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  La pureza en el liderazgo
 

La pureza en el liderazgo por R. Kent Hughes

Uno no necesita sino encender el televisor durante algunos minutos para sentir la presión de la agobiante sexualidad de nuestros días. Y la mayor parte de la represión es brutal. Un aburrido recorrido por los canales de televisión al mediodía muestra invariablemente a una pareja envuelta bajo las sábanas de la cama y mucha monotonía sensualista. Pero la presión se ha vuelto cada vez más ingeniosa, especialmente si su propósito es vender.

La Iglesia no ha escapado tampoco, pues muchos en la iglesia de hoy se han marchitado bajo el calor de la sensualidad. La Revista Liderazgo realizó una encuesta entre un millar de pastores. Los pastores respon-dieron que 12% de ellos habían cometido adulterio estando en el ministerio—¡uno de cada ocho pastores!—y 23% había hecho algo que ellos consideraban sexualmente impropio. Por otra parte, la revista Cristianismo hoy hizo una encuesta entre un millar de sus suscriptores que no eran pastores y descubrió que la cifra entre éstos era casi el doble: el 23% dijo que había tenido relaciones sexuales extramaritales y el 45% indicó que habían hecho algo que ellos consideraban sexualmente impropio. ¡Uno de cada cuatro hombres cristianos son infieles y casi la mitad de ellos se han comportado indecorosamente!

Esto nos lleva a una conclusión ineludible: la iglesia evangélica contemporánea es, en términos generales, "corintia" en esencia. Es una iglesia cocida a fuego lento en los jugos derretidos de su propia sensualidad, y por eso:

• No es extraño que la Iglesia haya perdido su interés por la santidad.

• No es extraño que sea tan floja para disciplinar a sus hijos.

• No es extraño que el mundo le reste importancia como algo que está fuera de lugar.

• No es extraño que muchos de sus hijos la rechacen.

• No es extraño que haya perdido su poder en muchos hogares, y que el Islam y otras falsas religiones estén logrando tantos convertidos.

La sensualidad es sobradamente el mayor obstáculo a la santidad entre los hombres hoy, y está haciendo estragos en la Iglesia. La santidad y la sensualidad se exclu-yen mutuamente y los que han caído en las garras de la sensualidad no podrán más elevarse a la santidad mientras se encuentren bajo su agotador dominio. Si vamos a "ejercitarnos para la piedad (cf. 1 Ti 4.7) debemos comenzar con la disciplina de la pureza. ¡Tiene que haber algún celo santo, algún esfuerzo santo!

Las lecciones sacadas de un rey caído

¿A dónde debemos mirar en busca de ayuda? El ejemplo más aleccionador que encontramos en toda la Palabra de Dios es la experiencia del rey David, tal como aparece narrado en 2 Samuel 11.

Una vida en la cúspide

David se encuentra en la cúspide de su brillante carrera. Desde su niñez, había sido un amante apasionado de Dios y poseía una enorme integridad de alma, como lo atestiguaron las palabras del profeta Samuel cuando lo ungió como rey: "El hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón" (1 S 16.7). A Dios le agradó lo que vio. ¡A Dios le agradó el corazón de David!

Su corazón era valeroso, como quedó evidenciado al enfrentarse a Goliat y responder a la temible retórica del gigante con unas cuantas palabras atrevidas, de su propia cosecha, y luego arremeter a fondo contra Goliat, dándole en medio de la cabeza.

Era un persona desbordante de alegría, entusiasmo y confianza, y rebosaba de un carisma irresistible. Era el poeta, el dulce salmista de Israel, tan en comunicación con Dios y consigo mismo que sus salmos siguen tocando hoy las fibras del corazón del hombre. Bajo su liderazgo todo Israel estaba unido. David difícilmente parecía ser un candidato para el fracaso moral. Pero el rey era vulnerable, ya que había debilidades definitivas en su conducta que lo dejaron a merced del fracaso.

Su insensibilización

Los problemas empiezan cuando toma más concubinas y mujeres de Jerusalén (2 S 5.13). ¡Debemos notar, y notar bien, que el que David tomara más mujeres era pecado! La Ley estableció las normas para los reyes hebreos (Dt 17), les ordenaba abstenerse de tres cosas: 1) tener muchos caballos, 2) tomar muchas mujeres, y 3) acumular mucha plata y oro (cf. vv. 14-17). David cumplió bien con lo primero y lo último, pero fracasó totalmente en cuanto a lo segundo por hacerse deliberadamente de un numeroso harén.

En la vida de David se había enraizado una progresiva insensibilización al pecado, con el consiguiente descenso de santidad. La colección de esposas de David aunque era «legal» y no se consideraba adulterio en la cultura de su época, sin embargo, era pecado. Tales excesos lo insen-sibilizaron al llamamiento de Dios, como también al peligro y a las consecuencias de la caída. Esa insensibización lo convirtió en presa fácil del pecado funesto de su vida.

Es la sensualidad "legal" y la condescendencia con lo culturalmente aceptable lo que nos llevará a la ruina. Las prolongadas horas de mirar indiscriminadamente la tele-visión, es uno de los grandes culpables de esta insensibilización.

Su relajación en cuanto a disciplina

El segundo error en la conducta de David, fue la relajación de los rigores y de la disciplina que siempre había sido parte de su vida activa. David se encontraba en la mitad de su vida, con aproximadamente cincuenta años de edad, y sus campañas militares habían tenido tanto éxito que no era necesario que él personalmente saliera a combatir. Por tanto, con toda razón le dio el trabajo de acabar con el enemigo a su competente general, Joab, y luego se fue a descansar. El problema era que la relajación se extendió a su vida moral. Es difícil mantener la disciplina interior cuando uno se relaja así. David se volvió inmediatamente vulnerable.

David no sospechaba que algo insólito iba a ocurrir ese desgraciado día primaveral. Aprendamos la lección que hay aquí. Precisamente cuando pensamos estar totalmente a salvo, cuando sentimos que no hay ninguna necesidad de mantenernos alertas para continuar ocupándonos de nuestra integridad interior y para disciplinarnos en la santidad, ¡es cuando se presenta la tentación!

Su obsesión (2 S 11.1-3)

El rey se paseaba para mirar a su ciudad al final de la tarde. Mientras miraba, sus ojos vieron la figura de una mujer extraordinariamente her-mosa que se bañaba sin ningún pudor. En cuanto a lo hermoso que era, el hebreo es explícito: la mujer era "muy hermosa" (v. 2). Era joven, estaba en la flor de la vida, y las sombras del crepúsculo la hacían aun más seductora. El rey la miró ... y continuó mirándola. Después de la primera mirada David debió haber dirigido la vista en la otra dirección y debió haberse retirado a sus habitaciones, pero no lo hizo. Su mirada se convirtió en una mirada fija pecaminosa y después en una mirada ardiente y libidinosa. En ese momento, David se convirtió en un viejo verde y lujurioso, apoderándose de él una obsesión lasciva que tenía que satisfacer.

Dietrich Bonhoeffer hizo la observación de que, cuando la lujuria toma control de la persona, "en ese momento Dios ... deja de ser real ... Satanás no nos llena de odio contra Dios, sino que nos hace olvidar a Dios". ¡Qué gran sabiduría hay en esta afirmación! Cuando estamos dominados por la lujuria, la realidad de Dios se desvanece.

Su racionalización

De su obsesión fatal, el rey David descendió al escalón siguien-te: la racionalización.

Cuando sus intenciones se hicieron evidentes a sus subalternos, uno de ellos trató de disuadirlo, diciéndole: Es Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías heteo. Pero David no iba a permitir quedar desairado, de modo que una fuerte racionalización se produjo en su mente.

Su degradación (adulterio, engaño, asesinato)

La progresiva insensibilización, relajación, obsesión y racio-nalización de David lo llevaron a uno de los fracasos más grandes de la historia, y a su degradación. (véase 2 S 11.4-5). David no se percató que había dado un paso en falso en el precipicio y que se estaba viniendo abajo; que la realidad vendría pronto, que llegaría rápidamente al fondo.

Todos estamos familiarizados con la ruin conducta de David, que lo convirtió en un asesino y en un taimado calculador, decidiendo la muerte de Urías para ocultar su pecado con Betsabé. Baste con decir que en esos momentos de la vida del rey, Urías, con todo y estar borracho, era mejor persona que David estando éste sobrio! (v. 13)

Un año después, David se arrepentiría tras la incisiva acusación del profeta Natán. Pero las tristes consecuencias no podría deshacerse. Como se ha señalado con frecuencia:

Fue la violación del décimo mandamiento (codiciar la mujer de su prójimo) lo que llevó a David a cometer adulterio, violando así el séptimo mandamiento.

Luego, a fin de robarle la mujer a su prójimo (violando, por tanto, el octavo mandamiento) cometió un asesinato y violó el sexto mandamiento.

Violó el noveno mandamiento hablando falso testimonio contra su hermano.

Todo esto trajo deshonra a sus padres, violando así el quinto mandamiento.

De esta manera, David violó todos los mandamientos que se refieren a amar al prójimo como a uno mismo (los mandamientos cinco al diez). Y al hacerlo, deshonró también a Dios violando, en realidad, los primeros cuatro mandamientos.

El reinado de David se fue en picada a partir de ese momento, a pesar de su encomiable arrepentimiento.

Se le murió el bebé.

Su bella hija, Tamar, fue violada por su medio hermano Amnón.

Amnón fue asesinado por Absalón, hermano de padre y madre de Tamar. Absalón llegó a odiar tanto a su padre David por su bajeza moral que encabezó una rebelión contra él con el apoyo de Ahitofel, el ofendido abuelo de Betsabé.

El reinado de David perdió la aprobación de Dios. Su trono jamás recobró su estabilidad pasada.

Debemos aceptar que David jamás habría dado más que una mirada fugaz a Betsabé si hubiera podido vislum-brar los desastrosos resul-tados de su pecado. Creo de todo corazón que serían muy pocos los hombres—si es que hubiera alguno— que se apartarían de la Palabra de Dios si pudieran ver lo que eso les acarrearía.

La historia de la catastrófica caída del rey David ha sido dada por Dios y debe tomarse seriamente por la Iglesia en esta "época corintia" como una advertencia a la patología de los factores humanos que conducen al derrumbamiento moral:

• La insensibilización que se produce por la mundanalidad tradicional de la cultura.

• El síndrome fatal que se produce por la relajación moral de la disciplina.

• Los efectos ofuscantes de la obsesión sensualista.

• Y la racionalización con la que tratan de justificarse los que están dominados por la lujuria.

En el caso de David, el ciclo incluyó además adulterio, engaño, degradación familiar y decadencia nacional. La patología es evidente, como también lo son los terribles efectos de la sensualidad; y ambos tienen el propósito no sólo de enseñarnos, sino además de amedrentarnos ¡para que ahuyentemos de una buena vez la sensualidad de nosotros!

La voluntad de Dios:

Pureza sexual

A veces hay personas, que se consideran cristianas, que sencillamente no creen lo que estoy diciendo en cuanto a la pureza sexual. Pablo nos hace un llamado a la pureza sexual (1 Ts. 4.3-8).

Si la lectura de este pasaje no es lo bastante convincente en cuanto a la ética bíblica, debemos comprender que se basa en Levítico 19.2. Un mandamiento dado dentro de un contexto de advertencias en contra de los extravíos sexuales. También deseo señalar que en 1 Tesalonicenses se nos llama a evitar la inmoralidad sexual y tres veces se nos pide ser "santos". Desechar esto es pecar contra el Espíritu Santo—la presencia viva de Dios—como claramente lo dice el pasaje citado.

Como dice el erudito en Nuevo Testamento, León Morris:

El hombre que lleva a cabo un acto de impureza sexual no está únicamente violando un código moral humano, ni siquiera pecando sólo contra el Dios que en algún momento del pasado le dio el don del Espíritu Santo. Está pecando contra el Dios que está presente en ese momento; contra Aquel que continuamente da el Espíritu. Todo acto de impureza es un acto de aborrecimiento contra el don del Espíritu Santo dado por Dios desde el mismo momento que ese don es brindado.... Este pecado sólo es visto como lo que realmente es, cuando se ve como una preferencia por la impureza antes que por el Espíritu que es santo.

Por consiguiente, para un cristiano rechazar esta enseñanza en cuanto a la pureza sexual es rechazar a Dios, ¡y esto puede indicar una fe falsa!

La disciplina de la pureza

Si en realidad somos cristianos, es un imperativo que vivamos con pureza y santidad en medio de nuestra cultura corintia. Debemos vivir más allá de las horripilantes estadísticas o la Iglesia está cada vez más fuera de lugar e impotente, y nuestros hijos la abandonarán. La Iglesia no puede tener ningún tipo de poder si no es una iglesia pura.

Eso exige que vivamos la afirmación de Pablo: "Ejercítate para la piedad." Es decir, ¡debemos esforzarnos por la santidad!

Responsabilidad moral ante los demás

Nuestro entrenamiento comienza con algo tan importante como la disciplina de ser responsable moralmente ante los demás. Esto se hará con cualquiera que regularmente le pedirá a usted cuenta de su vida moral, haciéndole preguntas directas y francas.

La oración

Junto con esto, está la disciplina de la oración. Ore diaria y concretamente por su pureza sexual personal. Ore por la pureza sexual de sus amigos también.

La memorización

Luego, llénese de la Palabra de Dios mediante la disciplina de la memorización. Nuestro Señor dio el ejemplo por excelencia al rechazar las tentaciones de Satanás, utilizando cuatro citas precisas de pasajes del Antiguo Testamento (cf. Mt 4.1-11).

La mente

La disciplina de la mente es, por supuesto, uno de los retos más formidables. Las Escrituras presen-tan, por lo general, a la disciplina de la mente como la disciplina de los ojos. Es imposible que usted mantenga una mente pura si todo el tiempo no discrimina lo que ve en televisión. En una semana usted verá más asesinatos, adulterios y perversiones que todo lo leído por nuestros abuelos a largo de toda su existencia.

Aquí es donde se hace necesaria la acción más radical (véase Mc 9.47). ¡Ningún hombre que permita que la podredumbre de ciertos canales de televisión, de videos para adultos y de las diversas revistas de pornografía inunden su hogar y su mente, escapará de la concupiscencia!

Job nos ha dejado orientación para los días que vivimos: "Este compromiso establecí con mis ojos: No mirar lujuriosamente a ninguna mujer" (Job 31.1, La Biblia al Día). ¿Cómo cree usted que viviría Job en nuestra cultura actual? Él entendió la sabiduría de Proverbios 6.27: "¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan?" El compromiso de Job prohibía una segunda mirada. Eso significa tratar a las mujeres con dignidad, mirándolas con respeto. Si la forma de vestir o el comportamiento de una mujer es perturbador, mírela a los ojos, no en ningún otro lugar; ¡y aléjese lo más rápidamente que pueda!

La mente abarca también la lengua porque, con la "abundancia del corazón habla la boca" (Mt 12.34). Pablo es más específico (Ef 5.3-4). Significa que no debe haber humor sexual, ni chistes de mal gusto, ni vulgaridades, a los cuales están tan propensos muchos cristianos para probar que no están "fuera de onda".

Los límites

Ponga límite alrededor de su vida, sobre todo si trabaja con mujeres. Evite la intimidad verbal con las mujeres, a no ser con SU esposa. No le revele intimidades a otra mujer, ni la inunde con sus problemas personales. La inti-midad es una gran necesidad en la vida de la mayoría de las personas, y hablar de asuntos personales, especialmente de los problemas propios, puede llenar la necesidad de intimidad que tiene la otra persona, despertando su deseo de más intimidad. Muchas relaciones extramaritales comenzaron de esa manera.

Hablando ahora a nivel práctico, no toque a las mujeres. No las trate con el afecto informal con que trata a las mujeres de su familia. Son muchos los desastres que comenzaron con un toque fraternal o paternal, que se convirtió después en un hombro com-prensivo. Usted puede aun tener que correr el riesgo de ser erróneamente considerado como "distante" o "frío" por algunas mujeres.

Siempre que usted coma o viaje con alguna mujer, hágase acom-pañar por una tercera persona. Esto puede ser incómodo, pero brindará la oportunidad de explicar sus razones, lo cual, en la mayoría de los casos le ganará respeto en vez de censura. Muchas de sus colegas de trabajo se sentirán así más cómodas en su trato profesional con usted.

Nunca coquetee, ni siquiera en broma. El flirteo es intrínsecamente halagador. Usted puede pensar que resulta simpático, pero eso a menudo despierta en la mujer deseos no correspondidos.

La realidad

Sea realista en cuanto a su sexualidad. ¡No sucumba a la vana prédica gnóstica de que usted es un cristiano lleno del Espíritu Santo que "nunca haría cosa semejante". Recuerdo muy bien a un hombre que con suma indignación tronaba que él estaba a salvo del pecado sexual. ¡Pero cayó pocos meses después! Enfrente la verdad. ¡Así como cayó el rey David usted también puede caer!

El temor a Dios

Por último, está la disciplina del temor a Dios. Esto fue lo que ayudó a José a rechazar las tentaciones de la esposa de Potifar. ¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?" (Gn 39.9).

La presión de nuestra cultura nos oprime con sus obsesiones y sus racionalizaciones sexuales, y muchos en la iglesia de Cristo han cedido bajo su peso, tal y como lo demuestran las estadísticas. Para no ser parte de esas estadísticas hay que esforzarse disciplinadamente. ¿Somos hombres de verdad? ¿Somos hombres de Dios? ¡Quiera Dios que así sea!

R. Kent Hughes es pastor en Wheaton, Ill., Estados Unidos, además es conferencista y autor de varios libros.
Este artículo ha sido extraído del libro Disciplinas de un hombre piadoso. Editorial Vida. Usado con permiso.

Santidad en tiempos de injusticias por Gary Preston

Cuando se instala en su corazón el deseo de venganza, también se abre el camino del perdón. El testimonio de un pastor de cómo gozando la gracia divina pudo descubrir el gozo de perdonar a los que fueron injustos con él.

"Cuando se instala en su corazón el deseo de venganza, también se abre el camino del perdón"

Tenía en mis manos una durísima carta de un matrimonio que criticaba la situación del grupo de jóvenes. El contenido era carnal y no demostraba verdadera comprensión de todos los contenidos de la situación, pero aún no había hallado, como pastor, el tiempo para encontrarme con ellos y escucharlos.

Cuando me puse de pie para predicar, el siguiente domingo, sentía una notable ausencia de gracia en mi corazón. Pequeños destellos de resentimiento punzaban mi espíritu. Hice algunos comentarios leves en la introducción que provocaron sonrisas en todos los presentes todos, excepto el matrimonio que había enviado la carta. Mientras la congregación se reía, ellos estaban sentados en una de las primeras filas, de brazos cruzados y rostro duro, con los ojos llenos de reprobación. Cuando hube terminado el sermón, me sentía físicamente deteriorado y espiritualmente desgastado. Mi falta de perdón rápidamente se estaba convirtiendo en amargura y rencor.

Mi tendencia a no perdonar cuando otros me han hecho algún mal me ha obligado a pensar cuidadosamente en los pasos que debo tomar para restaurar mi relación con Dios y con mis ofensores.

Debo reconocer mis puntos débiles

La mayoría de las personas tiende a adquirir cierta sensibilidad cuando ha sido golpeada varias veces. En este caso, la carta que recibí de esta familia era solamente una de las muchas maneras en que me habían criticado. Su actitud en esta oportunidad, tan falta de gracia, fue la gota que colmó el vaso. Sentía que ellos no tenían ningún interés en demostrar siquiera una mínima cuota de comprensión hacia los demás.

Como algunos de los peores conflictos en el ministerio justamente los he experimentado con personas que yo consideraba carentes de gracia y comprensión, mi tendencia ante este tipo de situaciones es reaccionar con ira. Rápidamente me siento provocado por personas cuya mejor habilidad es la de señalar los errores en los demás.

Sin embargo, en la medida en que he aprendido a reconocer mis propias debilidades también he encontrado que puedo controlar mejor el tipo de respuesta que tengo en estas situaciones. Entonces, el desafío, para mí, es recibir del Espíritu Santo gracia y perdón para estos santos, en lugar de contraatacar con ira, resentimiento y amargura.

Debo resistirme a mi primer impulso

Cuando leo sobre las vidas de personas que esconden en el saco una pistola para vengarse de un jefe que fue injusto con ellos, o de alguien que coloca una bomba en un edificio lleno de personas inocentes, a menudo me pregunto: "¿Cómo podría alguien hacer semejante acción? Las personas normales no se comportan de esa manera." No obstante, yo también he tenido toda clase de pensamientos malignos hacia las personas que me han hecho mal. Creo que esto revela cuál es el próximo paso en el proceso de perdón: reconocer que, si las circunstancias se dieran, yo podría ser el autor de un acto de violenta retribución contra los que me han hecho mal. De hecho, si no perdono a una persona comienzo a tener fantasías en mi mente con las maneras en que puedo castigarla.

Luego de una devastadora confrontación con una familia de la iglesia, donde me habían resistido en prácticamente todos los temas relacionados al ministerio, comencé a pensar: "Si Dios no visita sobre ellos una pronta retribución, yo voy a acelerar los tiempos." Pensé en la posibilidad de denunciarlos frente al organismo de recaudación impositiva por prácticas deshonestas que conocía en ellos. Imaginaba que los atormentaba pasando por las madrugadas por delante de su casa en mi carro, con la radio a todo volumen, la mano sobre la bocina y los faros dirigidos hacia sus dormitorios.

Cuando compartí estos viles secretos con un amigo, me miró atónito y preguntó: "¿Realmente te animarías a hacer esa clase de cosas?" "Seguro —le repliqué—, como probablemente lo haría cualquier persona que cede frente a la tentación de vengarse, en lugar de asumir el desafío de perdonar."

Me acuerdo de la observación que hizo Jaime Broderick del Papa Paulo VI: "Jamás olvidaba una ofensa y esa era una de sus debilidades más agudas. Quizás lograba enterrar, por un tiempo, la experiencia vivida. Uno siempre tenía la impresión, sin embargo, de que había marcado cuidadosamente el lugar donde había realizado el entierro."

La única manera con que evito este tipo de actitudes es frenando cualquier fantasía de venganza que pueda cruzarse por mi mente.

Debo reconocer que soy propenso al pecado

En Deuteronomio 32.35 Dios instruye al pueblo, por medio de Moisés: "Mía es la venganza y la retribución; a su tiempo el pie de ellos resbalará, porque el día de su calamidad está cerca, ya se apresura lo que les está preparado."Mi obsesión con la venganza revela un intento de mi parte de tener voz y voto en el juicio de Dios. Esto solamente agrava el conflicto, irrita el recuerdo de lo acontecido y produce mayor dolor. Es como si se le permitiera a uno de los involucrados en una disputa legal que participe en el juicio y la sentencia de la otra persona. No se puede hacer justicia cuando uno de los culpables intenta juzgar al otro. Es necesario que yo reconozca mi culpabilidad, pues mi comportamiento no siempre se ha revestido de santidad. Esto puede ser duro para mí, pero es la verdad.

Una vez utilicé una carta para ilustrar lo incorrecto que es criticar cuando uno no conoce todos los detalles de un asunto. Durante el sermón leí porciones del texto, el cual elevaba acusaciones y realizaba afirmaciones basadas en un informe incorrecto. Luego aclaré a la congregación los verdaderos detalles de la situación y por supuesto, los hechos demostraban claramente cómo los que me habían criticado estaban errados en sus conclusiones.

En ese momento sentí que la congregación se ponía de mi lado, pues veían que el crítico era solo una persona insensible y negativa. De un solo tiro había podido ilustrar un principio bíblico y corregir a quien se me oponía.

A la semana siguiente recibí una segunda carta de este hombre, en la cual me informaba de que él y su familia se retiraban de la congregación. Me pedía que no los llamara, ni que tuviera contacto alguno con ellos. Aun cuando me había tomado todos los recaudos para no revelar, durante el sermón, la identidad de la persona que me había escrito la carta, ellos sabían a quien me refería. Yo, por mi parte, no les había dejado ninguna otra opción que la salida de la congregación.

Ante todo esto, tengo ahora muy claro que no importa cuán profundamente me sienta atacado, ni cuán tentado me sienta de enfrentar a mis oponentes, el púlpito no es el lugar para hacerlo, pues me ofrece una desequilibrada ventaja, la cual con frecuencia acaba en una presentación subjetiva de mi perspectiva de la realidad, sin darle la oportunidad a los otros de expresar su respuesta a mis comentarios. Por tanto, he encontrado que la mejor manera de resistirme a esta tentación es ofreciendo perdón en privado.

Debo perdonar uno a la vez

Me encantaría poder decir que he encontrado la fórmula para perdonar efectivamente cada vez que me ofenden, pero no es así. El perdón no es algo que pueda hacerse de una sola vez. La duración del proceso de perdón normalmente es proporcional a la profundidad del dolor que he experimentado.

El perdón es más como escribir un libro que una carta. Cuando escribo una carta, vuelco mis pensamientos sobre una hoja, la coloco en un sobre, lo sello y lo envío. Escribir un libro, en cambio, es más parecido a un interminable ciclo de escribir y volver a escribir.

Cuando los conflictos son menores, normalmente los puedo manejar según el espíritu de 1 Pedro 4.8: "Sobre todo, sed fervientes en vuestro amor los unos por los otros, pues el amor cubre multitud de pecados." Cuando la ofensa es severa, sin embargo, el proceso de perdón también puede ser igual de severo.

La experiencia más difícil que he tenido en el ministerio —me despidieron de una congregación— ¡me enseñó más acerca del perdón de lo que yo estaba interesado en saber! Ese proceso completo tardó más de dos años.

En esa oportunidad, me pareció que el proceso en cuestión estaba completo apenas unos meses después del incidente. Entonces llevé el asunto al Señor en oración y le dije que quería perdonar a aquellos que sentía eran responsables por mi despido. Hasta elaboré una lista con sus nombres. El perdón parecía traerle a mi vida la libertad que buscaba.

Una semanas más tarde, sin embargo, me topé con uno de mis opositores en un restaurante de la ciudad. Luego de terminar el desayuno que compartía con un amigo, nos acercamos a la mesa de esta persona para intercambiar un breve pero cálido saludo. Cuando salimos del lugar, mi amigo me dijo: "Realmente te vi relajado al hablar con Esteban. Supongo que has podido superar todo lo que viviste en la iglesia con él."

"¡Sí! —respondí confiado—. Todo aquello está superado. Es hora de avanzar hacia cosas nuevas." Durante el resto del día, no obstante, a cada instante volvía a mi mente el nombre, el rostro y las acciones de Esteban. No encontraba la forma de deshacerme de estos pensamientos. El viejo resentimiento era tan fuerte y real como siempre, y esto golpeó duramente mi sentido de equilibrio espiritual.

Yo pensé que ya había realizado el proceso de perdonar a aquellos que eran responsables de mi desastre. ¿Por qué estaba volviendo a reaccionar de esta manera? "Señor, ¿no es suficiente con tomar el asunto y envolverlo fuerte en un paquete, escribiendo por fuera PERDONADO?". Evidentemente esto no era suficiente, aún debía perdonar a los ocho individuos que habían sido parte de aquel conflicto. Yo había pensado que sería posible perdonarlos en conjunto, mas descubrí que debía perdonarlos uno por uno.

El proceso duró muchos meses. Cada vez que fantaseaba con alguna de las personas, identificaba claramente mis sentimientos en mi mente hacia ella. Algunas veces requería de varios días para identificar claramente los sentimientos en juego. Finalmente, sin embargo, podía describir no solamente las impresiones sino también las razones por las cuales las experimentaba. Descubrí que en el sencillo acto de orar por alguien, aun cuando lo sentía vacío y artificial, se abría mi corazón hacia la otra persona.

En otra oportunidad, Dios fue creativo en la manera que utilizó para mostrarme la próxima persona que debía perdonar. Estaba yo en un mercado, buscando pasta dentífrica y crema de afeitar, cuando vi, de reojo, otra de las parejas que habían participado en mi despido. Mi primera reacción fue a esconderme detrás de algunos estantes. ¡No fui lo suficientemente veloz, sin embargo! Ya me habían visto y me estaban saludando. Luego de un breve intercambio de palabras seguimos cada uno por su camino.

De inmediato supe quiénes eran las próximas personas que necesitaba perdonar.

Debo hablarle a otros de la persona

En ese proceso de perdonar, mucho me ayudó hablar con otros acerca de quienes me agraviaron. Recuerdo cómo conversaba con un amigo sobre una persona que me había resistido y de esta manera me veía obligado a hablar bien del otro.

Lo que descubrí es que realmente no importaba si la otra persona conocía o no a la persona que debía perdonar. Al hablar positivamente del otro me sentía impulsado hacia la reconciliación; las buenas palabras que pronunciaban mis labios comenzaban a afectar las actitudes de mi corazón. La facilidad con la que me expresaba también se convirtieron en un medidor de mi perdón. Cuánto más fácil me era hablar bien del otro, más avanzado veía que estaba en el proceso de perdonar.

Debo acudir al Señor en oración

El paso final que me ayudó a perdonar, fue reunir mis sentimientos y pensamientos para presentarlos al Señor en oración. En ocasiones los escribía en un papel y luego se los leía al Señor y en otras, le hablada directamente a Dios de lo que había identificado en mi mente. En todo caso, confesar mis pensamientos y sentimientos negativos me permitía pedirle al Señor que me perdonara por mi propio pecado. Luego, con su ayuda, pude avanzar y extender ese perdón a otros.

Debo destacar que esta prolongada experiencia con el perdón me permitió entender cuán profundamente afecta mi habilidad de perdonar a otros el que yo haya experimentado el perdón de Dios.

Una historia cuenta de un viajante que, con la ayuda de un guía, atravesaba las junglas de Malasia. Llegaron a un río ancho, pero no muy profundo. Se sumergieron en el agua y lo atravesaron a pie. Cuando salieron del otro lado, el viajante descubrió que unas cuantas sanguijuelas se había adherido a su cuerpo. Su primera reacción fue el de arrancárselas pero el guía lo detuvo, advirtiéndole que solamente conseguiría dejar parte de las sanguijuelas en su cuerpo y que casi con seguridad obtendría una infección. La mejor manera de quitarlas, explicaba el guía, sería un baño de inmersión en un bálsamo tibio. El líquido haría que las sanguijuelas soltaran solas el cuerpo del hombre.

Cuando yo me siento profundamente herido por otra persona, no puedo simplemente arrancar la herida de mi alma, esperando que la amargura, la malicia y el rencor desaparezcan, pues el resentimiento quedará incrustado en mi corazón. La única manera en que verdaderamente puedo librarme de la ofensa y perdonar a los demás es tomando un baño de inmersión en el bálsamo del perdón de Dios hacia mi persona. Cuando finalmente llego a entender cuán profundo es el amor de Dios en Cristo Jesús, el perdonar a otros fluye libremente.

Tomado de Leadership, abril 1998. Usado y traducido con permiso.

Ideas básicas de este artículo

  1. Reconocer las debilidades propias permite controlar mejor el tipo de respuesta frente a situaciones de injusticia.
  2. La mejor manera de evitar la venganza es frenar cualquier tipo de fantasía que al respecto pueda cruzarse por la mente.
  3. Se debe perdonar una persona a la vez, identificando claramente los sentimientos en juego y las razones por las cuales se experimentan. Esto lleva su tiempo, mas la duración del proceso de perdón es proporcional a la profundidad del dolor que se ha experimentado.
  4. La mejor manera de resistir la tentación de usar el púlpito para hacerle frente a los que nos critican es ofreciendo perdón en privado.
  5. El proceso de perdón avanza cuando se habla bien a otros de la persona ofensora. Hablar positivamente de ella afecta las actitudes de nuestro corazón.
  6. Confesar y pedir perdón a Dios por los pensamientos y sentimientos negativos que han surgido en uno, permite que experimentemos Su gracia, y ella nos habilita significativamente para perdonar a otros.

Preguntas para pensar y dialogar

  1. ¿Cómo reconoce que en su corazón se ha instalado el deseo de venganza?
  2. ¿Cuál es su mayor desafío cuando tiene que enfrentar situaciones de injusticia?
  3. ¿Cuáles son sus primeros impulsos ante esa clase injusticias?, ¿qué debe hacer para no dejarse dominar por ellos?
  4. En este tipo de situaciones, ¿cómo se defiende de su propia carnalidad para no buscar venganza pública?
  5. Revise en su interior si hay alguna persona hacia la cual guarda sentimientos y pensamientos negativos: ¿qué de bueno puede hablar de ella?
  6. ¿Cómo puede verdaderamente perdonar a quien ha sido injusto con usted?

© Apuntes Pastorales, Volumen XXI – Número 2

PREGUNTAS SOBRE LA LECCIÓN 

1. La _____________________ es sobradamente el mayor obstáculo a la santidad entre los hombres hoy.

2. Cuando estamos dominados por la _______________, la realidad de Dios se desvanece.

3. ¿Porqué el reinado de David se fue en picada?

4. ¿Qué llamado nos hace Pablo en 1 Ts. 4:3-8?

5. Si un cristiano rechaza la enseñanza en cuanto a la pureza sexual, está rechazando a _________________.

6. Nuestro entrenamiento comienza con algo tan importante como la disciplina de ser ____________________ moralmente ante los demás.

7. Mencione los 7 elementos que hay que tener en cuenta en la disciplina de la pureza.

8.  Mencione los pasos para restaurar su relación con Dios y sus ofensores.

9.  Reconocer las ________________ propias permite controlar mejor el tipo de respuesta frente a situaciones de injusticia.

10. La mejor manera de evitar la venganza es __________ cualquier tipo de fantasía que al respecto pueda cruzarse por la mente.

11. Se debe perdonar ______persona a la vez.

12. La mejor manera de resistir la tentación de usar el púlpito para hacerle frente a los que nos critican es ofreciendo ___________en privado.


 
 
   
 
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