamente dicha.

¿PORQUE LES GUSTA O PORQUE LO NECESITAN?

Una tercera tentación a la cual se enfrenta el predicador es la de convertir a las piedras en pan, dándole así a la gente lo que desea y no lo que necesita. Siempre está presente en la psiquis del que predica el deseo de ser apreciado por aquellos a quienes se dirige. Ese deseo puede tornarse tan fuerte que uno se hace más sensible que un sismógrafo a los gustos de la congregación. Es en ese momento que el predicador se puede convertir en un publicista, en desmedro del profeta.

Todo lo que hacen los publicistas se reduce simplemente a convencernos de que lo que buscamos lo lograremos mejor con sus productos, sus candidatos, o sus mensajes. Cuando se presenta el evangelio como algo que va a ayudar a las personas a tener aquello que desean, sin crítica, se deja como un simple instrumento de propaganda. James Daane dice que: "La Biblia debe definir nuestras necesidades antes de suplirlas. Nos debe decir lo que necesitamos: la naturaleza de nuestros dolores, angustias, etcétera. En otras palabras, la Biblia debe decirnos qué es el pecado, porque no lo sabemos."

Una variación de la tentación de dar a las personas lo que desean es el uso exagerado de ilustraciones e historias. Todo aquel que predica sabe bien cuán efectiva puede ser una buena historia o un chiste para atraer la atención de las personas. El problema más grande con las historias es que se prestan a que cada cual las interprete a su gusto. Una congregación donde hay una gran variedad de puntos divergentes puede escuchar un sermón lleno de historias y narraciones entretenidas, y todos se irán del templo sintiéndose edificados. El pastor realmente dijo las cosas "como son". Claro que sí; si todos sintieron que su punto de vista fue expresado, no se expresó punto de vista alguno. Pero el pastor quedó bien con todos.

PROFETA Y SACERDOTE

La cuarta tentación para el predicador radica en el extremo opuesto de lo recién mencionado. Esta es la tentación de verse a uno mismo como profeta para las personas, sacrificando la función de ser también su sacerdote. Un sacerdote es uno que se presenta ante el Señor como intercesor por el pueblo. Los profetas son mensajeros de Dios. Los sacerdotes son intercesores. Los profetas enfrentan a los hombres con la verdad divina y con las mentiras humanas Los sacerdotes sostienen a los hombres frente a la gracia de Dios.

La tentación de ser un profeta, sacrificando la función de sacerdote, está en que uno puede atacar a las personas desde una posición de total aislamiento (donde uno es intocable). Uno no tiene que experimentar, de esta manera, la agonía de cuidar a aquellos que han sido heridos por la verdad. No hace falta más que sentarse en el estudio, preparar la exégesis y entregarle a la gente la verdad y nada más que la verdad. Pero puede ser que esta verdad hiera seriamente a una persona sin conducirla a la sanidad.

Juan nos dice que Jesús vino con gracia y verdad. Entre otras cosas, eso significa que la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. No estaba aislado, sino que se encarnó en uno que compartió nuestra vida y caminó en nuestros caminos. Como lo expresa el autor de Hebreos, Jesús no fue un sumo sacerdote que "...no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado." (4:15).

Un predicador no tiene derecho a atacar a su gente con la verdad (especialmente la clase de verdad que duele), a menos que él también se sienta herido por esa verdad y se muestre quebrantado por la condición del pueblo. Un anciano y sabio pastor me compartió una vez sobre dos errores iguales y opuestos en los que puede caer un predicador. Uno es el de descuidar el estudio a causa de la gente. El otro es el de descuidar a la gente a causa del estudio. Ambos son trágicos. Ambos están en constante tensión y compiten el uno con el otro, pero los dos deben ser evitados.

DANDO VIDA A LA BIBLIA

Presento una última tentación del predicador: tratar de que la Biblia sea relevante, de querer darle vida. Esta tentación en particular solía ser un aspecto exclusivo de la tradicional teología liberal. Pero, en los últimos años, ha ganado también algunas víctimas en el campo evangélico.

Suelo caer en ella cada vez que siento que la Biblia necesita de mi ayuda para ser creída, que de alguna manera necesita de mis astutas ilustraciones o de mis declaraciones perceptivas hechas en un idioma más familiar a mi congregación.

El pecado que se evidencia en esta tentación radica en la presuposición de que la Biblia está muerta y que, en realidad, somos nosotros los que estamos vivos. Por supuesto que ningún predicador admitiría que eso es realidad en términos tan específicos. Pero el actuar de muchos lo corrobora.

¿Tiene la Biblia relevancia? El Dr. Bernard Ramm dijo en cierta oportunidad: "Nada tiene mayor relevancia que la verdad". Cuanto más predico, más me convenzo de que lo mejor que puedo hacer es salir del camino de la Palabra para no obstruir su paso. El consejo más sano que puedo dar en términos homiléticos no es que tratemos de predicar bien la Palabra, sino que no lo hagamos mal.

Esto no quiere decir que el predicador no tiene que poner el mensaje de la Biblia en términos que sean fáciles de entender. Pero el objetivo debe ser siempre que la gente pueda ver que las Escrituras son relevantes, y no que uno las haga relevantes. En última instancia, la Palabra de Dios se hace real a través de la obra del Espíritu Santo y, a menudo, a pesar y no a causa del predicador.

Al finalizar la lectura de este artículo, usted podrá llegar a la conclusión de que ser predicador es meterse en un campo minado de tentaciones. Es así. No creo que jamás haya predicado un sermón con menos de un 30% de buenas intenciones. Y, con frecuencia, he desesperado al contemplar mi corazón y ver las muchas formas en que he caído preso de las tentaciones del predicador. Si la pureza de mis motivaciones fuera la razón por la cual pudiera yo trabajar en el púlpito, me hubieran despedido hace ya tiempo. Pero, gracias a Dios, esa no es la razón. La razón radica en el Ilamado de Dios. Estoy allí solamente porque Él me llamó muchos años atrás, me equipó con los dones necesarios, y dijo: "Comienza a hablar de Mí".

En nuestra liturgia confesamos los pecados antes de escuchar la Palabra de Dios a través de la lectura y predicación de la Biblia. Yo también debo hacerlo después de esto. Esa es la filosofía que sigo yo: confesar, predicar, confesar otra vez, y hacer mía la oración de sacristía de Martín Lutero: "Señor Dios, Tú me has hecho un pastor en tu iglesia. Tú puedes ver que indigno soy de tomar este trabajo difícil y grande y, de no haber sido por tu ayuda, lo hubiera echado todo a perder hace ya tiempo. Por esto clamo a ti para que me ayudes. Ofrezco mi corazón y mis labios para tu servicio. Deseo poder enseñar a la gente y, para mí, que pueda aprender siempre más y meditar diligentemente en tu Palabra. Úsame como tu instrumento, pero nunca me abandones, pues si me quedo solo destruiré con gran facilidad todo lo que Tú has hecho. Amén."

© Leadership, 1981. Usado con permiso.

Las tentaciones de Olimpo por Arnoldo Jacob

Aunque algunos son escogidos para ser autoridad en la iglesia, delante de Dios somos todos iguales.

En una disertación para ejecutivos, un empresario cristiano compartió sobre los peligros que tenemos los empresarios de vivir en el Olimpo.

Recordemos que la mitología griega cuenta que el Olimpo era la morada de los dioses, con privilegios que eran la envidia de los mortales que vivían en los bajos. Entre muchas otras regalías, estos dioses no tenían que rendir cuenta a nadie, eran sus propios jefes y su conducta no era cuestionada por nadie. Por un asunto de imagen de su "gremio", tenían que observar una conducta intachable cuando se mezclaban con los mortales, su pena de durísimos castigos.

Si bien hoy día este tipo de ejecutivos está en franca extinción, ya que las modernas empresas privilegian un liderazgo altamente participativo, el manejo del poder será siempre un tema delicado para los que ocupamos algún tipo de dirección.

El poder nos es intrínsecamente malvado, pero es peligroso. Y el poder aun más peligroso es aquel con apariencia de religión.

En su notable obra "Sexo, dinero, poder" Richard Foster señala:

"El poder puede ser algo extremadamente destructivo en cualquier contexto, pero cuando está al servicio de la religión, es completamente diabólico. El poder religioso puede destruir como ningún otro poder... Los que no reconocen autoridad sobre sí y que al mismo tiempo se cubren con un manto de piedad, son especialmente corruptibles. Cuando estamos convencidos de que lo que hacemos es idéntico al Reino de Dios cualquiera que se oponga a nosotros debe estar equivocado. Cuando estamos convencidos de que siempre usamos nuestro poder para fines nobles, entonces creemos que nunca nos podemos equivocar. Pero cuando esta mentalidad se posesiona de nosotros, estamos tomando el poder de Dios para nuestros propios fines... Cuando el orgullo se mezcla con el poder, el resultado es genuinamente volátil. El orgullo nos hace pensar que tenemos la razón, y el poder nos da la capacidad de imponerle nuestra visión de justicia a cualquiera. La unión entre el orgullo y el poder nos lleva al borde de lo demoníaco."

Ya en el AT el pueblo de Israel presenta la propuesta a Samuel de un monarca absoluto "como todas las naciones", olvidándose que eran un pueblo diferente. Dios nunca quiso ni en el AT ni en el NT líderes absolutos que no rinden cuenta, sino fieles administradores que si están obligados a rendir cuenta ante Dios y los hombres. JESÚS fue enfático «Los que son grandes ejercen potestad. Mas entre vosotros no será así, sino el que quiere hacerse grande entre vosotros, será vuestro servidor» (Mt. 20: 25c-26). Para mayor claridad Jesús con toalla y vasija de agua dejó como última lección el "lavado de pies " de sus discípulos, incluyendo a un Judas que lo traicionaría pocas horas después.

Las tentaciones de vivir en el Olimpo, están fuera y dentro de la iglesia. El camino angosto me ha enseñado que si queremos tener bajo control nuestra ambición y deseo de poder, el trabajo en equipo, ante el cual debo rendir cuenta de todo lo que hago, es el mejor antídoto a este peligro. El gran modelo del AT de liderazgo nos da la pauta. "Y oyó Moisés la voz de su suegro, e hizo todo lo que dijo" (Éx. 18.17-23).

Nada es más peligroso que aislarse en el Olimpo, sin rendir cuenta a nadie, Saúl es el ejemplo más dramático de ello. El poder es tan peligroso, que no debemos enfrentarlo solos.

Los abusos de poder se dan en el mundo, pero también en la iglesia de hoy, y es allí donde el daño que ocasiona es especialmente destructor.

En alguna forma todos ejercemos poder. Nosotros escogemos si lo usamos para edificar, guiar o liderar o para manipular o destruir.

Creo que uno de los grandes peligros de un pastor, es no querer ser "oveja" (no bajarse del Olimpo).

Solamente puede ejercer autoridad, quien se somete bajo autoridad o solo puede ser confesor, el que se confiesa o solo puede entregar, el que recibe. Por algo el liderazgo múltiple en la iglesia es un principio del NT. El ministerio unipersonal (rey) es una violación de esta importante directriz. Ninguna iglesia local en el NT fue dirigida y gobernada por una sola persona. La pluralidad de los ancianos aparece como una norma. Esto significa que el ministro o pastor, como se concibe en muchas iglesias hoy día, como cabeza de la iglesia no tiene fundamento bíblico alguno.

No olvidemos que Dios nos llama, cada uno en el lugar que Él nos asigne, a representar su autoridad, nunca a sustituirla. Algunas autoridades de iglesias se comportan como "reyes" que lo saben todo sobre la iglesia y el mundo, tienen lista una opinión de todos y de todo, dispensando libremente sus enseñanzas como "Vox Dei", sin distinguir entre "Palabra de Dios" y nuestras humanas y falibles interpretaciones.

Pareciera ser que a menudo sucumbimos a la tentación de recordar y demostrar regularmente a los "mortales" que nosotros somos del Olimpo. Incluso en el hogar, hombres establecen su autoridad "bíblica".

"Jamás debemos intentar establecer nuestra propia autoridad. Cuanto más lo intentamos, menos aptos somos para ejercerla. Los que conocen a Dios pueden esperar. Si nuestros motivos son rectos, seremos reconocidos no sólo por el Señor sino también por la iglesia como representante suyo. La condición para ser autoridad es un sentimiento de incompetencia e indignidad. Cuanto menos presumidos y más humildes seamos, tanto mayor será nuestra utilidad. Siempre deberíamos sentir temor y temblor en este asunto de ser autoridad (W.Nee "La Autoridad Espiritual").

Aunque algunos son escogidos para ser autoridad en la iglesia, delante de Dios somos todos iguales.

Arnoldo Jakob es empresario y líder cristiano de Santiago, Chile.

PREGUNTAS SOBRE LA LECCIÓN 

1. ¿Qué es un corazón puro?

2. ¿Cuál es la primera tentación de las que debes cuidarte como predicador?

3. ¿Cuándo podemos decir que una predicación tiene respaldo?

4. ¿Qué peligros representa que prediquemos lo que la gente desea oir y no que verdaderamente necesita para crecer?

5. ¿Cuál es la diferencia entre profeta y sacerdote?

6. ¿Por qué a veces queremos ser profetas y no sacerdotes?

7. ¿Cuál es la quinta tentación del predicador?

8. La unión entre el orgullo y el poder nos lleva al borde de lo __________________."

9. ¿Qué peligran representan los pastores con liderazgo ‘absoluto’, que no queire rendir cuenta?

10. ¿Qué significa vivir en el Olimpo?

11. ¿En qué nos beneficia tener un equipo de trabajo?

12. ¿Quién esta autorizado a ejercer autoridad o a ser confesor?


 
 
   
 
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